Este artículo se publicó hace 13 años.
Westbroeck arrasa en el Real con su lady Macbeth de sexo, sangre y desolación
La holandesa Eva-Maria Westbroeck es la extraordinaria voz y fascinante actriz que necesita el caldo de sexo, sangre y desolación que Shostakovich cocinó para "Lady Macbeth de Mtsensk", la parábola sobre el mal que se esconde en el tedio y que el Real ha estrenado esta noche con un éxito rotundo.
La cantante (1970) es una experta intérprete no sólo del papel sino de esta producción, que el director de escena Martin Kusej estrenó en 2006 en el Nederlandse Opera de Ámsterdam, y que ahora llega al Real con el mismo elenco principal y el director musical que tuvo en la Ópera de París, el alemán Hartmut Haenchen.
El trabajo de la soprano, del director y del coro han sido los más ovacionados por un público que ha apreciado una puesta en escena de la que es la primera ópera cuyo tema esencial es la sensualidad y en la que se trata la compulsión sexual explícitamente pero sin caer en lo escabroso.
Así, ha acompañado el "orgasmo musical", como decía recientemente Haenchen, que es el primer encuentro sexual entre la "malcasada" y asesina Katerina y el codicioso y amoral criado Sergei (Michael König) con fogonazos que a la vez que no dejaban dudas sobre lo que estaba sucediendo no distraía, más bien al contrario, del otro personaje fundamental de la obra: la orquesta.
El alemán se ha dejado la piel en la interpretación de una música que, asegura, es la que más "volumen", por decibelios, tiene de la historia de la ópera, y en la que abundan los elementos cercanos a la opereta o a las fanfarrias con las que Sostakovich quería acentuar la necedad de los ridículos hombrecillos con los que Katerina tiene que lidiar.
En esta obra en la que no hay ni verdugos ni víctimas, Kusej huye de "lo ruso" para poner el peso en una tragedia que no rehabilita a ninguno de los personajes, y en la que lo terrible no son los asesinatos, la violación o los malos tratos, sino lo muchísimo que se aburren todos y lo infelices que son.
Todos chapotean en una ciénaga de lodo moral y literal, con la protagonista, bella y rotunda en sus vestidos y sus "deshabillés", tomando no malas elecciones sino peores y todas nacidas de su absurdo enamoramiento de la persona equivocada.
Sólo explica su tragedia que es una "pobre y guapa" muchacha que languidece abandonada por el necio de su marido, hijo de un ser libidinoso, plano y brutal que la asedia, y que tiene el mismo problema que el resto de los hombres que aparecen: no sabe tener ni la boca ni la bragueta cerrada.
La escena final, una prisión de camino a las cárceles siberianas, sucede en una plataforma que se eleva a los ojos del público y en la que coro y cantantes se encuentran chapoteando en una ciénaga de agua, un elemento que aparece desde el principio, ya sea en forma de nieve, de ducha o de bálsamo purificador y calmante.
"Seguir esta 'música' es difícil; recordarla es imposible", dicen que dijo el mismísimo Stalin cuando la escuchó -en 1936, dos años después de su estreno- porque a quien había ordenado aquel mismo año ejecutar a cientos de miles de personas le espantó el "grosero naturalismo" de lo que ocurría en escena y el "formalismo" de la música.
Esta ópera "apolítica, burguesa y caótica", según decía el Pravda, es una obra "trágico- satírica" que retrata con benevolencia a una asesina para poner en ridículo a los hombres -"mercaderes"- que la rodean.
Los tontos son muy tontos, los malos muy malos y los lascivos dan grima, unos estereotipos que a Shostakovich bien le valen para ser por momentos lírico y por momentos burlesco, con un ánimo paródico en todos los personajes, excepto Katerina, que recuerdan a una verbena o a una película del cine mudo.
A Katerina la trata como un personaje completo, entero y trágico, una mujer que ama pero que no es, en absoluto, sentimental, una empresa agotadora a la que se ha entregado "al cien por cien", como prometía en rueda de prensa, la soprano para deleite del público.
Concha Barrigós.
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