Este artículo se publicó hace 17 años.
Ya es otoño: cinco semanas de luces y sombras
Hoy arranca la XXIV edición del Festival de Otoño con menos teatro, poca danza y algo de música // No faltan los grandes nombres: Pippo Delbono, Peter Brook o Philip Glass.
Cada año va a menos. El número de espectáculos se reducen para no abrumar al respetable, que ha tenido que padecer ediciones con más de 60 referencias. Se agradece el esfuerzo de síntesis, aunque siga costando lo mismo: tres millones de euros.
Lo que para muchos es una decisión elemental para no marear al personal y dejarle con las ganas de haber visto todo lo que pretendía, para el director del festival, Ariel Goldenberg, es un hecho inevitable: “Hay un fenómeno que condiciona y es que Madrid ha perdido la curiosidad de los años 80. Ahora hay que ir a buscar a los espectadores”, explica a Público.
Así que parece que la curiosidad de esta ciudad no está preparada. Lo que preocupa es que Madrid no está hecho para el teatro. Al menos, para el de gran formato. Para esas grandes producciones, con escenarios gigantes. Madrid tiene teatros con escenarios pequeños. A la capital le gusta lo íntimo, lo mínimo.
Mala señal para un festival que quiere dedicarse en cuerpo y alma a lo exótico de las producciones de los países más desconocidos y más punteros. Las necesidades de esas compañías que llegan tienen que adaptarse a las dimensiones, reconvertir, recortar para actuar.
Confianza ciega
A pesar de ello, los mejores grupos siguen interesados en mostrar sus creaciones. Magia y buen hacer de Goldenberg, que vino para hacer una edición y ya lleva ocho. Así que este año regresa Peter Brook con dos piezas bien delicadas: La Comédie Française con El misántropo, de Moliere, para reírnos de nosotros mismos; el Piccolo Teatro di Milano, y El abanico, de Carlo Goldoni, un clásico de la comedia de equívocos y enredos; de Londres, llega el National Theatre y monta en las naves del Español en el Matadero Happy Days, de Samuel Beckett, dirigido por Deborah Warner e interpretado por Fiona Shaw.
A nadie escapa la falta de espectáculos de compañías nacionales. Repiten, como siempre, Calixto Bieito y Carlos Santos, que gracias al beneplácito que encuentran en el consejero de Cultura de la Comunidad de Madrid y en su equipo asesor, no nos perdemos ni una de sus creaciones. Una lástima que no ocurra lo mismo con el autor español más representado en toda Europa, Rodrigo García.
Según nos cuenta el director y el propio equipo gestor del Festival, este año, el año que habían decidido invitarle -qué mala pata- Rodrigo tiene fechas comprometidas en uno de los grandes centros escénicos franceses e italianos. Pero le dan una segunda oportunidad, al autor que rompe en toda Europa, con el hermano pequeño, el Escena Contemporánea en febrero.
La danza se queda en 6 espectáculos para, al parecer, no pisar la programación de otro de los festivales en liza, el Madrid en Danza. Destacamos Import Export, la nueva pieza de Les Ballets C. de la B.; el solo del japonés Hiroaki Umeda; Zero Degrees, con dos de los jóvenes coreógrafos más punteros; y Myth, de Sidi Larbi Cherkaoui. Que aproveche.
Entrevista a Pippo Delbono, director de teatro
Está interesado en los que no tienen voz, en personas corrientes, con sus problemas y su belleza. Su compañía está formada por tipos que se encuentra en la calle. Tiene un un repertorio de 11 obras, que ha hecho en 25 años. Cuida cada una y deja pasar un mínimo de dos años para hacer algo bueno. El director italiano llega al Festival con sus dos piezas emblemáticas de agitación y denuncia.
¿Cómo define su teatro?
No lo sé. Es un teatro que está cerca de la danza, la música, la tradición de oriente y del teatro. Creo que es un teatro que busca el tiempo presente y lo que pasa a su alrededor.
¿Qué teatro defiende?
Defiendo totalmente un teatro con personas que me encuentro en el camino, que no son actores. La burguesía ha hecho del teatro algo exclusivo y el teatro es un hecho fundamentalmente social y vivo. Sobre todo, en un momento en el que la política se ha alejado de la gente. El teatro no se olvida de la gente, en él la sociedad encuentra las cosas que le pasan.
¿Es una propuesta social?
La palabra social tampoco me gusta porque tiene un sentido humanitario y de buen sentimiento. Es algo distinto. No me gusta el teatro de personajes. Entiendo el teatro como un evento que pasa, como una necesidad. Soy como un presentador de la noche. La idea de la escuela de Brecht la he tomado totalmente: simple y claro. Estamos en un momento de potenciar el encuentro entre teatro y espectador.
Su tratamiento de la escena es tenso y todos parecen hacer lo que más les apetece, ¿prima la cuestión de cuerpo en su teatro?
Estas personas con las que me he encontrado, tienen la poesía metida dentro, como Bobò. Él ha creado en su vida un ritual de comunicación. El cuerpo es el idioma más universal. Un cuerpo habla de cosas mucho más profundas que lo que puede decir esa persona. No es buscar ni la belleza ni la armonía, sino buscar un cuerpo fuera de la belleza, singular y lejos de lo común. Busco un gesto de libertad. Una persona rara. Es en la gente diferente donde se da la armonía. El teatro es el encuentro de la diferencia.
¿Cómo son las dos obras que trae al Festival de Otoño de Madrid?
A Madrid traigo Guerra, un espectáculo manifiesto, que se estrenó en 1998. Ha viajado muchísimo. En ella cuento un poco qué son los actores, además del sufrimiento. Ellos mismos con sus nombres. Actores con su historia personal. En Silencio, se habla de la lucha, una temática más cercana al amor, a la pasión.
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