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Zóbel y Saura yacen en un exclusivo cementerio con vistas junto a canónigos

EFE

El pequeño cementerio de San Isidro de Cuenca alberga los restos mortales de dos de los mejores artistas del siglo XX, Fernando Zóbel y Antonio Saura, que descansan junto a los canónigos de la catedral en un enclave con las mejores vistas de la ciudad y que próximamente será rehabilitado.

En el camposanto del siglo XVIII, que pertenece a la Hermandad de San Isidro Labrador Vulgo de Arriba, está enterrado también Luis Marco Pérez, uno de los mejores imagineros españoles del siglo XX y el poeta conquense Federico Muelas, Premio Nacional de Literatura en 1964.

Es un "cementerio de artistas", dice a Efe el secretario de la Hermandad de San Isidro, Florián Belinchón, quien confía en que se mejore y "lo conozca todo el mundo" gracias a la rehabilitación que se va a llevar a cabo con los 51.000 euros que destinó el Consorcio Ciudad de Cuenca en su comisión ejecutiva de diciembre de 2010.

El cementerio está ubicado en un cerro a aproximadamente un kilómetro del barrio del Castillo, muy cerca del casco antiguo de Cuenca, declarado por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad, y con unas de las mejores vistas a la hoz del río Júcar.

Antonio Saura (Huesca, 1930-Cuenca, 1998) descansa junto a dos de sus hijas, Elena (1962-1983) y Ana (1959-1990), tras una lápida de mármol blanco algo desgastada a unos metros de la entrada del camposanto.

A la derecha del recinto, en una hilera de seis alturas están algunos de los nichos en los que se entierra de forma exclusiva a los hermanos de la Hermandad de San Isidro.

Enfrente, el espacio lo ocupan unos 150 canónigos del Cabildo de la Catedral de Cuenca y muy cerca los nuevos 42 columbarios que se han creado y que aún están vacíos.

Seguidamente, tras una puerta de hierro se descubren en un pequeño jardín con unas espectaculares vistas tres tumbas arropadas por almendros, cerezos, cipreses, olivos y yuca.

En ellas descansan, por este orden, Federico Muelas (Cuenca, 1910-Madrid, 1974) Fernando Zóbel (Manila, 1924-Roma 1984) y Luis Marco Pérez Pérez (Fuentelespino de Moya (Cuenca), 1896-Madrid 1983).

Las obras de Fernando Zóbel, que fundó junto a Gerardo Rueda y Gustavo Torner el Museo de Arte Abstracto de Cuenca, cuelgan en los museos más importantes del mundo.

Actualmente toma su nombre la recién inaugurada estación de alta velocidad (Ave) y uno de los institutos conquenses.

El recinto, de unos mil metros cuadrados, también lo forman una ermita y una sala de juntas para los 200 hermanos de la Hermandad.

En el cementerio hay unos 300 nichos que pertenecen a sus miembros, aunque todavía hay disponibles unos 70, según Belinchón, quien destaca que de momento hay espacio suficiente para los que vengan porque el año pasado sólo fallecieron unas 4 o 5 personas.

El cementerio de San Isidro se empezó a construir en el año 1729 y no se terminó hasta diez años después gracias a los 700 ducados que donó el provisor del entonces obispo, Isidro Bustamante, que también sirvieron para pagar los ornamentos de la ermita, según fuentes del Archivo Diocesano consultadas por Efe.

El 18 de octubre de 1739 el recinto fue bendecido y años después se estudió hacerlo municipal, aunque sus pocas dimensiones y su ubicación, en la parte alta de la ciudad, hicieron desistir de esta idea.

También se encuentran en este cementerio las momias halladas en la Iglesia de la Santa Cruz, una de ellas con una bula papal, según las mismas fuentes.

Hace casi dos décadas, la encargada de su mantenimiento era Antonia, que decoraba incluso el entorno con calaveras y otros detalles singulares.

Ahora es José Peñuelas el que se ocupa de él pero, según señala a Efe, "hay pocas visitas", sólo para fechas señaladas como la festividad de Todos los Santos.

El cementerio está abierto durante el invierno de 16:00 a 18:00 horas de lunes a sábado y de 10:30 a 13:30 horas los domingos y festivos.

En la ciudad de Cuenca hay otro cementerio, en este caso municipal, que se encuentra ubicado al otro lado de la ciudad, cerca de la carretera que conduce a Madrid.

Por Lorena Mayordomo

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