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Aprender astrofísica jugando al minigolf

Un museo neoyorquino inaugura una peculiar instalación para enseñar ciencia práctica a los más pequeños

ANTONIO LAFUENTE

Jugar al golf con el universo sería una empresa de dioses; pero el Universo es cuestión de tamaños y sus leyes rigen también en la Tierra. Así que, ¿por qué no convertirlo en un minigolf para que jueguen los niños?

Esa es la propuesta que el Hall of Science ha hecho realidad para explicar a padres e hijos leyes y propiedades de la física como la gravedad, el movimiento, la velocidad, la inercia y la aceleración. Inaugurado en 1964, el Hall of Science está situado junto al parque de Flushing Meadows, en el barrio neoyorquino de Queens, y está especializado en enseñar la ciencia a los niños. Cuenta con varias salas en las que los visitantes pueden mirar por microscopios, estudiar el universo con ordenadores, crear moléculas o conocer la evolución de pájaros como el kiwi, en una sala que, además, es bilingüe en inglés y español.

Con motivo de la inauguración del minigolf, que ayer sábado se abrió a los visitantes, el astronauta de la NASA Charles Camarda explica a Público que 'las cosas que los niños hacen cada día están relacionadas con la física y la ciencia. Con instalaciones como esta pueden aprender y entender algunos de los principios fundamentales de la ciencia. Por ejemplo, el hecho de ver cómo la gravedad interviene cuando golpeamos una pelota y llega a una pendiente'.

Camarda, que ha viajado a la Estación Espacial Internacional, asegura que más importante aún es el hecho de que los niños puedan, a través del juego, 'apasionarse' con la física y 'perfilar lo que quieren ser en el futuro'.

Flanqueados por dos cohetes de la NASA de unos 20 metros de altura, alumnos, profesores y padres disponen de nueve hoyos al aire libre para sentirse, si no los dioses Titán y Atlas, nombres de las dos naves espaciales, sí los científicos que tratan de descubrir cómo funciona el universo y cómo se coloca un objeto en el espacio.

Nadie puede equivocarse; no es, o no debe ser, un juego de golf cualquiera. Así, el campo se abre con la siguiente leyenda: '¿Cómo hicieron estos cohetes para llegar al espacio y regresar a casa de manera segura? Lo hicieron sobre leyes científicas y con astronautas que las conocen. Estos expertos saben cómo se mueven los objetos en el espacio y qué ocurre cuando interactúan. Las mismas leyes que explican la trayectoria de un cohete rigen la de las pelotas de minigolf en la Tierra'. El letrero concluye: 'Por eso, mientras conduces tu pelota, pon atención y tendrás la oportunidad de descubrir los secretos de los vuelos espaciales'.

'Me habría encantado tener un lugar como este cuando era pequeño', dice Camarda, que tuvo un comienzo tardío en su carrera espacial: trabajó durante 20 años como ingeniero para la NASA, pero fue seleccionado como astronauta cuando tenía 44 años y viajó al espacio con 54.

El primer hoyo del minigolf muestra cómo, para alcanzar Saturno, un jugador debe escoger una ventana de lanzamiento, el momento en el que la pelota, convertida en cohete, puede atravesar las órbitas de planetas y otras materias interestelares que pueden obstaculizar su trayectoria. El segundo explica la necesidad del empuje para vencer la gravedad de la Tierra. El tercero, cómo dar la velocidad necesaria y la trayectoria correcta para que la nave pase a través de una estructura rizada que simula la ingravidez. El cuarto hoyo instruye sobre la colocación del cohete en la órbita correcta. El quinto ayuda a acoplar objetos en el espacio. El sexto enseña a evitar la basura espacial. El séptimo, a usar la fuerza gravitatoria para lograr que una nave alcance otro planeta. El octavo hoyo indica cómo buscar el ángulo correcto para entrar en la atmósfera. Y por fin, el noveno, cómo aterrizar con seguridad.

La pregunta que siempre queda flotando en el aire con este tipo de juegos es si realmente los niños aprenden o sólo juegan al minigolf. El director del Museo, Eric Siegel, cree que ese es el reto de profesores y padres e, incluso, confiesa que 'los letreros están casi más para los padres; para que tengan algo que enseñar a sus hijos' cuando vayan con ellos al museo.

Así, al menos, una cosa está garantizada: si no aprenden los niños, aprenderán los mayores.

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