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El Chernóbil de la carrera espacial

Rusia recuerda, 50 años después, la explosión de un misil en el cosmódromo de Baikonur que allanó el camino de EEUU hacia la conquista de la Luna

MANUEL ANSEDE

Era la noche del 24 de octubre de 1960. En un punto secreto de las estepas de Asia Central, yacían decenas de cadáveres churruscados. La flor y nata de la ingeniería espacial soviética, los hombres destinados a poner al primer ser humano en la Luna, se acababan de evaporar en una nube de fuego. Por el suelo quedaban sus dientes, sus medallas, las llaves de sus casas.

La última obra del diseñador de cohetes Mijaíl Yángel, un misil balístico intercontinental R-16, acababa de estallar en la misma plataforma de lanzamiento desde la que, tres años antes, se había enviado con éxito el primer artefacto humano a orbitar la Tierra, el satélite Sputnik 1. En un minuto, la URSS había pasado de liderar la carrera espacial a casi renunciar a la hazaña de pisar la Luna antes que EEUU.

Rusia conmemoró el pasado domingo los 50 años transcurridos desde el llamado Desastre de Nedelin, la peor catástrofe de la historia de la investigación espacial. Murieron unas 120 personas, más del doble que en el accidente de la central nuclear de Chernóbil. Y un centenar más que en la explosión del transbordador espacial Challenger de la NASA en 1986. Allí estaban los ingenieros que apretaron el botón de despegue del Sputnik y diseñaron parte de sus entresijos. Acabaron desintegrados o convertidos en pelotas de carne sin pelo ni ropa. 'La gente murió con un dolor espantoso, básicamente quemados vivos, pero el país y el resto del mundo no aprendió casi nada de esta terrible catástrofe y de sus héroes', explicó esta semana la agencia espacial rusa Roscosmos en un comunicado.

Durante 30 años, el accidente permaneció prácticamente en secreto. El Partido Comunista no podía permitir que el mundo supiera que su tecnología punta había fallado como una escopeta de feria. Nikita Jruschov, heredero de Stalin, ordenó silenciar el accidente la misma noche del 24 de octubre, con los cadáveres de sus soldados y científicos todavía esparcidos por el suelo kazajo. El mundo no podía saber nada. El Día de la Gran Revolución de Octubre, el 7 de noviembre, estaba cerca y la catástrofe no podía manchar las celebraciones.

No era tarea fácil. Uno de los muertos era el comandante de las Tropas de Misiles Estratégicos, el mariscal Mitrofan Nedelin, que estaba al frente de los ensayos con el R-16. El Gobierno soviético envió un comunicado asegurando que Nedelin había muerto en un accidente aéreo y lo enterró con honores. Más de 80 cadáveres se enterraron en una fosa común.

El español Luis Ruiz de Gopegui estaba entonces al otro lado del Telón de Acero. En 1969, cuando Neil Armstrong puso su pie y el de toda la humanidad sobre la Luna, Ruiz de Gopegui era director de la estación de la red de la NASA de seguimiento de naves tripuladas en la localidad madrileña de Fresnedillas de la Oliva. 'Entonces no se sabía nada, yo me enteré en los ochenta por una revista de EEUU', recuerda el físico de 81 años. 'Fue el mazazo final que permitió que EEUU llegara primero a la Luna', sostiene.

La URSS no quería que la noticia traspasara el Telón de Acero, pero los satélites espías de EEUU detectaron una explosión en el actual Kazajistán. Algunos medios de comunicación occidentales publicaron informaciones confusas sobre la catástrofe, pero en seguida se diluyeron en el torrente de rumores que circulaba sobre el programa espacial soviético, que hablaban de 'cosmonautas que se lanzaban al espacio y no regresaban, pero que eran mentira', según rememora Ruiz de Gopegui.

Hasta 1989 no se conoció nada de manera oficial sobre el Desastre de Nedelin, bautizado así por el historiador espacial James Oberg, ex científico de la NASA, para subrayar la implicación del militar en la catástrofe. 'El comandante había violado todos los protocolos de seguridad cuando ordenó a los técnicos entrar en la plataforma de lanzamiento. Quizás para apoyar su orden él mismo les acompañó y murió con los demás cuando el misil explotó', explicaba Oberg en un artículo de la revista especializada Air & Space Magazine en diciembre de 1990.

Moscú no abrió la boca hasta 1989, cuando la URSS se desmoronaba. Entonces, el semanario Ogonyok, partidario de la glásnost -la política impulsada por Mijaíl Gorbachov para aflojar el puño de hierro del Partido Comunista-, publicó el primer artículo sobre la tragedia. La URSS desclasificó el archivo y el mundo conoció los espeluznantes detalles del accidente.

En la primera etapa de la carrera espacial, el éxito dependía de los misiles balísticos intercontinentales, diseñados para llevar una bomba atómica a Moscú o Nueva York, pero cuya tecnología era apta para emprender la exploración de los vecinos de la Tierra. Uno de estos cohetes, el R-7, convertiría en 1961 al cosmonauta Yuri Gagarin en el primer ser humano en salir del planeta.

Nedelin quería regalar a Jruschov un arma más poderosa que el R-7, desarrollado en la década de 1950, para presentarla en el aniversario del día grande de la Revolución Bolchevique. El 21 de octubre de 1960, bajo la dirección del mariscal, el misil R-16, de unos 30 metros de longitud, se colocó en la plataforma de lanzamiento. El personal de la base, hoy abandonada a las afueras del cosmódromo de Baikonur (Kazajistán), comenzó a llenar el depósito.

Cuando todo parecía listo, los técnicos comprobaron que el tanque chorreaba combustible, unas 145 gotas por minuto, según detalla el experto ruso Anatoly Zak en una de las mejores revisiones del desastre publicada en Russianspaceweb.com. Los técnicos consideraron que la fuga no suponía un peligro y decidieron seguir adelante. En los siguientes días, aparecieron más chapuzas: válvulas estropeadas, fallos en el sistema eléctrico y arreglos efectuados a toda prisa.

La noche del 24 de octubre, los retrasos se acumulaban y el Kremlin llamaba por teléfono a Nedelin para averiguar qué estaba ocurriendo. Todo estaba listo. Las autoridades se encontraban en la estación de control, a unos 800 metros de la plataforma de lanzamiento. El mariscal se levantó y se acercó al misil para comprobar qué pasaba. Y se llevó a su ejército de subordinados con él.

'Todavía hay discusiones sobre el comportamiento de Nedelin el día del lanzamiento. Sus colaboradores más cercanos defienden su decisión de acercarse a la plataforma como un ejemplo de su dedicación al programa. Sin embargo, otros veteranos creen que la actitud de Nedelin no sirvió para nada que no fuera distraer al personal y comprometer la seguridad del lanzamiento', señala Zak. El mariscal, que había sido distinguido como Héroe de la Unión Soviética por su labor en la Segunda Guerra Mundial, pidió una silla y se sentó a 15 metros del misil.

A las 18:45, media hora antes del momento señalado para el lanzamiento definitivo, unas 250 personas pululaban alrededor del cohete. Tras un cúmulo de fallos, uno de los motores se puso en marcha y la chispa alcanzó el depósito de combustible.

La película de la explosión, unos pocos segundos grabados por un cámara soviético, es sobrecogedora. La bola de fuego devora todo lo que encuentra y algunas personas salen de ella envueltas en llamas. El responsable de la investigación del desastre, Leonid Brézhnev, que llegaría años más tarde a liderar la URSS, prometió que no habría sanciones. 'Todos los culpables ya han sido castigados', aseguró. Yángel, el diseñador del misil, se salvó de milagro. Estaba tan nervioso que abandonó la plataforma para fumar un cigarro.

Los primeros de EEUU
El 27 de enero de 1967, fallecían los primeros astronautas estadounidenses, Gus Grissom, Ed White y Roger Chaffee, durante unas pruebas de lanzamiento del vehículo ‘Saturno’ del Programa Apolo. Los micrófonos recogieron los gritos de los tres tripulantes, cuando la cápsula se incendió.

La maestra astronauta
El 28 de enero de 1986, el transbordador ‘Challenger’ se iba a convertir en el primero en llevar a un ciudadano de a pie. Se escogió a la maestra Christa McAuliffe. El ‘Challenger’ explotó ante los familiares de los siete tripulantes y los alumnos de la maestra.

De regreso
También fueron siete los tripulantes muertos en la desintegración, a su regreso a la Tierra, del transbordador ‘Columbia’, en febrero de 2003.

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