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Cuando la ciencia trata de conectar el juego con la creatividad

Neil Gershenfeld, director del Center for Bits and Atoms (MIT), analiza los límites entre el mundo físico y el digital

TONI POLO

¿Es posible dar inteligencia a los objetos? ¿Y hacer que las cosas piensen? El físico estadounidense Neil Gershenfeld (1957) lleva casi 10 años en el intento. Y lo está consiguiendo. En cierto modo, ha pasado de los PC a los PF, es decir, fábricas personales. Días atrás estuvo unas horas en Barcelona, en el Fab Lab del Instituto Avanzado de Arquitectura de Catalunya (IAAC), una entidad que colabora con el Massachussets Institute of Technology (MIT) en el análisis de los límites del mundo digital y físico, empezando por la creación de ordenadores moleculares.

Gershenfeld cuenta que su referente es Marvin Minsky, que pasa por ser el creador de la inteligencia artificial. Minsky es uno de los padres de la computación y uno de los fundadores del laboratorio de inteligencia artificial del MIT. 'Un día se le ocurrió observar lo que hacían los adultos y lo que hacían los niños, y decidió no crecer... Y es de los científicos más famosos y prestigiosos del mundo. Yo, como él, creo que el camino del éxito en la ciencia es la conexión entre creatividad y juego'.

El equipo de Gershenfeld dio, hace años, con un airbag para niños a partir de un juego: un sensor que diferenciaba a las personas por su peso. 'Es un ejemplo de dar inteligencia a las cosas', explica el físico. Ahora trabaja en el desarrollo de un pequeño dispositivo, un chip equivalente a un servidor, que cueste un dólar. Mientras sostiene con los dedos un microchip explica: 'Es diminuto, pero está concebido para que todo un edificio sea inteligente'.

Para este científico es importante insistir en defender la utilidad de estos proyectos: 'La razón más importante en los tiempos que corren es ser eficientes en el uso y el gasto de energía: que una lámpara reaccione y se apague si ya hay luz natural en una habitación. Esto ya existe y está aplicado'. En el MIT investiga sobre la fabricación digital. El objetivo es construir una máquina que, a partir de moléculas, pueda crear cualquier objeto.

Laboratorios de uso práctico y de lo más diverso para hacer antenas para conexiones a Internet, muebles, gafas, herramientas para agricultura... Su opinión es que a medio plazo esta tecnología se abaratará: 'Ya la tenemos, ahora hay que esperar a que su desarrollo la haga más económica y rápida. Hablo de dos o tres años, no creo que más. Estamos ante una revolución igual a la que representaron los ordenadores personales'.

El propósito es claro, unir bits y átomos para obtener el fabricador personal (PF) que sustituya al PC. La idea, de hecho, no es otra que relacionar hardware y software, información e instrumentos, estructura física y estructura lógica. Es decir: razón y materia. 'Construimos un edificio que no tenga ordenadores, sino que sea un ordenador en sí mismo', aventura, pero sin especular con algo intangible 'En zonas rurales ya existen edificios en los que los vecinos utilizan esta tecnología para fabricarse muebles, por ejemplo', dice.

El IAAC, bajo la dirección del arquitecto valenciano Vicente Guallart, participó en el prototipo de la primera 'vivienda informacional', basada en una computerización distribuida. Se trata de una investigación creativa que persigue la creación de objetos inteligentes, conscientes de su entorno y capaces de predecir los objetivos del usuario e incluso su estado de ánimo.

La clave está en las Redes Neuronales Artificiales (RNA), un ambicioso
sistema inspirado en la forma en que funciona el sistema nervioso de los animales: la interconexión de neuronas en una red que colabora para producir un estímulo de salida.

A partir de ahí se realiza una simulación de las propiedades observadas en los sistemas neuronales biológicos, a través de modelos matemáticos recreados mediante mecanismos artificiales (un ordenador, por ejemplo). Cada neurona de una RNA tiene asociada una función matemática con el objetivo de conseguir que las máquinas den respuestas similares a las que puede dar el cerebro. 'Los científicos coincidimos en que, en términos de escala, un cerebro es muchísimo mayor que cualquier RNA creada hasta ahora', concluye.

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