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'Fiebre de las cabañas' en versión espacial

La anulación del campo magnético terrestre provoca agresividad en las ratas

JAVIER YANES

La mirada insana de Jack Nicholson en El resplandor contribuyó a popularizar la llamada fiebre de las cabañas, un presunto ataque de locura que sufren quienes quedan atrapados en lugares remotos y que les induce a agredir a sus compañeros.

Aunque no existe un síndrome definido como tal, la posibilidad de que el aislamiento destroce la cordura de los astronautas sale a relucir cuando se plantea el futuro de la exploración espacial.

Pero según científicos rusos, el riesgo en este caso no se limita al estrés psicológico, sino que podría existir además un factor biológico: los investigadores han comprobado que las ratas privadas del magnetismo terrestre desarrollan agresividad y otras alteraciones de conducta.

Los científicos construyeron un habitáculo en el que redujeron mil veces el campo magnético terrestre. En su interior mantuvieron a 12 ratas durante 35 días, dejando a un grupo similar en condiciones normales como control del experimento, según informa la agencia rusa RIA Novosti.

La directora del Instituto de Biología y Biofísica de la Universidad de Tomsk, Natalya Krivova, señala que el primer efecto que observaron en los animales magnéticamente aislados fue un aumento de la agresividad.

Pérdida de memoria

Krivova explica que las ratas acostumbran a luchar entre ellas para establecer la jerarquía y que este comportamiento desaparece en los grupos estructurados. Las ratas del experimento olvidaron las reglas sociales, una anomalía quizá asociada a la pérdida de memoria, ya que también tendían a inspeccionar de nuevo el entorno que ya conocían.

Según otro responsable del proyecto, Kirill Trukhanov, del Instituto de Problemas Biomédicos de la Academia Rusa de Ciencias, estos síntomas no se han observado hasta ahora en los astronautas porque actualmente las misiones prolongadas se limitan a la órbita terrestre cercana, donde el magnetismo solo se reduce un 20%.

Pero Trukhanov cree que un viaje a Marte, cuyo campo magnético es miles de veces menor que el de la Tierra, podría provocar en los humanos perturbaciones parecidas a las del experimento. Por suerte, prosigue el científico, se puede simular el magnetismo terrestre en las naves espaciales.

Para Javier de Felipe, neurobiólogo del CSIC que en 1998 observó “cambios permanentes” en los cerebros de ratas criadas en microgravedad a bordo de la nave Columbia, los resultados de los rusos son “verosímiles”. Aunque hayan empleado ratas adultas y el factor ensayado sea diferente, De Felipe opina que los efectos detectados por él podrían traducirse en “problemas psicológicos y psiquiátricos”. “Somos un producto de la evolución en la Tierra y es un vínculo difícil de romper”, dice.

El campo magnético de la Tierra actúa como escudo contra el viento solar, un flujo de partículas cargadas que emana del Sol. No todos los planetas poseen campo magnético: Venus carece de él, y los de Mercurio y Marte son débiles.

El magnetismo terrestre fluctúa. Según Trukhanov, “se ha sugerido que catástrofes como, digamos, la extinción de los dinosaurios, podrían relacionarse con momentos en que el campo desapareció”.

La polaridad norte-sur de la Tierra se invierte como promedio cada 400.000 años. La última vez ocurrió hace 800.000 años. El pasado mayo, científicos holandeses publicaron en ‘Nature Geoscience’ que el campo se ha debilitado en los últimos siglos, lo que podría anunciar una próxima inversión de los polos.

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