Este artículo se publicó hace 17 años.
Hollywood maltrata a la ciencia
Hierático y a la vez azorado, pues le va la vida a su personaje, el actor Gary Sinise contempla un monitor en el que deambula estultamente una presunta doble hélice de ADN. Solemne, proclama: “¡Parece ADN humano!”. A lo que su avispada compañera replica sin inmutarse: “Pero le falta el último par de cromosomas”.
El séptimo arte ha acostumbrado al espectador a tragarse expresiones como “proteína unicelular” Tal escena no es producto de una pesadilla surrealista, sino de la película Misión a Marte. Poco importa que la cinta sea obra del laureado director Brian de Palma, que los créditos hagan gala de un presunto asesoramiento técnico de la NASA, y que el presupuesto de la producción hubiese podido costearles un entrenamiento a cargo del presentador Ramón García para saber más que un niño de primaria. Ni de un cromo del ADN se puede inferir si es humano o cefalópodo, ni el ADN contiene pocos o muchos cromosomas, sino al contrario.
El séptimo arte ha acostumbrado al espectador a tragarse expresiones como “proteína unicelular” o “virus carnívoro”, o a las mil y una perversiones del término “mutación”, todo ello producto de guionistas y directores veleidosos con una absoluta falta de escrúpulo al retorcer las leyes de la física, la matemática, la química o la biología para acomodarlas al particular albedrío del universo hollywoodiense. En Estallido, suspense vírico sostenido por la eficacia de Dustin Hoffmann, un mono infectado produce un antisuero que parece ser apto para inyectarlo directamente en las venas de los pacientes y, además, el minúsculo animal lo fabrica en cantidad suficiente para abastecer a todo un pueblo asolado por la epidemia.
Creer en lo imposible
No se trata de eliminar la fantasía en el cine, sino de ceñirlo a los mismos criterios de rigor que prestan credibilidad a una producción basada en la solidez de los detalles históricos o del vestuario. Según el ingeniero y profesor Tom Rogers, autor de la web educativa Física cinematográfica insultantemente estúpida, “un viejo axioma de la ficción dice que se puede pedir a un espectador que crea lo imposible, pero no lo improbable”.
No se trata de eliminar la fantasía en el cine, sino de ceñirlo a los mismos criterios de rigor Según el ejemplo propuesto por Rogers, es aceptable plantear que el villano de guardia ha activado dentro de la caja fuerte una bomba de antimateria que reducirá el planeta a una nube cósmica de teselas de baño. Pero si el héroe adivina milagrosamente la combinación correcta de la caja al primer intento, provocará en la sala un coro unánime al grito de “¡venga ya!”.
Por ello, quizá el atentado más flagrante contra la ciencia en el cine no provenga de casos como La guerra de las galaxias del tándem Lucas-Spielberg —donde existe un desprecio consciente y cómplice hacia los fenómenos de microgravedad, silencio espacial o rozamiento atmosférico—, sino de producciones que se barnizan de ciencia escudándose en clichés preconcebidos o en jerga pseudocientífica.
Los ejemplos abundan en el terreno de la ciencia ficción. En la mencionada Misión a Marte, un astronauta se congela ipso facto al arrancarse su escafandra en el espacio. Según los expertos, la baja densidad de moléculas en el vacío impide que el rozamiento arrebate el calor del cuerpo, y la congelación por irradiación pasiva es extremadamente lenta. Muy al contrario, el efecto inmediato sería un achicharramiento por la radiación cósmica. Películas como El núcleo, donde un equipo debe penetrar hasta el centro de la Tierra a bordo de una tuneladora para restaurar el campo magnético del planeta; El día de mañana, con delirios climáticos aberrantes; o Armaggedon, con Bruce Willis salvando al planeta de su destrucción por un asteroide amenazador, son una sarta de despropósitos científicos, a juicio de Costas Efthimiou, físico teórico de la Universidad de Florida Central (EEUU) especializado en el difícil matrimonio entre ciencia y cine.
Cálculos de servilleta
Efthimiou y otros expertos emplean los llamados problemas de Fermi, en honor al Nobel Enrico Fermi, que era un gran entusiasta de lo que podría denominarse “cálculos de servilleta de bar”. Consiste en emplear estimaciones cuantitativas simplificadas a las que aplican las leyes de la física, convirtiendo el lance de la película en un problema real, y así justificar con datos la imposibilidad de un recurso del guión.
Utilizando este procedimiento, Efthimiou demuestra que es imposible que uno de los personajes de El núcleo se hunda en un mar de lava, porque la roca líquida es mucho más densa que su cuerpo, o que al trasladar por levitación el puente Golden Gate de San Francisco, el villano Magneto de X-Men 3 debería perder más de 600 kilos de su peso para generar la fuerza magnética requerida.
Las balas no producen chispazos al impactar sobre metal No sólo la ciencia ficción es víctima de los gazapos científicos. Rogers se ha ocupado de analizar, teórica e incluso empíricamente, fenómenos que se dan por asumidos y que forman parte del inventario de recursos del cine comercial. Los resultados son sorprendentes: las balas no producen chispazos al impactar sobre metal, los rayos láser son invisibles, y un balazo en el depósito de combustible de un vehículo no lo hará explotar. Aún más insólito, un cigarrillo encendido arrojado sobre un charco de gasolina no logra prender el carburante, algo que el propio Rogers asegura haber comprobado en distintas condiciones con un total de 223 cigarrillos, y una equivocación que sedujo al mismísimo maestro Alfred Hitchcock en una de las escenas más tensas de su thriller Los pájaros.
Una escena paradigmática y repetida hasta la saciedad es la del actor atravesando una ventana sin sufrir un simple rasguño. Rogers recuerda la época en que los especialistas en efectos especiales fundían y laminaban azúcar para fabricar un falso cristal inofensivo, una técnica artesanal que hoy se ha sustituido por plástico que imita el vidrio.
Pero los guionistas parecen olvidar que se trata de simular la situación en el mundo real, donde reventar una luna con el cuerpo no es una experiencia tan dulce: “Debido al peso y a la inercia, grandes fragmentos caen como guillotinas, y la persona se precipita a gran velocidad sobre filos que rebanan la ropa, la piel y la carne”, explica Rogers, para concluir con sarcasmo: “Se puede sobrevivir. También hay quien sobrevive al Ébola”.
Aprender de los errores
Para Efthimiou no se trata de un simple entretenimiento. En su reciente artículo La física en las películas: una valoración, su propósito queda de manifiesto: “Sin un público científicamente culto, la discusión pública significativa de importantes cuestiones éticas y científicas será virtualmente imposible. Las distinciones borrosas entre ciencia y pseudociencia llevarán al miedo y a la opinión no fundada en los hechos”.
Efthimiou trata de desmontar el perfil que los largometrajes dibujan de los propios científicos Con esta premisa, el físico dirige desde hace cinco años, con notable éxito, un curso universitario destinado a impartir física mediante los ejemplos de Fermi aplicados al cine. Además de la imagen de la ciencia en la pantalla, Efthimiou trata de desmontar el perfil que los largometrajes dibujan de los propios científicos: “aburridos, estrechos de mente, faltos de imaginación y peligrosos, incluso diabólicos”. Ejemplos como los perversos clonadores de Alien Resurrección, el Doctor Octopus de Spiderman 2, o los insensibles creadores de ciber-pinochos de Inteligencia Artificial, dan muestra del papel asignado a los científicos en las tramas.
En España aflora la tendencia en diversos blogs dedicados a esta materia. Entre ellos figura Malaciencia, del ingeniero de telecomunicaciones y desarrollador de software Alfonso de Terán. En sus dos años de vida, ha publicado más de 170 comentarios críticos sobre el maltrato que sufre la ciencia en los designios de los guionistas. Y no se limita a las superproducciones made in Hollywood: “En España no se hace mucho cine de género, pero incluso las series de televisión suelen cometer errores científicos en busca de la espectacularidad”, sentencia.
Algunos académicos siguen la misma senda, como Pilar Bacas y José María Sorando, en la enseñanza secundaria, o Jordi José y Manuel Moreno, mediante sus cursos en la Universidad Politécnica de Cataluña y a través de sus libros y colaboraciones en prensa. En la Universidad de Oviedo, el físico Sergio Luis Palacios promueve desde 2004 la asignatura Física en la Ciencia Ficción. Palacios trata con ella de azuzar el interés de los estudiantes por las disciplinas científicas y de tamponar un clima social a su juicio muy desfavorable, al que en su apreciación contribuyen “los medios de comunicación, donde el analfabetismo científico llega a límites realmente alarmantes”.
Siempre hay excepciones
Por fortuna, en el lodo también destellan algunos diamantes. Los expertos coinciden en señalar como ejemplos de buena ciencia en el cine la dictadura genética de Gattaca, la especulación cósmica de Contact y la odisea espacial de 2001, donde Stanley Kubrick contó con el asesoramiento del autor, Arthur C. Clarke, para plasmar un espacio sin sonido ni pirotecnia, una simulación de la gravedad creada por rotación, o un correcto reflejo de la ausencia de “arriba y abajo”, error habitual en otras producciones en las que dos naves coinciden de forma casual en la misma orientación con respecto a un punto de referencia absurdo: la cámara que las filma.
Frente a estas joyas, es previsible que la factoría de los sueños siga fustigando la inteligencia del espectador con adefesios científicos como la película que para Tom Rogers se merece el Óscar a la física insultantemente estúpida: El núcleo. “Es tan mala, que es buena”, advierte.
Los vampiros, una imposibilidad matemática
En su lucha por imponer la ley científica en el terreno del imaginario colectivo, el físico Costas Efthimiou no se conforma con hundir su bisturí en el cine. También el folclore popular es susceptible de pasar por el tamiz de los cálculos de Fermi para dejar en evidencia su irracionalidad.
El último trabajo de Efthimiou, publicado recientemente en la web arXiv de la Universidad de Cornell (EEUU), demuestra que vampiros, fantasmas y zombis sencillamente no existen. Los espectros no pueden atravesar paredes y al mismo tiempo subir escaleras, un atentado contra el sentido común reflejado en películas como Ghost, y al que el físico aplica el principio de acción y reacción.
En el caso de los discípulos del conde Drácula, el razonamiento es matemático. Según el autor, la estimación del gobierno estadounidense sobre la cifra de población mundial para el 1 de enero de 1600 era de 536.870.911 habitantes. Si ese día hubiese surgido el primer vampiro y hubiera mordido a una víctima cada mes, reclutándola así para la causa de las tinieblas, en junio de 1602 todos los seres humanos se habrían convertido en vampiros, sin nadie de quien alimentarse.
El argumento desbanca la teoría vampírica por dos vías. Primero, la reducción al absurdo, una vieja conocida de los estudiantes de ciencias. Segundo, el principio antrópico: cualquier hipótesis tiene que ser compatible con la existencia humana. Y el mal sueño de Bram Stoker por una indigestión de cangrejo —según cuenta la leyenda— no lo es. Los sueños, sueños son.
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