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Indiana Jones y los dinosaurios del Gobi

Una exposición en Madrid muestra uno de los huevos de Oviraptor desenterrados en la década de 1920 por el explorador Roy Chapman Andrews, modelo para el arqueólogo cinematográfico

MANUEL ANSEDE

'En los [primeros] 15 años [de trabajo de campo], puedo recordar una decena de ocasiones en las que escapé de la muerte por los pelos. Dos de ellas atrapado en tifones, una cuando nuestro barco fue atacado por una ballena herida, en otra ocasión mi mujer y yo estuvimos a punto de ser devorados por perros salvajes, en otra estábamos a merced de un grupo de lamas fanáticos, en otro par escuché llamadas de la muerte al caerme de unos acantilados, en otra casi me coge una pitón gigantesca y en otras dos podría haber sido asesinado por bandidos'.

Parece una bravuconada de un personaje de una novela de aventuras, pero esta parrafada es un fragmento de la autobiografía del estadounidense Roy Chapman Andrews, un naturalista, aventurero y explorador que acabó cambiando, casi sin querer, el curso de la paleontología. Fue, posiblemente, el último mercenario de la ciencia.

A comienzos del siglo XX, el entonces director del Museo de Historia Natural de EEUU, Henry Fairfield Osborn, hoy conocido por apoyar la idea de una raza superior y echar gasolina a la eclosión del régimen nazi, postuló la teoría de que el origen del ser humano se encontraba en Asia. Pero alguien tenía que demostrarlo. Y allí estaba Andrews, entonces un treintañero que había entrado en el museo como taxidermista y había acabado como explorador en las Indias Orientales.

Andrews no tenía un dólar. Así que se fue al despacho del banquero J. P. Morgan Jr. y le enseñó un fajo de mapas del desierto del Gobi que mostraban enormes zonas inexploradas, presumiblemente llenas de fósiles que desvelarían el nacimiento de la humanidad. Según una de sus biografías, El cazador de dragones, apenas 15 minutos de entusiasmo bastaron para que Morgan le ofreciera 50.000 dólares, el equivalente a un millón de los de ahora.

Tras el banquero cayó el resto de la crema de la sociedad neoyorquina: Colgate, ya dueño de un emporio construido sobre el jabón y la pasta de dientes, y el banquero Thomas W. Lamont, que años más tarde financiaría el partido fascista italiano de Benito Mussolini. En otro encuentro con John D. Rockefeller Jr. consiguió otros 50.000 dólares.

En 1922, Andrews partió hacia Mongolia, en busca del primer ser humano. Llegó al desierto del Gobi sobre un caballo, pistola en ristre y cubierto por un sombrero de boy scout. Hoy parecería una caricatura de Indiana Jones. Pero es al revés. El espíritu del naturalista estadounidense sirvió de modelo para las películas de aventuras de la década de 1940, y estas acabaron inspirando los guiones de George Lucas, el padre de Indiana Jones.

La expedición de Andrews a Mongolia fue un fracaso. Se enfrentó a violentas tormentas de arena, ataques de bandidos, serpientes venenosas y temperaturas de 40 grados bajo cero durante la noche y 45 grados de día, pero no halló ni un miserable fósil humano. Sin embargo, de la arena del Gobi comenzaron a brotar restos de animales fantásticos, desconocidos hasta entonces.

El equipo de Andrews desenterró huesos de Baluchitherium, un animal de 20 toneladas, parecido a un gigantesco rinoceronte, que todavía hoy se considera el mamífero de mayor tamaño que jamás haya pisado la faz de la Tierra. Y también descubrió los Protoceratops, un grupo de dinosaurios con cuernos, del tamaño de una oveja, que pastaban en las praderas de Mongolia hace unos 80 millones de años.

Durante cinco expediciones, emprendidas entre 1922 y 1930, Andrews sacó a la luz decenas de nuevas especies de mamíferos y reptiles gigantes del Cretácico, siempre con la pistola en el cinto para repeler a las bandas armadas de Mongolia, entonces sacudida por la cercana guerra civil china. Y entre tanto fósil, el explorador se topó con un hallazgo que dio la vuelta al mundo: huevos de dinosaurio, la prueba casi definitiva de que los grandes reptiles no se extinguieron del todo, sino que evolucionaron hasta dar lugar a las aves.

A partir de hoy, uno de aquellos huevos que cambiaron la historia de la paleontología puede contemplarse en España. El Museo de la Ciencia de Alcobendas (Madrid), perteneciente a la Fundación La Caixa, inaugura hoy la exposición Dinosaurios. Tesoros del Gobi, que muestra esqueletos completos de Tarbosaurus, los primos asiáticos del Tiranosaurus rex; las gigantescas garras de un Therizinosaurus y una pareja de Gallimimus, los veloces dinosaurios que huían como gallinas de un T-rex en la película Parque Jurásico. Prácticamente todos los fósiles, magníficamente conservados por la arena del Gobi, fueron desenterrados por científicos soviéticos a partir de la década de 1960, menos el huevo de Roy Chapman Andrews.

Ayer, a la sombra de los Tarbosaurus de Alcobendas, paseaba el heredero de Andrews: Rinchen Barsbold, director del Instituto de Paleontología de la Academia de las Ciencias de Mongolia. Él solo ha encontrado y bautizado en el Gobi una veintena de especies desconocidas de dinosaurios. Su historia no tiene nada que ver con la del estadounidense. Durante años, Barsbold, nacido en Ulán Bator en 1935, publicó sus estudios en ruso, al margen de la comunidad científica. Fue uno de los primeros paleontólogos en demostrar el vínculo entre las aves y los dinosaurios, pero su trabajo no traspasó el telón de acero.

A sus 75 años, Barsbold estaba ayer reivindicativo. 'Todos los fósiles sacados de Mongolia en los años 20 deben volver a Mongolia', exigía. Barsbold recuerda una anécdota de Andrews. El estadounidense halló restos de un dinosaurio cerca de un nido repleto de huevos. Bautizó al animal Oviraptor: ladrón de huevos. Sin embargo, en 1990, un equipo de paleontólogos descubrió un fósil de un Oviraptor incubando en un nido. 'La especie fue indultada. Andrews se equivocó. Los ovirraptores no eran ladrones de huevos, sino buenos padres', recuerda el mongol. Posiblemente, el único ladrón de huevos en el desierto del Gobi fue el propio Roy Chapman Andrews.

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