Este artículo se publicó hace 17 años.
Diez experimentos aberrantes
En su libro Elephants on Acid (Harcourt), Alex Boese narra algunos de los ensayos más extraños de la historia
1. El elefante lisérgico
¿Qué sucede si se le da LSD a un paquidermo?
Un viernes de agosto de 1963, en Oklahoma (EEUU), Warren Thomas y dos colegas decidieron comprobar qué sucede si a un elefante se le da LSD. Frente a lo que cabría esperar, el siguiente paso no consistió en apurar las birras y saltar la tapia del zoológico municipal. Thomas dirigía entonces la institución y sus compinches, Louis Jolyon y Chester Pierce, eran investigadores de la facultad de Medicina de la Universidad de Oklahoma.
Entraron a la jaula de un paquidermo, llave y credenciales científicas en ristre, y le inyectaron 297 miligramos de ácido lisérgico -3.000 veces la dosis humana típica-. Tusko, que así se llamaba el animal en cuestión, reaccionó al pinchazo como si le hubiese picado una abeja. Corrió de un lado a otro de su corral barritando desesperado durante unos minutos. Después se desplomó y entregó el espíritu.
El trío explicó más tarde que el experimento había sido diseñado para comprobar si el LSD podía inducir a los elefantes un tipo de locura temporal que los machos de esta especie experimentan algunas veces y durante la cual segregan un fluido pegajoso de sus glándulas temporales. Las conclusiones del estudio ponen los pelos de punta. "Parece ser que el elefante es altamente sensible al LSD".
Aunque parezca increíble, 20 años después, un investigador de la Universidad de California en Los Ángeles decidió hacer de nuevo la prueba con dos elefantes y les proporcionó la droga diluida en el agua que bebían. Ambos sobrevivieron.
2. Doctor vómito.Hasta dónde se puede llegar para conseguir un título
La historia de cómo Stubbins Ffirth logró el título de doctor en medicina a principios del siglo XIX parece más propia de una apuesta enunciada a las cuatro de la mañana con 14 gintonics y lengua de trapo que de un estudio científico. El joven doctorando observó cómo el brote de fiebre amarilla que golpeó la ciudad de Filadelfia en aquellos años era muy violento durante el verano y remitía cuando llegaba el invierno.
Ffirth concluyó que no se trataba de una enfermedad contagiosa y atribuyó el mal a un exceso de estímulos como el calor, la comida y el ruido. Con su convicción moral a cuestas se lanzó a demostrar que, por mucho que se expusiese a la fiebre amarilla, no enfermaría.
Comenzó su estrambótico experimento realizándose pequeñas incisiones en los brazos para después verter sobre las heridas vómitos recientes de un paciente. Al ver que no enfermó, se vino arriba. Tras probar los efectos del vómito en cortes más profundos pasó a restregárselo por los ojos. A continuación se preparó en un cazo unos vapores con el producto y los inhaló durante un rato. Como todavía no se ponía malo, probó con la ingestión, primero en forma de convenientes píldoras y después a vasos llenos.
Para no dejar dudas sobre lo acertado de su teoría, el valeroso Ffirth se embadurnó con todo tipo de fluidos provenientes de enfermos de fiebre amarilla: sangre, saliva, sudor y orina... Con la salud intacta, en 1804 declaró probada su hipótesis y recibió el doctorado de la Universidad de Pensilvania. Ahora se sabe que la fiebre amarilla es muy contagiosa, pero requiere que se introduzca directamente en el torrente sanguíneo, habitualmente a través de la picadura de un mosquito.
3. Resucitar a los muertosUn científico que quiso decir: "Levántate y anda"
El tema de la resurrección es uno de los favoritos de todo científico loco que se precie. En los años 30, Robert Cornish, investigador de la Universidad de California en Berkeley, creía que había encontrado el sistema para devolver a la vida a muertos, siempre, claro, que no tuviesen daños orgánicos graves. Consistía en balancear los cadáveres mientras les inyectaba una mezcla de adrenalina y anticoagulantes.
Cornish probó su técnica en cuatro fox terriers a los que bautizó como Lázaro. Primero los asfixió, esperó a que permaneciesen muertos durante diez minutos y les aplicó su técnica. Los dos primeros intentos fueron un fracaso, pero los dos siguientes resucitaron. Aunque ciegos y con importantes daños cerebrales, vivieron durante meses en casa del científico, inspirando, según cuentan, verdadero pánico a los otros perros.Años después, en 1947, Cornish anunció que estaba listo para realizar el experimento con un humano.
Thomas McMonigle, un prisionero en el corredor de la muerte, se presentó como voluntario para servir como cobaya, pero el estado de California denegó la petición. Temían que si el experimento funcionaba tendrían que dejar libre a McMonigle.
4. Trasplante de cabezaUna operación tan espectacular como inútil
En una carrera quirúrgica con reminiscencias de la que se disputó con el espacio de fondo, el gobierno de Estados Unidos financió el trabajo del científico Robert White, que en marzo de 1970 realizó con un mono el primer trasplante de cabeza exitoso de la historia.
La operación de separar la cabeza del mono de su cuerpo y volverlo a unir sobre el nuevo tronco requirió una complejísima operación que duró horas. Cuando el mono se despertó y vio que le habían cambiado el cuerpo, no estaba muy contento; lanzó al cirujano una mirada llena de ira e intentó morderle. El mono sólo sobrevivió un día y medio. Falleció a causa de complicaciones de la operación. Pese a la faena que supuso para el primate, cuenta Boese que podía haber sido peor. White afirmó que desde un punto de vista técnico habría sido más fácil colocar la cabeza del mono mirando hacia atrás.
El médico responsable de este experimento afirmaba que si se lograse perfeccionar la operación sería posible utilizarla para trasplantar las cabezas de tetrapléjicos en cuerpos sanos, pero la comunidad científica rechazó de forma mayoritaria esta posibilidad. Además de lo aberrante de la prueba, los médicos señalaban que el logro no iba más allá de mantener con vida una cabeza de un animal conectando su flujo sanguíneo y su sistema respiratorio de un cuerpo extraño. La posibilidad de restablecer las conexiones nerviosas de tronco y cabeza aún está muy lejos de ser algo viable quirúrgicamente.
5. Un perro bicéfaloUn ensayo aberrante para mejorar los trasplantes
En 1954, el médico soviético Vladimir Demikhov asombró al mundo cuando desveló que había logrado un perro de dos cabezas. Para crear el monstruo injertó la cabeza, los hombros y las patas delanteras de un cachorro en el cuello de un pastor alemán. El científico mostró su obra al mundo, que se atragantó con las palomitas en el cine cuando vio beber de forma simultánea a las dos cabezas de sendos cuencos de leche, y casi vomitó cuando observó cómo goteaba el líquido del esófago desconectado del cachorro.
Eran otros tiempos y la Unión Soviética presumió ante el mundo de este logro, muestra de su preeminencia médica.Durante los siguientes 15 años, Demikhov perpetró 24 perros bicéfalos. Ninguno vivió más de un mes. Todos murieron por problemas de rechazo de tejidos.
Pese a la apariencia sádica del experimento, el médico explicó que tenía buenas razones para hacerlo. Trataba de mejorar las técnicas quirúrgicas con el fin de aprender a realizar un trasplante de pulmón y corazón. Finalmente fue el médico Christian Baarnard, en 1967, quien logró la proeza, pero, según Boese, Demikhov es ampliamente reconocido por su labor para facilitar el camino. Los perros empleados por el médico ruso son un ejemplo más del papel que estos animales jugaron en el desarrollo científico de la URSS.
6. La chispa de la vidaElectrificar cadáveres para resucitarlos
En 1803, Giovanni Aldini conectó los dos polos de una batería de 120 voltios al cadáver del ejecutado George Foster. Cuando colocó los cables en su cara, el finado adoptó un rictus de dolor e incluso abrió un ojo con el que parecía mirar a su torturador. Finalmente, Aldini le introdujo uno de los polos por el recto y enganchó otro en la oreja. Foster comenzó lo que parecía una tétrica danza y muchos de los presentes creyeron que en cualquier momento volvería a la vida.
En años posteriores, algunos científicos trataron de electrocutar cadáveres con la esperanza de resucitarlos. El éxito científico fue nulo, pero se cree que, al menos, estos experimentos constituyeron una de las inspiraciones principales de Mary Shelley cuando escribió Frankenstein.
7. Terror en el aireUn grupo de soldados rellena papeles justo antes de morir
Diez soldados en un avión a 2.000 metros de altura. De repente, el aeroplano se inclina hacia un lado y comienza a caer. El piloto les pide que se preparen para lo peor. La muerte parece inminente, pero el Estado nunca descansa. Mientras se precipitan al vacío, un funcionario del Ejército les proporciona una serie de papeles que deben rellenar para garantizar que la Armada tenga las espaldas cubiertas ante la previsible pérdida.
Contra todo pronóstico, los soldados comienzan a completar los formularios que se les proporcionan. Una vez cumplida la tarea burocrática y cuando ya están preparados para el impacto, el piloto del avión remonta el vuelo y les tranquiliza: "Tranquilos amigos, era una broma". Se trataba de un experimento del Ejército de EEUU para comprobar el deterioro del comportamiento ante una muerte segura.
8. Cuerpos fueraLa cabeza de un perro siguió viva separada de su tronco
Entre los experimentos aberrantes, el que realizó el médico soviético Sergei Brukhonenko en 1928 merece un puesto de honor. Ese año, utilizando una máquina que realizaba la labor del corazón y los pulmones, logró mantener con vida la cabeza amputada de un perro.
Para probar que la cabeza del animal, que presentó encima de una mesa, vivía, Brukhonenko mostró que respondía a determinados estímulos. Golpeó la mesa con un martillo y la cabeza se estremeció; la enfocó con una linterna y parpadeó; incluso le dio de comer un trozo de queso que cayó al instante por el extremo seccionado del esófago. El escritor George Bernard Shaw dijo que se sintió tentado de cortarse la cabeza para librarse de los inconvenientes del cuerpo.
9. Todos a la cárcelUn estudio para explicar la violencia en las prisiones
¿Por qué son las prisiones sitios tan violentos? ¿Es debido al carácter de sus habitantes o al efecto corrosivo de las estructuras de poder de las propias cárceles? Philip Zimbardo trató de responder a esta pregunta creando un penal ficticio en el sótano del departamento de psicología de Stand-ford (EEUU). Allí, un grupo de voluntarios (estudiantes universitarios) recreó la vida carcelaria repartiéndose los papeles de carceleros y prisioneros.
Las condiciones sociales de la prisión universitaria se deterioraron rápidamente. Al poco de comenzar el experimento los prisioneros comenzaron a amotinarse y los carceleros idearon múltiples maneras para castigar a los díscolos. Tras sólo 36 horas de encierro, el primer prisionero pidió abandonarlo. A los seis días, el propio Zimbardo comenzó a tener paranoias con una posible fuga en su cárcel y avisó a la policía. Entonces decidió finalizar el experimento. Los prisioneros se mostraron aliviados, pero los carceleros estaban frustrados. Querían continuar.
10. A palo y a plumaLos pavos no son muy exigentes a la hora del sexo
En temas de pavas, los pavos no son quisquillosos. Si se les pone delante una imitación artificial tratan de aparearse con ella con el mismo ímpetu que emplearían con la hembra de carne y hueso. Este comportamiento llamó la atención de los investigadores de la Universidad de Pensilvania (EEUU) Martin Schein y Edgard Hale, que decidieron llevar la falta de exigencias del pavo hasta el límite y realizaron un experimento para comprobar cuál era el estímulo mínimo necesario para encender la pasión del animal.
Los científicos desmembraron progresivamente a la falsa pava -cola, patas, alas-, pero el macho siguió cortejando al bicho y tratando de aparearse con él como si nada. Varios pasos en el proceso de mutilación más tarde, de la pava sólo quedó la cabeza clavada en el extremo de un palo y, por increíble que parezca, el macho siguió interesado. De hecho, Schein y Hale comprobaron que prefería una cabeza pinchada en un palo que un cuerpo decapitado.
Quizá animados por el espíritu inasequible al desaliento de su pavo, los científicos continuaron con los experimentos para testar los límites del sex appeal de las cabezas empaladas. Descubrieron que, puestos a elegir, el macho prefería emplear sus dotes amatorias en las varas que tenían en la punta cabezas de pava auténtica amputadas recientemente, pero si no era posible tener cerca carne fresca durante el conato de cópula, se conformaba con una cabeza de madera de balsa.
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