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Las ONG niegan que el vertido esté bajo control

El Gobierno húngaro asegura que ya no hay riesgos medioambientales ni biológicos, pero Greenpeace alerta de que ha encontrado en el lodo tóxico niveles de arsénico 25 veces superiores a los permitidos, así como mercur

NUÑO DOMÍNGUEZ

“Hemos triunfado en la tarea de controlar el vertido y, probablemente, no habrá aguas peligrosas que entren en el Danubio, ni siquiera en territorio húngaro”. El primer ministro del país, Viktor

Orban, hablaba ayer con mucha seguridad del fin de la catástrofe que asuela su país desde el lunes. Lo hacía desde Sofía, a más de 900 kilómetros del epicentro del vertido que ha inundado tres pueblos en el suroeste del país. Pero en el corazón del desastre de barro rojo, la situación era muy diferente.

La ONG ecologista Greenpeace denunció que los niveles de arsénico en los lodos, que aún cubren 41 kilómetros cuadrados del suroeste, son 25 veces mayores de lo permitido. El arsénico es un producto “tóxico”, según la UE. También han hallado mercurio y cromo.

“Nuestros resultados indican que la sustancia es más tóxica de lo que dice el Gobierno”, aseguró ayer Zsolt Szegfavi, jefe de la organización ecologista en Hungría. El ministro del Interior húngaro, por su parte, explicó ayer que ya no había riesgo de daños medioambientales ni biológicos: “Ya no consideramos la polución del Danubio como real, porque el material que hay en el río tiene un pH inferior a 9 [en una escala de 14]”.

Pero además de que el lodo tóxico aún inunda los pueblos afectados, sigue el conteo de muertes. La cifra de fallecidos por la riada ascendía ayer a siete personas, después de la muerte de un hombre de 79 años que estaba hospitalizado por graves heridas, y de que las autoridades hallaran dos cuerpos enterrados en el barro en la ciudad de Devecser.

Y es que la situación en la zona cero sigue siendo crítica. Ayer había unos 800 efectivos, entre militares, policías, bomberos y voluntarios, trabajando en la recogida de los lodos, según explicó a Público Gyoryi Tottos, oficial del cuerpo de protección civil encargado de gestionar la catástrofe.

También se podía observar una interminable caravana de camiones que comenzó a llevarse toneladas de lodo, escombros, muebles y árboles arrasados por el vertido. Se dirigen, según Tottos, de vuelta a la planta de Magyar Aluminium (MAL Zrt), la empresa de cuya balsa salió la riada que causó la tragedia del lunes. La compañía tiene otra balsa similar donde ahora los camiones irán descargando gran parte de la masa roja que salió de las paredes de aquella descomunal piscina tóxica.

Por el momento, el Gobierno está pagando la caravana, a la espera de que la investigación criminal que se abrió hace unos días llegue a una conclusión sobre quién debe hacerse cargo de la factura, explica Tottos. La compañía, que no tiene seguro, sigue manteniendo que no es responsable de la rotura de la presa y culpa a las lluvias. La metalúrgica ha ofrecido a las localidades afectadas un fondo de emergencia de unos 110.000 euros, y también hacerse cargo de los funerales de los muertos en la catástrofe.

Los habitantes de dos de los pueblos más afectados, Devecser y Kolontár, llevan días en la calle, tratando de eliminar los restos pegajosos del vertido. “Nunca vamos a terminar de limpiar esto”, explicaba Evelyn Shölz, una abogada de 34 años que ha llegado de Budapest para ayudar a su familia. Toda su casa conserva una raya a unos 30 centímetros del suelo, la que dejó la riada.

En un albergue improvisado de la Cruz Roja en Devecser, Iskozaban Vakketi intenta hacer una lista de las compra para las 20 familias que alojan. “Hay mucha descoordinación y confusión”, señala. “Ni siquiera el alcalde nos ha sabido decir cuántas escuelas han sufrido daños. Parece como si se preocuparan más de las calles que de la gente”, lamenta. A la puerta del ayuntamiento, varios funcionarios apuntan los nombres de los que no tienen dónde dormir. Hay, según uno de ellos, unos cien.

En Kolontár, a primera hora de la tarde, la policía abrió el cordón que había mantenido toda la mañana en la calle Kossuth, que antes del desastre bajaba hacia un puente que cruza el río Torna y que, ahora, es una brecha roja hacia ningún lugar. El ejército ha plantado un nuevo puente de metal para poder cruzar a las casas de la ribera, la zona donde la ola de residuos llegó a tener dos metros y medio. Muchas están tan deshechas que parecen reventadas por obuses.

Al final de la calle, varios jóvenes, algunos sin protección, tratan de subir a su tractor una pieza de maquinaria. Está arruinada y cubierta de un óxido brillante y nocivo, pero, tras muchos esfuerzos, consiguen rescatarla. “Nos va a llevar meses limpiar esto”, dice Tottos, mientras un camión pasa chorreando lodo camino a la planta de Magyar Aluminium. Luego pasarán los bomberos con mangueras a limpiar el asfalto. Después, otro camión volverá a teñir el asfalto de rojo hasta que pase el próximo retén de limpieza. Desde el lunes, esta es la rutina en Kolontár.

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