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Semillas de conflicto

Los bancos de semillas han tenido una importancia estratégica a lo largo de la historia

DANIEL MEDIAVILLA

En el invierno de 1941-42 las tropas nazis habían cercado Leningrado. Los accesos a la ciudad estaban cortados y la comida no llegaba. En el interior del Instituto Vavilov, uno de los bancos de semillas más antiguos del mundo, varios científicos se encargaban de proteger las toneladas de grano almacenadas en los edificios del centro. Entretanto, en el exterior, los rusos morían de hambre. No fueron los únicos sacrificados por salvaguardar el tesoro genético custodiado en el Vavilov. Dos científicos, A.G. Stchukin y D.S. Ivanov, murieron de inanición rodeados de miles de paquetes de semillas.

Nikolai Vavilov se había pasado media vida recolectando semillas salvajes y cultivadas en todo el mundo. En la década de 1930 la colección de su instituto ya contaba con más de 250.000 muestras y era la más grande del mundo. Vavilov pretendía emplear esta variedad genética para crear cultivos híbridos que pudiesen crecer en cualquier lugar de la Unión Soviética. Sus semillas serían la base de la expansión del imperio. A las puertas de Leningrado, los botánicos de otro imperio rumiaban ideas similares. Las semillas de Vavilov servirían para alimentar a los habitantes del Reich de Hitler, que pretendía abarcar el mundo. Finalmente, los rusos lograron burlar el cerco alemán y pusieron a salvo gran parte de la colección del Instituto Vavilov en un refugio, en los Urales.

La victoria soviética en esta parte de la guerra de las semillas fue sólo parcial. Durante la invasión de Rusia, los botánicos alemanes siguieron de cerca a las divisiones acorazadas. Dirigidos por Heinz Brücher –el botánico de Hitler– se hicieron con el control de cerca de 200 centros de investigación, en los que también había importantes colecciones de semillas. Desde allí, las llevaron al castillo austríaco de Lannach, cerca de Graz. En ese remoto enclave, las SS tenían su Instituto de las Plantas y allí pretendían desarrollar un plan de hibridación para crear semillas que se pudiesen cultivar incluso en el Ártico.

El plan de Brücher nunca llegó a materializarse. A principios de 1945 el ejército de Stalin se había revuelto y avanzaba como una apisonadora sobre una Wehrmacht que se desmoronaba. El botánico recibió la orden de deshacerse de las semillas, pero nunca la ejecutó. Las peripecias del tesoro expoliado fueron numerosas, pero nunca se supo con exactitud cuál fue su destino final. El secreto se lo llevó a la tumba Brücher el 17 de diciembre de 1991. Ese día, cuando estaba en su finca de Mendoza (Argentina), donde se había refugiado tras la guerra, un disparo acabó con su vida. Nunca se aclaró quién le asesinó, pero desde la KGB al Mossad, las organizaciones que tenían motivos para hacerlo no faltaban.

Semillas y el 11-S

Cuando Estados Unidos invadió Iraq en 2003 las imágenes del saqueo del museo arqueológico nacional recorrieron el mundo. Multitud de vestigios de una de las cunas de la humanidad se perdieron para siempre y el escándalo fue considerable. Sin embargo, otro desastre para el patrimonio del país recibió menos publicidad. El banco nacional de semillas, situado en la ciudad de Abu Ghraib, también fue destruido durante la guerra. Allí se guardaban semillas que se habían comenzado a cultivar 10.000 años antes, cuando los habitantes de Mesopotamia se convirtieron en pioneros de la agricultura. Por suerte, algunos años antes, botánicos iraquíes tomaron muestras de las 200 variedades de semillas más valiosas del país y las enviaron a un banco internacional, en la ciudad siria de Alepo. Allí se conservan hasta que puedan volver a servir para mejorar los cultivos de un pueblo que ha seleccionado semillas durante milenios.

En la otra gran intervención estadounidense tras el 11-S, la de Afganistán, la diversidad genética de los cultivos del país tampoco salió indemne. El banco nacional afgano, que contenía raras variedades de almendras, nueces y un gran número de frutas, muchas de ellas originarias de la antigua Bactria, fue destruido durante la operación para expulsar a los Talibán del poder, en 2001.

Como en el caso iraquí, científicos del país habían sido previsores. Pusieron a salvo parte de la colección nacional de semillas en el sótano de sendas casas de Ghazni y Jalalabad. Sin embargo, los afganos tuvieron peor suerte. Cuando la operación Libertad Duradera finalizó, los botánicos regresaron al escondrijo para recuperar el tesoro. Estupefactos, descubrieron que los saqueadores habían desparramado las semillas por el suelo. “Por lo que parece, buscaban los tarros”, explicó en una entrevista a The New Yorker el director ejecutivo del Global Crop Diversity Trust, la organización que financia el banco de semillas mundial que se ha construido en las islas noruegas de Svalbard. “Aquellas semillas esparcidas al azar representaban docenas, quizá cientos, de variedades únicas, el patrimonio agrícola de Afganistán”, afirmó.

El próximo 26 de febrero se inaugurará el semillero global de Svalbard, una iniciativa que pretende evitar desastres como los de Afganistán o Iraq. Tallado en una cámara acorazada subterránea, en una remota isla dentro del Círculo Polar Ártico, se ha construido como un último refugio para la diversidad genética de los cultivos del mundo. Las instalaciones tienen capacidad para 4,5 millones de muestras de cultivos, aunque se cree que sólo existen 1,5 millones en todo el mundo.

A lo largo de este mes, han llegado colecciones de semillas duplicadas desde los principales bancos del mundo. Esta misma semana 7.000 muestras únicas de 36 países africanos fueron enviadas a la que algunos llaman ya “la cripta del fin del mundo”. El sobrenombre tiene que ver con el objetivo con el que se construyó. Si un desastre amenazase la viabilidad de los cultivos, las semillas de Svalbard permitirían poner de nuevo en marcha el sistema agrario y asegurarían la seguridad alimentaria mundial.

España estuvo entre los países pioneros en conservación de semillas. El primer banco del país comenzó a funcionar en la Universidad Politécnica de Madrid (UPM) en 1966. Hacia 1960 sólo había en todo el mundo tres bancos. Dos de ellos en las primeras potencias que comprendieron la importancia de la diversidad genética de sus cultivos: el Vavilov de San Petersburgo, en Rusia, y el de Gatersleben, en Alemania. El tercero se encontraba en Fort Collins, EEUU. Es probable que el de la UPM estuviese entre los 10 primeros en crearse del mundo y es el primer banco del planeta en dedicarse a plantas silvestres. Aunque a primera vista parezca más práctico preservar las semillas que servirán para asegurar la alimentación en el futuro, la importancia de las semillas silvestres no es menor. “Se creó como banco de especies silvestres porque no había más en el mundo y se vio que era necesario cubrir también estas especies”, explica David Draper, conservador de la colección del banco de semillas de la UPM. La aplicación de un banco de este tipo es clara. “Imagine unas plantas que existen en el monte y están adaptadas a un suelo muy salino. Cuando una empresa que se dedica a comercializar semillas quiere introducir esa capacidad tiene que obtener esos genes a partir de variedades silvestres, porque es donde se manifiestan”, explica Draper.

Con la aparición de los cultivos transgénicos, la importancia de bancos de semillas como el de la UPM es aún mayor. “La diversidad conservada aquí es la que hace de fuente para la creación de organismos genéticamente modificados”, concluye Draper.

Precisamente, el desarrollo biotecnológico facilitado por los bancos que comenzaron durante los años del enfrentamiento entre soviéticos y nazis está provocando un nuevo enfrentamiento en torno a las semillas.
Los cultivos híbridos creados por empresas occidentales lograron producir cosechas mayores que las obtenidas con la agricultura tradicional. Durante años, se pensó que la tecnología podría acabar con el hambre en el mundo y se introdujeron nuevas semillas en los países en vías de desarrollo. Con el cambio, se acabó también con el sistema tradicional de agricultura. “El cultivo de híbridos se extendió en algunas zonas durante muchos años bajo el amparo de políticas altamente proteccionistas y con la complicidad interesada de las empresas productoras de semillas y fertilizantes”, afirman desde la ONG Intermon Oxfam. Esto hizo, en opinión de expertos como el genetista Jack Harlan, que las variedades tradicionales, cultivadas durante siglos por los agricultores, se extinguiesen. Cuando el apoyo del estado desaparece, el coste de las semillas y los fertilizantes no justifica su uso en cultivos de subsistencia (habituales en países del Sur), pero no hay retorno. Las variedades tradicionales ya no están disponibles, y si lo están, el suelo no tiene la riqueza necesaria para que crezcan bien.

Patentar semillas

Otro de los puntos calientes del nuevo enfrentamiento son las patentes de semillas. Las empresas de los países industrializados justifican esta medida como medida para fomentar el desarrollo de nuevas semillas. Al hacer ilegal guardar semillas patentadas, la industria puede justificar mayores inversiones en investigación. Sin embargo, este punto de vista no se ve igual en los países en desarrollo. Las empresas biotecnológicas toman los genes necesarios para crear sus productivos cultivos en los países menos desarrollados, donde se encuentra la mayor diversidad genética. Después, crearon las semillas, las patentaron y se las vendieron a los países del Sur.

Aproximadamente, el 66% de la producción agraria mundial tiene su origen en cultivos originarios de Latinoamérica y Oriente Medio. De América del Norte y Europa sólo proviene un 5%. La guerra entre Norte y Sur por el uso de los genes comenzó en la década de 1980 y aún está lejos de resolverse.

Frente a las organizaciones y países que piden la limitación de las patentes, las empresas biotecnológicas aseguran que su objetivo es acabar con el hambre, proteger el medio ambiente y curar enfermedades. En 1945, al finalizar la Segunda Guerra Mundial, los científicos alemanes que recorrieron la URSS en busca de las semillas de Vavilov afirmaron que lo único que estaban haciendo era proteger el patrimonio de toda la humanidad.

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