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Turrón del duro

PEIO H. RIAÑO

Dos cosas han apuntado la ministra de Cultura y su equipo después de la noche del martes: la política está pensada para negociar y la cultura, para disimular. Ayer, con el cuerpo jota por la resaca, se rasgaban las vestiduras al ver lo que habían hecho sus compañeros de carrera con una ley que 'había que aprobarla por el bien del país'. Hablan de intereses particulares y de priorizar sus asuntos por encima del bien común. Ángeles González-Sinde está muy decepcionada y lo deja ver, pero ¿de verdad creía que en esta ley la moneda de cambio era el altruismo? Hay caras de borrachera de desengaño en el ministerio.

Si la decepción se debe a que el apoyo que habían asegurado de aquella manera para sacar adelante la Ley de Economía Sostenible se esfumaba en unas horas por no entregar a cambio lo que un voto vale, por mirar a la cara a la política, alguien debería haberles advertido. Por otro lado, si la contrariedad es porque no consiguieron responder a las peticiones que se les demandaba, alguien debería haberles ayudado.

El gran proyecto del actual equipo de Cultura se convirtió en un mal trago

Pero las conclusiones a la larga jornada de la Ley de Economía Sostenible no acaban ahí. El equipo de la ministra reconoce que también echó en falta a los creadores a lo largo de este proceso. Llegó con una propuesta de ley para protegerlos y allí no había nadie. No encontraron las movilizaciones realizadas por los artistas de otros países ante la misma tesitura.

Alejandro Sanz y Alex de la Iglesia, los dos cancerberos que le cubrieron la retaguardia ayer, tuiteando con miles de internautas a la hora de cenar, no fueron suficientes. Faltaban los grandes artistas con sus grandes nombres, preservando sus intereses, arropando a la ministra que llegó para acabar con la piratería. La cultura de los grandes, la de los nombres que conoce todo el mundo, la de las listas de éxitos no estaba.

En cualquier caso, mordieron en duro. La LES, el gran proyecto del actual equipo de Cultura, se convirtió en el peor de los turrones, en un mal trago por el que, ya avisan, seguirán peleando. La propiedad intelectual necesita voluntad política y una cultura de armas tomar.

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