Adiós al grito pop

De sangre alemana y cherokee, Robert Rauschenberg (Texas,1925- Florida, 2008) perteneció a esa generación de artistas que desplazó la capital mundial del arte de París a Nueva York. Su producción fue tan prolífica que dio cuenta de las grandes corrientes artísticas de la segunda mitad del siglo XX: del expresionismo abstracto posterior a la II Guerra Mundial al Pop Art de los años 50 y las vanguardias de las décadas ulteriores.

Una de las creaciones que más repercusión tuvo en la crítica fueron sus combinados. En estas obras –que fueron objeto de una retrospectiva en el Museo Metropolitano de Nueva York en 2005– conjugó pintura y escultura, un ejercicio con el que rompió las barreras formales entre ambas disciplinas.

Otro rasgo que caracterizó su obra remite a los materiales que utilizaba, la mayoría procedentes de las calles de Nueva York. Con ello, Rauschenberg buscaba conferir a sus piezas toda la popularidad y toda la sorpresa que el extrañamiento era capaz de lanzar. “El objeto cambiaba por el nuevo contexto en el que se enmarcaba, convirtiéndose en otra cosa”, explicó el propio artista a la especialista Rosetta Brooks en una  entrevista.  

Su inserción en el canon occidental como figura imprescindible del arte del siglo XX la inició él mismo al vincularse a los preceptos del movimiento dadaísta de Marcel Duchamp. Es lo que dio en llamar neodada, una corriente que compartió con su íntimo amigo Jasper Johns, en la que cuestionaron la línea divisoria entre objetos artísticos y cotidianos. No satisfecho con incorporar pedazos urbanos a sus obras, empezó a agregar imágenes mediante la técnica de la serigrafía. Esto lo emparentó de por vida con el Pop Art y con nombres tan evidentes como Andy Warhol. Siguió trabajando sin renunciar a arrancar objetos de su contexto inmediato y reciclarlos, tal y como hizo en Riding Bikes, una instalación a base de neones con forma de bicicletas enfrentadas que se presentó a finales de los 90 en Alemania.