Este artículo se publicó hace 4 años.
El algoritmo que acabó con la música pop
Damien Riehl y Noah Rubin crean un programa que ha generado casi 69.000 millones de melodías. Lo más parecido a la biblioteca definitiva de la música pop, aquella que contiene todas las partituras posibles, incluso las que están aún por crear.
Madrid-
Ya lo apuntó en su día el crítico británico Simon Reynolds; el reciclaje se ha apoderado del pop desde los años ochenta. La voracidad capitalista acelera el uso –y abuso– de modas, estilos y canciones añejas. Se difuminan las fronteras que nos permiten dictaminar hasta qué punto estamos ante un ejercicio de despiadado latrocinio melódico o, por el contrario, ante una elogiosa revisitación.
Beyoncé, Avril Lavigne, Green Day, Alicia Keys, Oasis, Ariana Grande, Kanye West, Lana del Rey, Radiohead, Coldplay... han pasado por ahí. Litigios millonarios por una secuencia de acordes que remite, a veces de forma cristalina, a una melodía compuesta hace décadas. Existe, apuntan los médicos, el llamado "plagio inconsciente", inducido por un misterioso proceso llamado criptomnesia que hace referencia a recuerdo pasado, que creímos sepultado, pero que regresa sin que seamos conscientes.
Pero echar la culpa a la criptomnesia del incremento en el número de causas judiciales por plagio sería, cuando menos, injusto. La posibilidad de acceder a teras y teras de archivos de sonido en cuestión de segundos convierten la historia de la música en un escaparate global. Así es como los parentescos melódicos, difícilmente comparables en tiempos analógicos, saltan ahora a la palestra con inusitada frecuencia.
Sobrevuela, en todo caso, una pregunta largamente postergada que, junto a la creciente hiperconectividad, podría explicar ese incremento en demandas por plagio: ¿está agotada la música pop? Según el músico, programador y abogado Damien Riehl, la respuesta –con matices diversos– es que va camino de estarlo. "La cuestión es que el número de melodías es finito", sentenciaba el susodicho en una reciente charla TEDx en Minneapolis. Para redondear el atrevimiento, Riehl tuvo a bien irrumpir en el escenario con un disco duro: "Todas las melodías posibles están en este disco duro y por lo tanto tenemos el copyright sobre ellas", dijo.
Por partes. Lo que contiene ese disco duro es una cantidad ingente de combinaciones. En concreto todos los combos posibles de 8 notas y 12 tiempos contenidos en una octava. ¿Por qué ese intervalo? Muy sencillo; es la cantidad mínima que la ley suele tener en cuenta para determinar que se ha infringido un copyright y, además, es la escala habitual en la que opera la música pop. El resultado, pese a ser finito, alcanza una cifra un tanto descabellada: 68,7 mil millones de melodías.
Riehl, junto al también programador Noah Rubin, pusieron en marcha un algoritmo capaz de crear todas esas melodías. "Lo hemos hecho, aunque parezca irónico, para tratar de ayudar a los compositores", afirmó Riehl en su día. A 300.000 composiciones por segundo el algoritmo fue generando lo que se puede catalogar como la biblioteca definitiva de la música pop, aquella que contiene todas las partituras posibles, incluso las que están aún por crear.
A continuación, subieron las melodías generadas a Internet Archive (espacio de dominio público) para que cualquier pudiera acceder a ellas, descargarlas y utilizarlas. "Lo que queremos es preservar los espacios aún vacíos, las melodías que aún no se han utilizado hasta el momento. Nuestro objetivo no es proteger a aquel que copia una composición ya existente. Nos fijamos en aquellos que, accidentalmente, pueden elegir una melodía que nunca ha escuchado en su vida", explicó Riehl.
Una magnitud incomprensible
Riehl y Rubin acotan una cifra que, aún finita, podría dar mucho de sí. Si en lugar de los parámetros escogidos, fuéramos honestos con las posibilidades analíticas de la música, tendríamos que hablar de 12 notas, siete escalas, siete duraciones y seis intensidades. El número, como apuntaba el matemático Fernando Sanz recientemente en el programa Longitud de onda, no tiene visos de agotarse fácilmente: "Hay muchísimas combinaciones posibles, tantas que ni siquiera nos podemos hacer una idea, el número es tan sumamente grande que lo podemos considerar infinito, por lo que podemos decir que siempre habrá composiciones musicales por hacer".
Surge entonces una nueva pregunta, no menos inquietante que la anterior: con semejante número de combinaciones posibles, ¿cómo es posible que haya tantas similitudes entre canciones? Lee Pritchard, cofundador de Media Music Now, empresa especializada en recursos de audio libres de derechos, tiene la respuesta: "A pesar de que el número de melodías posibles diferentes es enorme, los humanos tendemos a gravitar hacia ciertos patrones que nos gustan más que otros y nos dejamos influenciar por lo que vino antes de nosotros".
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