Este artículo se publicó hace 13 años.
"Animábamos a cada autor a que fuera crítico con los personajes"
El editor del diccionario biográfico de Oxford explica las claves de una buena obra histórica
60 volúmenes y 54.922 entradas del Diccionario Biográfico Nacional de Oxford dan para muchos posibles errores. ¿Cómo evitarlos? Eligiendo a la persona adecuada y sometiéndola a un intenso y múltiple proceso de revisión académica.
Si el diccionario publicado en su edición contemporánea por la editorial de la Universidad de Oxford es el patrón oro de la especialidad, el profesor Lawrence Goldman, como editor principal es quien se ocupa desde 2004 de que siga brillando.
En una conversación telefónica con Público, explica cuáles son los criterios: “Elegimos a personas que conozcan muy bien al personaje, e incluso si es posible que lo hayan conocido personalmente. Pero tenemos cuidado con que no sea alguien tan cercano al personaje como para perder la perspectiva crítica hacia él”.
El objetivo es que hubiera un equilibrio entre los aspectos positivos y negativos del personaje histórico. “Animábamos a los autores a que fueran críticos con el personaje. Eso era muy importante. De otra manera, no quedaría reflejada toda su realidad”, explica Goldman.
Con ser importante, la identidad del autor no era el único factor. La distancia que se exige en el análisis de la historia obligaba a descartar a algunos candidatos: “De hecho, a veces no elegíamos al mejor biógrafo posible porque pensábamos que estaba demasiado ligado al personaje”.
El diccionario no debía ser una simple enumeración de hechos cronológicos.
“Cada artículo era considerado como una monografía firmada”, dice Philip Carter, uno de los editores que trabaja a las órdenes de Goldman. “Eso quiere decir que los autores podían expresar opiniones siempre que lo hicieran de una forma justa y equilibrada. El objetivo es ofrecer un análisis sólido que no se quede desfasado muy pronto y que sea de utilidad para futuras generaciones de estudiantes y académicos”.
Goldman –de 53 años, doctor en historia y experto en la Inglaterra victoriana– no quiere valorar el diccionario publicado en España. Cuenta que recibió la visita de dos personas relacionadas con el proyecto de la Real Academia de la Historia a los que explicó cómo se había hecho el trabajo.
Ve con simpatía el proyecto y es consciente de que es imposible publicar una obra de esas dimensiones sin recibir críticas, como también las recibió en su momento el diccionario de Oxford.
Recuerda por ejemplo que hubo ataques a la entrada sobre Florence Nightingale, la mujer que fue decisiva en la elaboración de la enfermería moderna tras su experiencia en la guerra de Crimea. “Para mucha gente, ella es una gran heroína y les parecía que nuestro artículo era demasiado crítico”.
La obra fue bien recibida, pero eso no impidió algunos titulares realmente duros como uno de The Observer: “Por 7.500 libras (precio de los 60 volúmenes) uno esperaría que los datos estuvieran bien”.
No existe la obra perfecta, pero sí hay formas de reducir los errores. En Oxford lo consiguieron a través de un extenso equipo de editores, la revisión constante de los textos y su reescritura siempre que era necesario, lo que ocurría con frecuencia.
363 editores se hacían responsables de unos 100 o 200 artículos cada uno. Después, se pasaban a la Universidad de Oxford para detectar errores o ausencias. Tras pasar ese filtro, llegaban a otro nivel de editores, donde 14 personas hacían otra lectura crítica.
En los artículos más largos (de entre 2.500 y 35.000 palabras), el texto pasaba a uno de los nueve especialistas principales que se ocupaba de cada una de las nueve grandes áreas en que se había dividido el trabajo. "Cada uno de estos nueve asesores", dice Carter, "eran académicos de reconocido prestigio internacional y capaces de decidir si el artículo era equilibrado y justo".
Por tanto, cada artículo podía ser revisado hasta 14 veces, lo que daba múltiples posibilidades de controlar la calidad de la obra.
Por último, el editor principal hacía una última revisión. Goldman ha leído no menos de 4.000 artículos. Sus dos predecesores leyeron el resto.
“Si el proceso editorial funciona, puedes eliminar la parcialidad –dice Goldman–. Si era necesario, pedía al autor que cambiara el texto. Le decía ‘quiero más información o saber más de esto o la entrada ha quedado demasiado elogiosa’”.
No había excepciones. Se encargó la entrada sobre Carlos Marx al conocido historiador marxista Eric Hobsbwam, de 93 años. “Es un gran historiador y su trabajo es muy elogiado por historiadores socialistas y también conservadores. Su artículo no es promarxista, sino que es muy preciso sobre la vida de Marx en Londres. Y como a otros se le devolvió para que hiciera algunos cambios, y así lo hizo”.
La entrada sobre Winston Churchill es de las más extensas. Aquí también se hizo lo posible para no caer en la hagiografía. “El artículo de Churchill es un buen ejemplo”, recuerda Goldman, “porque debía incluir ese espíritu de grandeza propio de él y también no olvidarse de sus errores. Se trataba de hacer énfasis tanto en sus cualidades como en sus defectos”.
Al igual que en otras muchas entradas, el texto incluye frases y fragmentos de escritos del propio biografiado. En el caso de Churchill, hay muchísimo material para elegir, también en el terreno de las anécdotas que describen muy bien al personaje.
El diccionario recuerda sus palabras, desmentidas después por él, cuando se reunió con el estado mayor de la Armada al ser nombrado Lord del Almirantazgo y le hablaron de las gloriosas tradiciones navales. “¿Cuáles son las tradiciones navales? Ron, sodomía y el látigo”, dijo.
Churchill es casi idolatrado en el Reino Unido y suele encabezar las listas de los personajes históricos más queridos por la gente. Eso no impide que el diccionario de Oxford recuerde su rostro más oscuro, el del político de ideas racistas que despreciaba a Gandhi y que nunca llegó a evolucionar.
“En las cuestiones raciales, Churchill era aún un victoriano tardío. Intentó en vano presionar al Gobierno para restringir la inmigración desde las Indias Occidentales. ‘Mantener una Inglaterra blanca’ era un buen eslogan, dijo al Gobierno en enero de 1955”.
El diccionario continuó el trabajo iniciado por su predecesor, el Diccionario Biográfico Nacional, publicado por primera vez en 1885 y actualizado hasta 1996. Comenzó a escribirse en 1992 y su primera edición se publicó en 2004, que se ha ido actualizando desde entonces.
El presupuesto fue de 25 millones de libras, de los que la editorial de la Universidad de Oxford aportó 22 millones y el Gobierno británico, tres.
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