Este artículo se publicó hace 13 años.
¡Asúcar!
Me sumé al proyecto de Chico y Rita cuando llevaba ya bastante tiempo madurando en la imaginación de Javier Mariscal y Fernando Trueba. No asistí, pues, al momento de la concepción, pero me figuro que desde el principio se trató de una combinación de experiencias sensoriales: mientras uno (Javier) sobre todo veía anticipadamente la película, el otro (Fernando) sobre todo la oía. La luz de las calles habaneras, la arquitectura de Nueva York, la estilizada belleza de las mulatas, los coches de los cincuenta, la elegante estética de la época se hacían presentes en la fantasía de Mariscal con la misma fuerza con que la música cubana y el jazz sonaban dentro de la cabeza de Trueba...
¿Un musical de dibujos animados? La idea era, desde luego, original, pero hacía falta que la cosa se fuera concretando. Cuando Fernando me llamó por teléfono, yo estaba casualmente en Madrid, así que nos vimos esa misma tarde. Él andaba entonces metido en la preproducción de El milagro de Candeal y, como iba a pasar una larga temporada en Brasil, necesitaba que alguien en España siguiera trabajando en el guión. Si he pensado en ti, me dijo, es porque estoy seguro de que sabrás humanizar a los personajes, convertirlos en seres de carne y hueso... ¿Un musical de dibujos animados protagonizado no por muñecos sino por seres de carne y hueso? Una idea original que poco a poco empezaba a concretarse.
Ya en Barcelona, las otras directrices se fueron perfilando en mis posteriores encuentros con Javier y con el tercer factótum del proyecto, Tono Errando. Javier insistía en que, sobre todo, tenía que ser una gran historia de amor: un amor arrebatado, un poco a la antigua, uno de esos amores que mueven el sol y las estrellas (ya sé que eres aragonés, Pisón, pero no te importe rozar la cursilería, me decía). Y Tono me contaba anécdotas de músicos míticos, como Chano Pozo o Charlie Parker, cuyas turbulentas vidas debían mezclarse con las de los personajes de ficción.
La peripecia del protagonista masculino, Chico, está inspirada, aunque muy lejanamente, en la del gran Bebo Valdés, no por casualidad responsable de algunas de las partituras de la película. Aproveché una breve estancia suya en Barcelona para hablar con él. Me contó muchas historias de La Habana de su juventud, incluida la explosión de una bomba en Tropicana que provocó la amputación de las piernas de una de las bailarinas. Es difícil hablar de Cuba (y especialmente de la Cuba de esos años) sin hablar de política. En Chico y Rita quisimos que esta sólo apareciera como telón de fondo. Pero si Bebo acabó yéndose de Cuba fue, entre otras cosas, porque a partir de cierto momento le prohibieron tocar jazz (música yanqui, música imperialista, decían), y eso tenía que pasarle también a Chico, ese perdedor, ese enamorado.
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