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La belleza 'freak' vence a la elegancia clásica

La modernidad ha ganado esta jornada la partida a la tradición

ÁLEX CARRASCO

Tras el descalabro de los diseñadores de El Ego, este sábado la Pasarela Cibeles consiguió subir el listón de sus propuestas. Aunque tampoco es que tocásemos el cielo, por lo menos entramos en un limbo creativo que esperamos sea la antesala de algo mejor.

La llave para este paraíso llegó de la mano de los diseñadores Martin Lamothe, María Escoté y Carlos Díez. Aunque con notables diferencias de estilo, los tres decidieron que, para contrarrestar lo anodino que domina el entorno cibelino, lo mejor era dejarse llevar por lo extraño y diferente.

Lamothe llegó de Barcelona tal y como se la esperaba, armada con un amor por lo retro que, en este caso, nos transportó a Los Ángeles (California, EEUU) de los años cuarenta y cincuenta. Sus característicos colores erosionados y estampados artísticos se unieron a siluetas volátiles y materiales trabajados de forma insólita (brillante su tratamiento del cuero perforado y la rafia). Lo suyo es amor por lo freak: el glamour de los nuevos intelectuales.

María Escoté es más mundana y hedonista, su campo de trabajo se centra en los excesos de un lujo que explota la voluptuosidad femenina. ¡Agárrate, que vienen curvas! Cuero e imperdibles para una colección que rememoró los años en los que Gianni Versace enmudecía al mundo con una elegancia kitsch y sin sutilezas.

Al tercero de este triunvirato, Carlos Díez, se le eriza la barba si le hablas de personas y estilos teñidos de normalidad. Aunque hace algunas temporadas que abandonó la cibernética, el creador vasco sigue siendo una caja de sorpresas: ¿camisas hawaianas mezcladas con cuadros y pelucas de paja? Lo excepcional, en sus manos, vuelve a arrinconar a lo convencional.

Otro trío, el formado por Elisa Palomino, Teresa Helbig e Ion Fiz, marcó el pulso más clásico de la jornada. La búsqueda de la elegancia pretérita, en ninguno de los casos, estuvo al nivel de las expectativas: los tres tienen fuerza, oficio y estilo, pero no terminaron de encontrar la diferenciación imprescindible para ser reconocidos y reconocibles.

La modernidad ha ganado esta jornada la partida a la tradición, nos quedan cuatro días para ver si el pulso se endereza. Esperemos que así sea.

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