Este artículo se publicó hace 12 años.
Café de Flore, la nueva transgresión de Jean-Marc Vallée
El cineasta canadiense se adentra en territorios peligrosos con Café de Flore, protagonizada por Vanessa Paradis y que llega el viernes a las salas
La más reciente provocación del cineasta canadiense Jean-Marc Vallée, director de la aclamada C.R.A.Z.Y., es Café de Flore, un drama en el que un hombre y un niño sufren el amor posesivo de una esposa y una madre, donde existe sin duda el alma gemela y para cuya conclusión se acude a la reencarnación. El director planta la semilla de la irritación con lo primero, seduce con lo segundo y propone una reflexión con lo tercero. Pero, una vez hecho esto, confiesa que las mujeres de su vida no son así, que realmente piensa que hay más de un alma gemela y que no cree ni de lejos en las vidas pasadas. El órdago está echado. Ya no es tan fácil cabrearse por ese retrato de la mujer obsesiva, ni alborotarse por el descubrimiento de la auténtica media naranja ni mucho menos decidir si merece la pena pensar en la posibilidad de otras vidas.
Vanessa Paradis y Kevin Parent son, junto al niño Marin Gerrier, aquejado de síndrome de Down, los protagonistas de una película puzle, en la que se superponen dos historias que no se reúnen hasta el sorprendente final y donde, como en anteriores trabajos del cineasta, la banda sonora se convierte en un personaje más. Pink Floyd, The Cure y Sigur Rose, entre otros, además del británico Matthew Herbert (autor de la canción de la que se toma el título) ponen música al filme. "Estoy tan orgulloso de la banda sonora, como de la película en sí", asegura Jean-Marc Vallée.
"Desde el principio supe que la película iba a ser complicada", confiesa el cineasta
Jacquelin, una peluquera, y su hijo Laurent viven en París en los años sesenta. Antoine, un exitoso DJ, recién divorciado, reside en Montreal en la actualidad. La vida de ambos, sin embargo, está íntimamente conectada. La ex mujer de Antoine, Carol, tiene sueños recurrentes con los primeros, alucinaciones constantes que intenta reprimir con medicamentos, drogas e incluso con los consejos de una especie de médium. No hay hilo suelto en una narración, a veces deliberadamente desconcertante, que Vallée no permite que se resuelva hasta el último momento.
"Desde el principio supe que la película iba a ser complicada. Es una película rompecabezas, enigma que me ha obligado a hacer un ejercicio de cabeza para conectar todas las putas piezas", confiesa el cineasta, que define Café de Flore como una historia sobre el duelo amoroso. "Lo principal de esta historia de amor es que hay que aprender a dejar ir", sentencia Vallée, que primero dice: "Sí, creo que a las mujeres les cuesta más dejar ir que a los hombres" y luego asegura rotundo: "No, las mujeres de mi vida no son así". "Acababa de vivir una separación, pero no tuvo nada que ver con la de la película", reconoce el director y guionista, que insiste en que ese reciente episodio de su vida no le impide creer en las almas gemelas. "Lo que pasa es que no creo que existe solo un alma gemela".
De hecho, parece que Vallée no comulga casi con ninguna de las ideas de su nueva película. "Hay un personaje que cree que tiene una vida pasada, pero yo no creo en eso, aunque la gente lo piense". ¿Pero forma parte esencial de la resolución de la trama? "Ya, pero no es parte de mi vida para nada. Yolo solo quería dar al público la oportunidad de creer o no. Además, el cine es para eso, para inventarse emociones y yo he inventado esta película para poder seguir creyendo en el amor, no en el dolor".
Parece que Vallée no comulga casi con ninguna de las ideas de su nueva película
Y el cine de Vallée, como ha demostrado antes, no es directo, evidente ni dogmático, al contrario es abierto y sorprendente. El canadiense debutó con un thriller erótico, Liste Noire; siguió con un peculiar western, Renegados 2: Los locos, y después firmó un filme otra vez de alto contenido sexual, Loser Love. Pero no fue hasta que estrenó C.R.A.Z.Y., en 2005, que la comunidad cinematográfico empezó a fijarse seriamente en él.
Aquella película, la historia de un adolescente en los 70 que reniega de su homosexualidad para no perder el amor de su padre, se estrenó en cincuenta países, batió todos los records de la taquilla canadiense, se metió en la carrera por el Oscar y conquistó más de veinte premios en festivales internacionales. La mayor transgresión del filme era el tono, deliberadamente divertido, elegido para un relato que se hubiera transformado en una tragedia en manos de otros. Vallée, además, lo envolvía todo con una sensacional banda sonora, con David Bowie, Rolling Stones, Pink Floyd, Patsy Cline... Y mucho más, con C.R.A.Z.Y. consiguió que la ex duquesa de York, Sarah Ferguson, y el mismísimo Scorsese, se aliaran para producir su siguiente trabajo, La reina Victoria, aunque éste no resultara tan singular como los anteriores.
Su próximo trabajo ya promete nueva sorpresa. The Dallas Buyer's Club, inspirada en una historia real, la de Ron Woodruff, un electricista enfermo de SIDA, que se sometió a un controvertido tratamiento con unas drogas, con las que prolongó su vida varios años y con las que comerció durante los ochenta. El protagonista será el actor Matthew McConaughey, que perderá 14 kilos para el papel y que ya se pasea famélico en público.
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