Este artículo se publicó hace 14 años.
"Una canción no vale para arreglar los problemas"
Músico ácrata. Con motivo de la publicación de su nuevo disco ‘Toser y cantar’, Wyoming charla con él sobre su manera de hacer canciones
Dicen que las entrevistas y las biografías no son buenas si el autor es admirador del protagonista. Bueno, pues vamos allá con este intento fallido, porque soy uno de los miles de extraños sujetos que admiran a Javier Krahe y considero un privilegio infinito que me considere amigo suyo.
Krahe presenta ahora el disco número 13 de su carrera, titulado Toser y cantar, y afirma que a la hora de escribir canciones sigue encontrando la misma sensación que cuando pensaba el primero. "Ya tengo otra para el siguiente", me comenta. Aborda los temas sin una idea previa. Se basa en un par de versos que comienza a desarrollar y es en ese juego de estilo de donde surgen sus historias, que no siempre brotan como un manantial: "Algunas canciones me han costado terminarlas cuatro años".
Toser y cantar se edita acompañado de un libro, titulado De mil amores, que tiene una curiosa historia. Su autor, Miguel Tomás-Valiente, pertenece a ese grupo de privilegiados que entienden a Krahe. Lo escribió durante las noches del verano de 2008 por "amor al arte". Después, lió al ilustrador Octavio Colis, que aceptó el trabajo con el mismo entusiasmo que el escritor que, por cierto, anda algo turbado porque en algún sitio le citan como "catedrático" sin serlo, cumpliéndose otra vez la máxima de que aproximarse a Javier y ascender en el escalafón es todo uno. Tomás-Valiente regaló el libro a Krahe, que decidió incorporarlo a su siguiente disco. Y aquí está el lote.
"Hoy en día más de la mitad de las canciones son en inglés y no me entero de lo que dicen"
En De mil amores se lleva a cabo un pormenorizado estudio de las canciones de Javier, clasificadas según los temas que tratan: aventureras, críticas, de amor desdichado. A través de él, si hacemos caso al autor, que parte de una premisa que enunciara Belmonte: "Se torea como se es", conoceremos al cantante en profundidad. Al preguntarle si daba por bueno el estudio de Miguel Tomás-Valiente, porque Javier es preciso hasta lo microscópico, afirma que salvo un par de errores, acepta de buen grado todo lo que se dice en él y aún descubre cosas en las que no había reparado, como la estructura teatral de alguna de sus canciones.
Uno de esos errores evidencia su identificación con los personajes de sus canciones. En La perversa Leonor, por ejemplo, Miguel Tomás-Valiente deduce del verso Acaricio y mimo su ropa interior que el personaje se prueba esas prendas, algo a lo que Javier responde sorprendido: "Yo no soy nada de eso". Como si le hubieran acusado de fetichista. Delata así hasta qué punto sus canciones y él son la misma cosa. O por utilizar un término del que abominaría, que mantiene con ellas una relación biyectiva.
Es imposible encontrar en nuestro universo musical alguien tan meticuloso con el lenguaje como Krahe, un don que le viene de la infancia cuando, a pesar de no ser un alumno aventajado, era el que mejor dominaba la palabra y el encargado de leer en público. Su idioma es la ironía. La reivindica como la herramienta que le permite abordar determinados temas: "Es imposible tratar la muerte de otra manera". Pero también como un mecanismo para ocultar los sentimientos: "Decía Brassens que mostrar los sentimientos era como enseñar el culo, y yo me he inspirado en él no sólo en las canciones, sino en su forma de ver las cosas".
"Leo poesía y leo novelas muy buenas, pero no me sale escribirlas a mí"
"Ahora mis canciones tienen más vuelo", contesta cuando le digo que en cada nuevo disco parece más inspirado y que, a diferencia de otros artistas, los primeros van quedando eclipsados por su obra posterior. "Miguel [el autor del libro], que conoce casi todo lo mío, me llamó y me dijo que este es mi mejor disco", me comenta orgulloso. Es de suponer que Javier, como todos los que se exponen al público, hace canciones para que le quieran. No se siente cómodo cuando le hablan de su poesía, o de un posible paso al terreno de la novela. "No, no, no. Yo leo poesía y leo cosas buenísimas. Y noto que no me sale escribirlas a mí. Sin embargo, escucho canciones y las veo, desde el punto de vista de las letras, superables. Y entonces me atrevo. Además, escribir canciones es una terapia, te hace pensar en tantas cosas... te hace sentir justificada tu existencia y eso es algo que me llena de satisfacción. Pero cuando pienso en una novela me parece una montaña. Si dedicara más tiempo a escribir, lo emplearía en hacer más canciones. Ahí he encontrado un territorio que me satisface enormemente".
A pesar de que por su naturaleza ácrata su discurso ofende a los más conservadores, Krahe no cree en la fuerza de su obra como motor para cambiar las cosas o, como decía Gabriel Celaya, para "provocar nuevos actos". "El asunto es proceloso... yo creo que una canción no vale para arreglar los problemas. Puede reconfortar, pero yo no quiero animar a nadie a nada, sólo hacer reflexiones. Además, como hoy en día más de la mitad de las canciones son en inglés y no me entero de lo que dicen, basta con hacer canciones que no son de las más comunes para confortar a muchas personas", confiesa.
De niño, su madre le comentó, y esto es literalmente cierto, que a Piero de la Fancesca, geómetra y pintor, el dodecaedro le conmovía hasta la ternura. Tamaña aseveración le afectó a Krahe en grado sumo, y de aquellos barros vienen estos lodos. A él, que no está seguro de haber visto un dodecaedro por ahí, le conmueven otras formas. A veces geométricas, como el cono ("morenó, saladó"). Y otras, gramaticales, como el paréntesis cordial, o fugaz, de unas caderas.
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