Este artículo se publicó hace 4 años.
Chupitos de Jack Daniel's, sombra de ojos y estrellas invitadas: así se vive desde dentro un concierto de Los Zigarros
Nos empotramos junto a Los Zigarros, Fito Cabrales, Leiva y otros muchos artistas en las horas previas a un concierto en el Circo Price de Madrid.
Jose Carmona
Madrid-
"Fito, ¿cómo era el solo de guitarra de la siguiente canción?", pregunta Carlos Raya al líder de los Fitipaldis cuando le faltan dos minutos para saltar al escenario. Ambos agarran sus instrumentos y caminan hacia un aparte para poder descifrar el enigma. Tras juguetear con los trastes durante varios intentos, resuelven el misterio: "Y ya sabes, es fácil; tirori-tiroriro", entona Cabrales.
Los Zigarros se han propuesto ejecutar con majestuosidad dos llenos en el madrileño Teatro Price, en dos intervenciones que serán grabadas para su posteridad y a la que han sido invitados sus amigos más íntimos del gremio: Fito Cabrales, Leiva, Ariel Rot, Carlos Tarque, Carlos Raya, Aurora García (vocalista de Aurora & The Betrayers) y el armonicista Ángel Vera.
"Estoy cagado", dice Álvaro, hermano pequeño y guitarra principal de la banda que formó en Valencia con su hermano en 2013. El primer show, en la noche del jueves, fue "probablemente", el mejor concierto de su vida, dice con una sonrisa de oreja a oreja. Los Zigarros pasaron por muchas fases y grupos, fueron teloneros de ACDC y los Rolling Stone. También de Leiva y Fito, que ahora festejan con hermandad rockanrolera su éxito. Incluso algún año abrieron el Viñarock a las 16.00. Han chupado mucha carretera y sienten que estos dos conciertos son la culminación de una época.
El ritual de preparación
Los hermanos Álvaro y Ovidi Tormo, con una relación tan estrecha y sana que recuerdan más a los Estopa que a los Gallagher, llegan al Circo Price sobre las 17.30 del viernes, cuando restan tres horas para que arranque el segundo bolo. Mientras comprueban pedales, acoples y ruidos, pulen los, según los técnicos, escasos defectos de la noche anterior.
"Nuestra rutina es llegar, hacer la prueba a mitad de tarde, si hay tiempo regresar al hotel, y ya volver para tocar. Y eso sí, antes de salir, un chupito de Jack Daniel's", comenta Ovidi, cantante del grupo, que reconoce que todo el tiempo invertido en la prueba de sonido, le sobra. "Es una energía que agotas, que yo me ahorraría", apunta de manera escueta.
Tras apurar los primeros cigarros –sin zeta– de su jornada laboral, terminan sus cafés y suben al escenario para afinar las voces y los focos a la espera de que aparezcan sus huéspedes. El primero en rondar la escena es Carlos Raya, el productor más importante del rock español, que no para de suplicar que Cachorro –el batería del grupo– se personifique en el lugar para tocar mientras configura sus pedales en busca del sonido ideal.
Tras los convenientes remates sube Leiva, que asegura atravesar una "resaca mala" por lo vivido durante la madrugada en el camerino. Cuentan unos y otros que desparramaron un poco al acabar, pero sin desfasar, porque hay que cuidar lo que está a punto de ocurrir. La noche del jueves acabó sobre las 4.00 de la mañana.
Con Ariel Rot, Los Zigarros sonríen para sí. Tocan Qué harás amor y Rot, mítico integrante de Tequila y Los Rodríguez, se equivoca en los dos pases en el mismo verso. "Subrayádmelo en amarillo, porque si me equivoco voy a ir a regrabar la canción al estudio", bromea. Los hermanos recuerdan que cuando eran niños ponían cintas de vídeo y jugaban a imitar a Ariel, que ahora interpreta las canciones que ellos componen.
Contaba Andrés Calamaro, ídolo de Los Zigarros, que cuando triunfaron Los Rodríguez no sintió felicidad, sino alivio. Los Tormo, en cambio, sienten "cada vez más responsabilidad". Entre bambalinas hay medio centenar de personas que de alguna manera dependen de ellos y otros varios miles al otro lado del telón que han pagado una entrada para ser entretenidos y desinhibidos.
Con su tercer disco, Apaga la radio, han abandonado gran parte del tono fiestero, sarcástico y vacilón que les caracterizaba por otro más crítico y desalentador. Los Zigarros han retomado el sonido más clásico del rock, pero también su mensaje reivindicativo. "Estamos influenciados por el mundo que nos rodea, que tiene mucha mierda", apunta Álvaro.
Arranca el concierto
Tras los preparativos, Los Zigarros enfilan el ala izquierda del escenario antes de salir a tocar. Inquietos y tensos, se hace el silencio cuando avisan por megafonía que el show está apunto de comenzar. Su estética dista en pequeños detalles de la que portaban durante las pruebas. Se han calzado chaquetas ajustadas y camisas de colores donde antes solo había camisetas de manga corta. Se han maquillado con sombra de ojos y poco a poco empiezan a adoptar esa pose de malditos con la que se sienten cómodos. Ovidi apura un pitillo, aunque no se puede fumar en interiores. La previa apenas tenía mística y ahora van enfundados con ciertos clichés estilísticos que no pueden obviarse. El lugar empieza a parecerse a un concierto de rock.
Se genera uno de los pocos momentos de intimidad de los cuatro miembros de la banda. Durante toda la tarde han sido objeto de conversaciones, de vaivenes y de interrupciones que acaban por ocupar todo el tiempo libre. Todo se vuelve irrelevante. Se abrazan, se animan mutuamente y terminan con un grito común para mandar al carajo al miedo. Álvaro finiquita su bebida de un trago y pega un salto hacia el exterior. El mismo instante en el que cruzan el telón es cuando los vítores estallan.
La banda está engrasada y su estado de forma –el ideal, con un directo apabullante– confirma el cénit que atraviesan. Viven su mejor momento y todos lo perciben. Engarzan sus nuevos temas con los hits que les abrieron las puertas de la fama para más tarde hacer un homenaje a su pasado y tocar De nada sirve hacerse mayor, pieza que Ovidi compuso cuando era integrante de Los Perros del Boogie. Con reminiscencias del rock americano, es considerado por el cantante como su primer éxito de verdad.
La parte de atrás del escenario empieza a congregar a técnicos de sonido, realizadores, cámaras y artistas. Tras el enorme telón rojo solo hay vigas de metal, frialdad, cajas apiladas y una ristra incontable de cables. Como en las óperas, la zona trasera triplica en espacio a su cara visible, donde además reina la oscuridad, que no la intimidad, por lo que los artistas apenas se dejan ver por allí. El camerino donde esperan su turno está en otra planta y es inaccesible para cualquiera que no forme parte del círculo más personal.
El rock and roll engulle el Price y los amigos llegan desde el camerino para escuchar las canciones desde un lateral. A Tarque y García es difícil verles sin una lata de cerveza en la mano. Rot se aproxima con una copa pero dice que no hay que preocuparse, que es "zumo de manzana con una gotita de whisky", aunque nadie sabe si está bromeando. Tras las cinco primeras canciones, se suceden las idas y venidas en el escenario.
Dice Keith Richards que él ya no siente nervio antes de salir a un escenario. "No me lo creo", asevera Fito antes de que suenen los acordes que significan su intervención en la platea. "Para mí, este es el peor momento. Me iría a casa ahora mismo a leer un libro y meterme en la cama para olvidarme de todo, aunque al subir, se te pasa todo lo malo", cuenta entre sinceridad y guasa.
Aurora García se aísla un poco antes de dar el paso adelante y asegura que es peor ser invitada que cuando eres la estrella principal: "Ahora solo tienes una oportunidad de que salga bien", dice antes de acompañar a Los Zigarros en Dispárame. Al bajar, la bancada de amistades aplaude su intervención. "Qué perra, cómo canta", comenta nada menos que Carlos Tarque, que no parece sentir presión y es el que más aires festivos pasea por el backstage. Cuando aparece el ambiente se descongestiona, se llena de calma. Enfundado en una chaqueta que ha comprado en Nashville y que no para de recibir comentarios, sube con Los Zigarros, se come las tablas y vuelve a bajar como un miura. Su autocrítica es tal que no para de decir al terminar que va a necesitar "mucha edición", aunque los técnicos se ríen y no toman en serio sus apreciaciones.
La tensión desaparece y poco a poco unos y otros se dejan caer por la oficina de producción, un baño que ha sido acicalado para la ocasión con impresoras, chaquetas, alcohol y el setlist de la noche, para mirarse en el espejo un minuto antes de salir a escena.
Todos constatan el parecido de un escenario con una montaña rusa: suben hechos un manojo de nervios y bajan pletóricos; entre gritos y risas, mientras que todos dicen que podrían haberlo hecho mejor. El que más a disgusto termina es Leiva, que ha detectado que su guitarra estaba "muy desafinada". La sensación se parece a la de un apagón en una fiesta de cumpleaños o un corte en una sala de cine; algo ha fallado cuando todo debería ser perfecto. El ex de Pereza se lamenta en voz alta del percance, aunque el público está lejos de haberlo detectado. Fue el artista que más amor desencadenó en las butacas del recinto y su aura impide pensar que algo le pueda salir mal.
Tras 22 canciones en apenas dos horas, el concierto toca a su final. Los Zigarros salen de los focos y el público empieza a corear para que lleven a cabo un bis. Están contentos, abrazan a los que se acercan y sienten que lo han bordado. Álvaro da un abrazo a un técnico que bosteza y bromea: "¡Entonces, no habrá sido tan bueno!". Los chicos no se hacen de rogar y reúnen a toda la pandilla. Para rematar el espectáculo, suben todos para cantar ¿Qué demonios hago yo aquí? y poner el broche a una noche de viernes que, en el fondo, acaba de empezar.
Los Zigarros publicaron su tercer disco el año pasado. En él, se muestran contrarios a la manera en la que las radios eligen qué suena y qué no. Su primer verso, "otra banda nueva llena La Riviera, y no hay rastro de ellos en tu cadena" no deja de ser un hecho autobiográfico. Pese a haberse recorrido la Península varias veces, se sienten ignorados por la industria radiofónica.
Comentarios de nuestros suscriptores/as
¿Quieres comentar?Para ver los comentarios de nuestros suscriptores y suscriptoras, primero tienes que iniciar sesión o registrarte.