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Cine de barrio ¿Sobrevivirán los cines (de barrio) en la era de Netflix?

Las salas independientes de Barcelona ensayan fórmulas como tener un club de socios, tarifas planas, acoger eventos y diversificar las proyecciones con documentales, ópera... Sin embargo, prácticamente sólo aguantan en las grandes ciudades. Hablamos con los impulsores de los cines Maldà, Texas y Girona, todos en Barcelona, y de la ACCI, entidad que agrupa a salas de pueblo.

El Zumzeig, un cine cooperativo en Catalunya.

El Cine Maldà dio la voz de alarma por Twitter: "Que difícil es salir del pozo. Esta noche han petado el cristal de la taquilla y la caja fuerte. Nos han robado todo el dinero. Por favor, si viene hoy (que nos ayudaría a recuperarnos) intente llevar monedas para tener el cambio exacto".

No parece habitual que un negocio haga un balance tan sincero de su situación económica. Pero en el caso del Cine Maldà –situado dentro de las galerías homónimas, en el barrio Gótico de Barcelona–, no les caen los anillos. Reconocen que su supervivencia se va renovando año a año, pero no pueden predecir dónde serán dentro de cinco años. Aún así, es el cine monosala más antiguo de Barcelona, con sus 74 años de vida.

"Y hemos ido aguantando todos los embates, eh!", dice Xavier Escrivà, programador de la sala y miembro de la familia propietaria. Unos embates que podemos situar cíclicamente así: primero llegó la televisión, después los 'multicine' (con salas mucho más pequeñas, que pudieran ofrecer toda la cartelería), el auge del vídeo cassette (y la subcultura del videoclub), la proliferación de centros Comerciales en las periferias urbanas (los no lugares teorizados por el antropólogo Marc Augé, acogiendo siempre a los cines de una gran cadena de distribución)... Y ya con el nuevo siglo, la digitalización: desde las descargas ilegales a las plataformas de streaming como HBO o Filmin. ¿Hay espacio, para las salas de cine independiente, en la gloriosa era de Netflix? O dicho de otro modo: ¿Video killed the radio star?

Solo va al cine gente entre 40 y 70 años

"Hay una generación de personas adultas, de entre 40 y 70 años, que va al cine. Pero a medida que vayan muriendo, el público no se regenerará"

Los cineastas entrevistados por Público son más bien pesimistas, aunque no haya consenso entre ellos. Manel Gómez, administrador de la Associació Catalana de Cines Independents (ACCI), la entidad que agrupa cines de pueblo, se autodefine como "totalmente derrotista". Y explica: "Hay una generación de personas adultas, de entre 40 y 70 años, que va al cine. Pero a medida que vayan muriendo, el público no se regenerará". Un ejemplo que recuerda a la desaparición de compradores de periódico en papel (imposible ver un joven pagando por la prensa en un quiosco). O el envejecimiento de la clientela de los mercados centrales (dado que la juventud se ha lanzado en masa al Mercadona).

Siguiendo esta línea, Gómez –quien gestiona directamente cines en Vilanova i La Geltrú, Arenys de Munt, Argentona, Premià de Mar y Sitges– considera que no es que los joven pasen de las películas, sino que "les da igual en qué tipo de pantalla mirarlas". Por ello, y según su experiencia, esto hace que en "muchos pueblos acabe cerrando", ya que no hay público asistente. "No hay nada que hacer, si Netflix te cuesta 6 euros y aún lo puedes repartir entre tres familias", lamenta. Según los datos que tiene en la mesa, en los últimos 20 años se han cerrado unas 500 salas en Catalunya.

El multifacético cineasta Ventura Pons, que está al frente del Cines Texas, también cree que todo ello "es un desastre", especialmente a raíz de las plataformas de pago online. "Nos ha caído encima un problema muy grande", advierte como previa a esta anécdota: "El otro día un amigo me dijo que, de viaje en Londres, entró en el cine más popular de la ciudad y eran tres personas"». Pons cree que estamos en un momento de cambio tan incierto, que no se sabe cómo acabará.

Ayudas estatales para fabricar coches, no para  cines

Escrivà, del Cine Maldà, añade: "Es un proceso imposible de detener. Como mucho en invierno, si hace mucho frío, conseguimos hacer unas cifras de asistentes buenas... Pero qué va, aquí las instituciones no han hecho una apuesta por la cultura. Esto no es Francia ni Alemania". La crítica a las instituciones también es compartida por Toni Espinosa, al frente de los Cines Girona –en el barrio de Gràcia, en Barcelona–. "El Estado ha encontrado 3.000 millones de euros en ayudas al sector de la automoción, pero ¿para la industria cinematográfica le cuesta encontrar 20 millones de euros?", se lamenta. Espinosa hace una pequeña confesión, pero la matiza inmediatamente: "Es cierto que somos un poco llorones, pero también es cierto que no hay apoyo de la Administración Pública".

Tal vez la ubicación física de los cines sea un factor a tener en cuenta. Así como Gràcia destaca como barrio preferido de los jóvenes urbanos de clase media e intereses culturales, el Gótico destaca por el monocultivo turístico. "¿Quién del barrio tiene que venir al Maldà si en la Rambla sólo viven de verdad 100 personas?", explica Escribano. "Estamos perdiendo la cultura de la red vecinal".

Cines que cierran, barrios que pierden vida

Efectivamente, los cines de barrio protagonizan la memoria sentimental de las ciudades. Cada lector recordará los cines cerrados de su ciudad o pueblo: el nombre de la sala, algunas de las películas que vio e incluso de quien estaba acompañado. Sin embargo, la tendencia actual es aislarse en el sofá de casa, donde hacer maratones de Netflix sólo o como mucho en pareja. Una conducta poco grupal y aislacionista que es contraria a la experiencia, hasta ahora, del cine. "Una sala significa estar acompañado de otras personas, el encanto de la oscuridad, la charla al terminar el film...", explica Escribano.

También es una tendencia mantenerse dentro de espacios cerrados. Tal y como han alertado varios miembros del Observatorio de Antropología del Conflicto Urbano (OACU), la pérdida de los cines independientes es la pérdida de la cultura de barrio. Una desertificación cultural (y comercial) de los barrios que en parte ha sido provocada por la apertura de centros comerciales en los accesos viarios a las ciudades y los grandes supermercados en trama urbana. Y que tiene como consecuencia profundizar en su perfil de barrios dormitorio, en los que no sucede nada.

El cierre de librerías y quioscos también es una derivada de esta digitalización de la cultura y su venta en espacios poco sociales (sea online, sea en una gran cadena). Si nos hemos preguntad por la supervivencia de las salas de cine en tiempos de Netflix, hay que preguntarse por el futuro de las librerías en la era Amazon y Fnac.

Cine Texas: el optimismo de Ventura Pons

Sin embargo, no todo es pesimismo. Ventura Pons explica que en el año 2014 todo el mundo se reía cuando estrenó el Cine Texas y le decían que no lo lograría. "Y ahora la sala siempre está llena, hemos fidelizado a nuestro público y en los primeros cuatro años de vida hemos hecho cuatro millones de espectadores", explica. ¿Cuál ha sido la fórmula? "Lo que decían nuestros abuelos de lo de las tres 'B': bueno, bonito y barato", que en el Texas se concreta en cine de reestreno y doblado al catalán. "Es que hay películas muy buenas que en una semana ya se han ido de la cartelera y si no corres, te quedas sin verlas", explica Pons. De hecho, la estrategia del cineasta es clara: diversificar. Ofrecer lo que no hacen los demás: un pase de ópera, conciertos, documentales, en versión original, en lengua catalana, coloquios…

De aquí que Ventura Pons también se muestre moderadamente optimista: "Vamos a conseguirlo". Pons habla con conocimiento de causa. Aparte del Texas, abrió dos cines más: el primero en Valencia, estrenado hace dos años pero cerrado definitivamente el 15 de marzo de este año: "Es una plaza muy difícil y no ha ido bien". El segundo, en Figueres (Girona): "Estamos batallando para consolidarlo y creo que irá bien, porque si un programador como Salvador Suñer tiene calculado que 2.400 residentes en Figueres bajan a ver el Temporada Alta de Girona, significa que hay masa crítica para este cine".

Sala del Cinema Girona.

Sala del Cinema Girona.

Un optimismo compartido con Toni Espinosa, de los Cines Girona: "Hace unos años se sufrió una reestructuración de las salas, pero en los últimos años las estadísticas van hacia arriba: en Barcelona se está recuperando tanto el número de cines como el de espectadores". Y reflexiona: "¿Que salga el digital significa que lo analógico morirá? ¡No!". Y se confiesa un espectador promiscuo (ocho veces al mes) en salas de Barcelona más allá de la suya.

¿El problema son los precios?

"La Fiesta del Cine se hace para vender palomitas, no por las entradas"

Hay cierto consenso en el imaginario ciudadano en que ir al cine es muy caro. Pero esta conclusión da rabia a los cineastas. "No es el precio de la entrada, sino que se ponen de palomitas hasta el culo y al salir aún van a un fast food a cenar", se queja Manuel Gómez. Xavier Escrivá coincide: "Si una pareja se gasta 20 euros en un combo de refrescos y palomitas, pues el problema está aquí". A su juicio, el negocio del snack es tan importante para los cines que "la Fiesta del Cine se hace para vender palomitas, no por las entradas".

Aparte una de las características de los cines independientes también es la política de precios más baratos que las grandes cadenas. El Cine Maldà es de sesión continua, así que por el precio de una entrada puedes ver todas las películas que puedas en un mismo día. Además, tienen una 'tarifa plana' de 100 euros anuales (cine ilimitado por 8,5 euros al mes). Asimismo, los Cines Texas cuestan 3 euros entre semana y 4 euros los fines de semana.

De hecho, el objetivo es conseguir unos ingresos mínimos, independientemente de llenar o no la sala. Y esto se consigue con una base de socios y socias. Los Cines Verdi y el Phenomena tienen sus propios clubes, que dan derecho a derecho a descuento sobre el precio del ticket. Pero hay cines que han ido aún más lejos y que basan su propiedad en los espectadores: los cines cooperativos.

Zumzeig y CineCiutat: ¿Quieres ser dueño de tu cine?

Y es que la Economía Social vive un auge hoy en día y el cine no ha sido exento. De ahí el nacimiento de dos iniciativas como Zumzeig Cine Cooperativa (en Barcelona) y CineCiutat (en Palma). Se trata de los primeros cines "cooperativos" surgidos en estos tiempos de nuevas formas de gestión: cualquiera puede ser propietario de un cine. Esta era precisamente la consigna de CineCiutat, la sala rebautizada así en 2009 para dar continuidad a la marcha de la cadena Renoir. Un grupo de amantes del cine se constituyó como cooperativa y con esfuerzos ingentes han llegado hasta hoy. Es cierto, sin embargo, que las sirenas de alarma aparecen cíclicamente y que la viabilidad económica del proyecto no está garantizada.

Cuando el Ayuntamiento es el programador

Ciertamente, gestionar un cine y que dé beneficios es un reto. Incluso para la Administración Pública, como le ocurre al Ayuntamiento de Terrassa con el Cine Catalunya. Se trata de una antigua sala que en 2008 anunció su cierre y que el consistorio adquirió para tener una infraestructura cultural en el centro de la ciudad. Y de paso, que no se cerrara el último cine en la ciudad (aparte de un multi-sala en el centro comercial Parc Vallès, junto a la C-58).

Con dos salas de proyección, el cine hace una media de 4.650 espectadores al mes (26 por cada pase de film, aproximadamente). Esto le genera unos ingresos aproximados de 600.000 euros, pero el gasto total anual es de 2,1 millones de euros. De ahí que sea el propio Ayuntamiento quien haga una aportación de 1,5 millones de euros anuales, para tener en marcha el cine. Son las dificultades que nos hacen preguntarnos si sobrevivirán los cines (de barrio) en la era de Netflix.

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