Este artículo se publicó hace 17 años.
Comer con niños y sin miedo
Un restaurante de Barcelona organiza cursillos de cocina infantiles mientras los padres degustan platos únicos.
Que levante la mano el matrimonio que nunca haya desechado el plan de ir a comer a un restaurante en familia por culpa de… los niños. Esos entrañables locos bajitos que acaban de comer antes de tiempo, no quieren saber nada de platos sofisticados y dan la tabarra para salir a la calle cuando sus progenitores aún intentan saborear el primer plato.
Ada Parellada, madre de dos niños, ha vivido el problema durante años y ahora propone cada sábado en su restaurante de Barcelona, Semproniana, una oportunidad a esos matrimonios. “Yo me encargo de los niños y vosotros, de disfrutar de mi cocina”, viene a decirles.
Se lleva a los peques a un taller de cocina infantil que ha llamado Patacuchi, el nombre de una pasta elaborada con harina de garbanzos que toman muchos niños italianos. Mientras los padres se sientan en el restaurante, dos monitoras se ocupan de sus hijos en un taller de cocina, tras las paredes del comedor. Allí aprenden a elaborar pan, galletas, hamburguesas y después disfrutan de un almuerzo divertido y saludable. Dejamos a los padres tranquilos ante sus platos y pasamos al otro lado de la pared…
Una decena de niños de entre cuatro y diez años se han lavado las manos, se han fabricado un gorro de cocinero y amasan harina, cacao, huevo ¡Esto es mejor que jugar con plastelina!… Hoy harán galletas. Pesan los ingredientes, los tocan, los huelen, los prueban. Cascan los huevos, se miran, ríen. Agarran el rodillo de madera como si fuera un garrote… “No, así no, con las dos manos y poco a poco” (las monitoras están en todo).
Elaboran la receta con curiosidad e interés. Le dan a la masa la forma que más les atraiga y la salpican con píldoras de chocolate. No se trata tanto de que los niños se cultiven en las artes culinarias, como de que pasen un rato agradable. Descubren, eso sí, algunos de los secretos de la cocina sin acercarse al fuego ni al horno. Uno de ellos será el encargado de llevar la creación a la cocina de Semproniana.
En ese momento, el contacto directo con los alimentos ya les ha abierto el apetito. Y les toca comer a ellos. En su menú, platos que suelen gustarles (macarrones, hamburguesas, patatas fritas) se mezclan con otros a los que suelen ser más reacios (verduras, legumbres, pescado azul).
Los padres ya han dado cuenta de una lubina al horno y disfrutan tanto del delirium tremens de chocolate como de la pausada y relajada conversación que han mantenido durante casi un par de horas, lejos del infantil ruido de sus locos bajitos, que aparecen en ese momento obsequiándolos con las galletas, recién salidas del horno. Queda unaduda: ¿quién ha disfrutado más del Patacuchi, los papáso los niños?.
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