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Conmoción indígena

El filme hispanoperuano ‘La teta asustada’, de Claudia Llosa, gana el Oso de Oro con un filme sobre las efectos de la violencia en el Peru de los ochenta

GUILLEM SANS MORA

La película hispanoperuana La teta asustada, de Claudia Llosa, se llevó el Oso de Oro a la mejor película de la Berlinale. “Esto es para Perú, nuestro país”, dijo Llosa cuando subió al estrado para recibir el premio de manos de la actriz escocesa Tilda Swinton, presidenta del jurado. Sus miembros, entre ellos la catalana Isabel Coixet, se dejaron arrastar por la amarga historia de Fausta, una chica que lleva una patata en la vagina como profiláctico antiviolación y está traumatizada por la muerte de su madre. El trasfondo histórico del relato son las consecuencias de la violencia de Sendero Luminoso y el ejército peruano en los años ochenta y noventa.

Este título, producido por los españoles Antonio Chavarrías y José María Morales, además de por la propia directora, es un proyecto apoyado por el World Cinema Fund, un fondo de apoyo a las cinematografías más débiles creado por la propia Berlinale y que suele llevar alguno de sus títulos al palmarés, como la argentina El otro, de Ariel Rotter, que acaparó en 2007 el Gran Premio del Jurado y el Oso de Plata al mejor actor para Julio Chávez.

Cualquier premio es discutible. Resaltar que Llosa está emparentada con el intelectual conservador Mario Vargas Llosa es una maldad, pero en este caso es lícito preguntar al jurado por qué consideró adecuado premiar una historia que presenta a los cholos del Perú como una gente salvaje, capaz de barbaridades primitivas como meterse patatas en la vagina y, al mismo tiempo, muy folclórica, con sus divertidas bodas colectivas y todo el aparto kitsch que las rodea.

Lo que está claro es que el gran triunfador de la Berlinale ha sido el cine latinomericano. Así, además de la peruana Llosa, el otro nombre destacado del palmarés fue el simpático director argentino Adrián Biniez, a quien le faltó el aliento cuando subió por tercera vez al estrado para recibir el Gran Premio del Jurado por Gigante. Esta película sí desborda honestidad por todos sus poros. Biniez cuenta la historia de un voluminoso vigilante de supermercado enamorado por circuito cerrado de vídeo de una mujer de la limpieza. El filme también se llevó el Premio Alfred Bauer, en memoria del fundador del festival, que compartió con la polaca Tatarak, del maestro Andrzej Wajda.

El merecidísmo premio al mejor director fue para el iraní Asghar Farhadi por About Elly, un magnífico retrato de grupo de una excursión a la costa truncada por un grave incidente. Para su realización, el cineasta debió recurrir al mismísimo presidente iraní, Mahmud Ahmadineyad, ante el riesgo de que fuese censurada por los rumores de “libertinaje” que corrían en la prensa iraní. El director negó esta polémica y agradeció su Oso de Plata a Dios y a su país, “del que ustedes no pueden tener una idea clara”, zanjó para cerrar más de una boca.

Por su parte, el actor malinés Soutigui Kouyaté se comió un buen trozo del metraje ceremonial cuando subió al estrado para recibir el Oso de Plata por London River, película del francés Rachid Bouchareb que usa de trasfondo los atentados terroristas de Londres en 2005. Después de los agradecimientos de rigor, Kouyaté, de 73 años, entretuvo al público durante veinte minutos relatando tres historias africanas.

El premio a la mejor actriz fue para la austriaca Birgit Minichmayr por la película alemana Alle anderen, retrato íntimo de una pareja de vacaciones en Cerdeña. Decepción para la excelente The Messenger, que sólo se llevó el premio al mejor guión, escrito por el director, Oren Moverman. Por último, el Oso de Plata a la mejor contribución artística se fijó este año en el diseño de sonido y fue para la rumana Katalin Varga, dirigida por Peter Strickland. Y eso fue todo.

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