Este artículo se publicó hace 2 años.
Por qué te conviene tener enemigos y cómo sacar provecho de la venganza
Kiko Amat traza el camino que hace virtud del resentimiento en un ensayo sobre el odio, 'Los enemigos'.
Madrid-Actualizado a
No usar el odio en beneficio propio es un desperdicio, sobre todo para quienes no pueden vivir sin enemigos. Kiko Amat (Sant Boi, 1971) lleva acumulando resentimiento desde que nació, pero fue aprendiendo —de la vida y de Plutarco— cómo canalizar la aversión hacia algunas personas. De lo contrario, esa repulsa habría terminado consumiéndolo.
De barrio obrero y adolescencia bronca, el escritor barcelonés aborrece la pedantería, el postureo y la suficiencia de la alta cultura. Odia a discreción, a veces sin causa aparente, pero también es odiado. "La tirria y la antipatía no siempre nacen de hechos, sino también de tu identidad", explica al otro lado del teléfono.
"Hay gente a la que le caigo mal porque siente que mi forma de ser amenaza la suya", añade el director del festival Subsol, quien ha perfilado a sus antagonistas en un vademécum del odio, Los enemigos (Anagrama), donde traza el camino que hace virtud de la —necesidad de— venganza.
Primer paso: los enemigos están vigilándote y te mantienen alerta. "Gracias a ellos, no caes en la indolencia, en la vagancia, en la autojustificación y en la displicencia, sino que cuidas de lo tuyo y a la vez intentas no darles más argumentos para que puedan destruirte", razona. O sea, que su escritura no nació del odio, pero se alimenta de él.
"Como los enemigos están preocupados por tu tropiezo, tienes que estar pendiente de que tu arte sea inapelable y se materialice con el máximo rigor y oficio". Traducción: una forma de usar la enemistad y de vengarse de los oponentes es ser el mejor en lo tuyo. Él, como novelista. Cada uno, en su respectivo trabajo.
Su tratado sirve, pues, para cualquiera. A Kiko Amat sus enemigos lo ayudaron a mejorar como escritor. El resentimiento como motor creativo y vital. El odio como gasolina. En cambio, si alguien se limita a maldecir a sus antipódicos y a reconcomerse por dentro, terminará mal, porque "el resentimiento es muy destructivo y venenoso".
Su visión dicotómica del mundo —blanco y negro, yo contra ellos— ha facilitado que esté en guardia permanente, siempre listo para la defensa o el ataque. "Artísticamente, te agudiza el ingenio", cree el autor de Revancha, acostumbrado a que su mera presencia generase cierta contrariedad a su alrededor, fuese en una fiesta o en un bar.
"Eso te endurece. En el caso de un artista, es fundamental haber vivido una hostilidad directa para encajar cualquier golpe. Tener enemigos te electrifica la mente, mejora tu visión y te proporciona una carga de beligerancia, porque hay gente que quiere aplastarte", afirma Amat, cuya perspectiva no nace de la paz, sino de la guerra.
No importa que no cometas un acto execrable, cree el escritor, porque te odiarán igualmente por ser como eres. O porque tu forma de ser se contrapone a la del enemigo. Él lo percibe como un destino inevitable, por lo que el ejercicio pasa por domar el resentimiento para luego sacarle partido.
Los enemigos. O cómo sobrevivir al odio y aprovechar la enemistad es la pulpa del zumo de Revancha. Lo que no cabía en el vaso de la novela ha sido aprovechado para este ensayo, que es un chupito hater. En él, enumera a todos sus enemigos, de los altruistas impostados a quienes se toman demasiado en serio. ¿Pero cuál es el más aprovechable?
"Hay odiados perfectos, cierto tipo de personas buenistas, hipócritas, encantadas de conocerse, condescendientes por razones de linaje o titulación académica… Todo eso junto me provoca una reacción en cadena que me lleva a decir: ¡Ahora se van a enterar! Tienen una utilidad clara porque me encienden la obsesión de generar arte", explica.
Por si la descripción no fuese suficiente, sigue perfilando al antipódico ideal. "Siempre que veo una novela blandurria, mentirosa y que flirtea con el lector, pienso: ¡No puede ser que ganen estos! Entonces tengo que escribir para que no venzan o predominen estas mierdas. Si no tuviese ese acicate, no produciría tanto. Pero lo hago porque me enfrento al arte baboso".
Extrapola su caso —el odio a determinados literatos— al resto, pues entiende que hay cientos de ejemplos de personas detestables en todos los campos. Y no teme dejar a víctimas inocentes en el camino. "Yo soy escritor, no militar. El mayor daño que puedo provocar es ofender a alguien con mis palabras".
Dicho de otra forma: "Mi venganza, en la que se basa buena parte de mi obra, es la publicación de novelas competentes. Ese es el máximo dolor que causo". Otra cuestión es el sufrimiento infligido a sí mismo. Lo decía San Agustín: "El resentimiento es como beber veneno y esperar a que la otra persona se muera".
Por ello, insiste, hay que conectar el odio —entendido como motor— a algo. En su caso, a una obra literaria: "Por eso no contamina". Podría hacerlo: el resentimiento como acicate, pero también como arma de autodestrucción. "Y muy peligrosa. Yo juego con material inflamable, por lo que si no acertase a empalmar el odio con mi oficio, acabaría conmigo".
El ensayo de Kiko Amat es breve, directo e irónico. Recurre al anecdotario personal y cotidiano, si bien apuntala sus reflexiones con citas de autores clásicos y con referencias pop. "Escribo con tono humorístico sobre algo que no tiene la menor gracia, porque vengo de un mundo en el que sucedían cosas tristes y espantosas", asegura.
Ese lugar no era "halagüeño, feliz o tranquilo", pero la forma de contarlo —o de expresarse en él— era jocosa. "Para hablar del desastre, la dialéctica de mi mundo era la comicidad. Por el tono puede parecer un chiste, pero vivir así es horripilante". En el libro no hay espacio para el victimismo, aunque el autor no duda en mostrar su fragilidad.
Porque odiar —o vivir con odio— es perjudicial para la salud, por lo que a veces, según Amat, quizás sería conveniente pegar un puñetazo a tiempo. Incluso en sentido figurado: la hostia —o sea, la venganza— puede ser una novela o un ensayo breve como este. Y si se la van a dar a él, zanja el escritor, que sea por un motivo pueril, no por su arte.
Conclusión: los enemigos mejoran tu obra. A trabajar.
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