Cuando la corresponsal española Sofía Casanova se encontró con León Trotski
El ciclo 'Hotel Florida' rinde homenaje a la pionera del periodismo bélico, cuya obra ha sido recogida en el libro 'De guerra, revolución y otros artículos'. Publicamos en exclusiva una de sus crónicas.
Madrid-Actualizado a
Vuelve a Madrid el Hotel Florida, unas jornadas sobre literatura y periodismo que rinden homenaje al establecimiento donde se reunían los corresponsales extranjeros durante la guerra civil. En su quinta edición, que se celebrará del lunes 23 al viernes 27 de enero en la sala Callao de Ámbito Cultural de El Corte Inglés, se abordará la guerra de Ucrania o el mundo de los espías.
El programa comienza con un homenaje a la figura de Sofía Casanova, la gran reportera desconocida, en el que participarán este lunes, a las 19.30 horas, Rosa María Calaf, Federico Ayala, Marilar Aleixandre y Ana Pastor, en una conferencia moderada por Carlos García Santa Cecilia, director junto a Alfonso Armada de un ciclo organizado por Ámbito Cultural y la revista digital fronterad.
En 1914, Sofía Casanova fue la primera mujer española contratada como corresponsal. Empezó a trabajar para el diario ABC en Polonia, cubrió cinco guerras y escribió desde países como Rusia y Ucrania. Una antología de su obra ha sido recogida en De guerra, revolución y otros artículos, editado por La Umbría y La Solana y Los Libros de fronterad. A continuación, publicamos en exclusiva una de sus crónicas.
En el aniversario bolchevique
A los diez años de la revolución bolchevique, Sofía Casanova rememoró su encuentro con Trotski en el Instituto Smolny de San Petesburgo y aportó nuevos detalles de aquella histórica entrevista.
"Nunca he podido describir, ni puedo ahora, agobiada por la infinidad de imágenes y de impresiones la que el encuentro con Trotski me produjo, después de atravesar y subir patio, vestíbulos, escaleras y salas del inmenso edificio Smolny, que fuera palacio de la instrucción para nobles doncellas de la Corte.
Según narré en sucinta página entonces, me acompañaba la brava gallega Pepa, que, con su familia, ha compartido hambres y lutos de la guerra. Ante la vista de miles de hombres, armados con dos o tres carabinas cada uno, con machetes y sables, y cruzados los pechos con nutridas cartucheras, Pepa me suplicaba que no entráramos. Ya allí, y con el permiso de subir al cuarto piso, donde tenía su despacho el «camarada» Trotski, no había yo de retroceder. Soldados, marineros, obreros en muchedumbre compacta peroraban, discutían, se querellaban en Soviets mitinescos. En mangas de camisa unos, y pegados a heridas sin curar los lienzos sanguinolentos; vendadas las cabezas de muchos, y las piernas y los brazos de otros con pedazos de uniforme empapados de pus; borrachos algunos marineros, que entre las armas colgaban charreteras de oficiales y de generales, trofeos de la villana muerte dada a los jefes; el humo, el infecto olor de los cuerpos sucios, purulentos, sudando odio; el roce con las bayonetas y las miradas feroces de tantos hombres, estrujándonos en nuestro camino hasta el piso último, eran detalles pavorosos y repulsivos del conjunto en aquel sector revolucionario.
Arriba, escoltadas por guardias rojos ante la puerta de Trotski, tuvimos un minuto emocionante; se apagaron las luces, y el grito de Pepa, agarrada a mí, podía haberse oído en la Puerta del Sol. Carcajeaban los rojos; volvimos a la claridad, y un correcto bolchevique afeitado nos llevó a presencia del vencedor.
Era reducido el cuarto, en el que, tras una grandísima mesa, encontramos al hombre. Una silla frente a la suya y breve sofá a la derecha de ella amueblaban la habitación. De pie nos recibió Trotski, sin tender la mano. Nos separaba la mesa y al hacer gesto interrogativo, señalando a Pepa, no contuve una humorada irónica, impropia del lugar, y le contesté:
—Es mi dueña; las españolas no andamos solas.
Me senté y oí esta primera frase con voz nasal, en buen francés:
—¿Pertenece usted a la Prensa de Madrid?
—Sí —repuse—; a la conservadora y católica, pero me interesa la revolución y su Prensa.
Y en el rostro, caracterizado a lo Mefistófeles, no se movió un músculo al decirme:
—Conozco España. No me han tratado bien allí.
En seguida habló del triunfo bolchevique, de su primordial gestión, la paz, la paz ante todo. Se refirió a los recién llegados telegramas de Austria y Alemania, con recelosa reserva rozó ideales del comunismo al nombrar yo la independencia de Polonia, y se puso en pie, terminando a lo palatino la audiencia. Al camarada que estaba en la sala por donde entramos ordenó que me extendiera un pase, un histórico volante, que no me atreví a aprovechar y que he dejado en el Círculo de Artesanos de La Coruña".
(Sofía Casanova, ABC, 5 de noviembre de 1927)
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