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Corrupción en serie

De los sobres de Luis Bárcenas en el Partido Popular a los de Nucky Thompson en 'Boardwalk Empire', las series de televisión han reflejado la corrupción que corroe las administraciones públicas. El último ejem

MARÍA JOSÉ ARIAS

Entre tanto caso de corrupción política sacudiendo la actualidad informativa española se cuela estos días una nueva serie de ficción estadounidense cuyo personaje no es otro que un político de dudosa ética (Kevin Spacey) que hará todo lo posible para medrar en su carrera como congresista de los Estados Unidos. House of Cards, producida por Netflix y dirigida por David Fincher, se estrenó el 1 de febrero en EEUU y el 21 llegará a España de la mano de Canal +. Un nuevo título que se une a un selecto grupo de series políticas cuyos escándalos, en ocasiones, se ven superados por la realidad.

La de Fincher es un remake de una serie británica de los noventa (Castillo de naipes) que actualiza el argumento llevándoselo a un Washington de hoy en el que los hilos los mueven gente sin escrúpulos, corruptos con problemas de ego y una capacidad innata para la manipulación del prójimo. Así es como House of Cards dibuja a Francis Underwood, un congresista al que le prometieron un puesto en campaña que no le dan una vez en el poder. Dolido, inicia un plan de venganza para desestabilizar el recién estrenado gobierno de los que se supone son los suyos.

De cómo funciona la política y cómo es su trastienda también hay mucho en Homeland. El ataque ordenado por el vicepresidente Walden que acaba con la vida de varios civiles (entre ellos el hijo del terrorista más buscado) y alrededor del que se extiende la omertá es el desencadenante del regreso a casa de Nicholas Brody (Damian Lewis) reconvertido en terrorista.

Su vendetta pone al descubierto el juego de las apariencias que se esconde en la política y el poder que un cargo público puede tener.

Hasta el punto de pagar a la hija de una mujer atropellada por su propio hijo para silenciarla y que no arruine su carrera a la Presidencia.

Tanta noticia sobre los supuestos sobres con dinero que durante años han circulado en el Partido Popular rescata de la memoria una escena de otra serie, Boardwalk Empire, donde los sobornos estaban presentes. Ambientada en los años veinte durante la Ley Seca en Atlantic City, el protagonista es un mafioso local, Nucky Thompson (Steve Buscemi). En una época donde el negocio estaba en lo prohibido, quienes vivían de ello necesitaban que las autoridades hiciesen la vista gorda. Ahí es donde entran en juego los sobres con dinero del que no figura en las declaraciones de la renta. En uno de los episodios, Thompson acude a la habitación de un hotel con 40.000 dólares en el bolsillo y la instrucción de dejarlos en una pecera vacía. El destinatario es Gaston Means (Stephen Root), un trabajador del Departamento de Justicia oculto en la habitación de al lado que ofrece la protección del Estado por un módico precio.

Sobornar a los políticos en la pequeña pantalla está a la orden del día. Ocurre en Boardwalk Empire y ocurría en Los Soprano. En la obra maestra televisiva de David Chase el protagonista era un mafioso de Nueva Jersey (James Gandolfini) que no dudaba en comprar a quien hiciese falta para salirse con la suya. Curiosamente, Luis Bárcenas ha sido comparado últimamente por su aspecto con otro popular mafioso de la televisión, el de Los Simpson. El pelo engominado hacia atrás, las canas y el abrigo le han valido la comparación con Tony el Gordo. Un look que también recuerda en cierta manera a Paulie Gualtieri (Tony Sirico) en Los Soprano. Aunque el acólito de Tony Soprano abusaba más del chándal que de la gabardina.


El extesorero del PP se ha convertido en el supuesto corrupto más popular tomando el relevo de otro compañero de partido que no es otro que Francisco Camps. Su historia está plagada de paralelismos con la ideada por David Simon para la tercera temporada de The Wire. Escuchas, un político envuelto en asuntos turbios, gastos injustificados y, al final, la absolución del acusado. Camps salió indemne del juicio como en la ficción televisiva le ocurrió al carismático Clay Davis (Isiah Whitlock Jr.). Ni las escuchas acabaron con él. Y aún hay más. Si Davis acudió con un ejemplar de Prometeo encadenado bajo el brazo para leer durante el juicio, un libro sobre el santo Job fue la lectura elegida por el expresidente valenciano.

Precisamente en la comunidad antiguamente gobernada por Camps es donde transcurre la acción de Crematorio, serie española basada en una novela homónima en la que un constructor sin escrúpulos y con mucha ambición (Pepe Sancho) es el protagonista de una trama llena de casos de recalificación de terrenos, sobornos, tráfico de droga... Una rara avis de la ficción televisiva española donde los políticos corruptos se ven en series del tipo de La que se avecina o Aída.

Ambicioso y corrupto hasta el punto de moverse por su propia ley es el alcalde de Chicago de Boss. La serie protagonizada por Kelsey Grammer retrata a un político aferrado al sillón hasta el punto de ocultar a la opinión pública una enfermedad. Si se conociese su problema se vería obligado a dimitir y no está preparado para perder el poder. Sin él no es nada y está dispuesto a asumir lo que él llama 'daños colaterales'.  El alcalde Tom Kane es como el protagonista de House of Cards, un malo de libro. Pero no siempre ocurre así. A veces los guionistas intentan lavar la cara a la clase política en la ficción demostrando que igual que hay políticos corruptos, también los hay honrados. Aunque siempre vende más la otra cara de la moneda. Da mucho más juego argumental.

Esa era la intención de David Chase en The Wire con el personaje de Thomas Carcetti (Aidan Gillen). Un candidato a la alcaldía de Baltimore con un montón de buenas ideas y buenas intenciones en su maletín que consigue ganar las elecciones contra todo pronóstico. Su programa electoral estaba cargado de promesas esperanzadoras para una ciudad sumida en la decrepitud y el crimen por culpa de la droga. Cuando accede al poder y descubre el pufo que hay en Educación no tiene más remedio que incumplir lo prometido. Una vez en el cargo, toca tapar agujeros como se pueda. Los recortes parecen la mejor solución. Su idealismo se rinde ante las cuentas.

El mayor abanico de políticos de todas las clases, ideologías y creados sin recurrir al maniqueísmo son los de El ala oeste de la Casa Blanca.

La hasta ahora serie cumbre de Aaron Sorkin retrata a unos personajes -políticos en su mayoría- complejos y que no podrían calificarse como buenos o malos sin caer en la simplicidad más absoluta. Aunque la corrupción no es un tema que Sorkin trate en exceso en esta serie, en El Ala Oeste se repasa todo lo que es y supone gobernar un país. Cómo a veces hay que hacer concesiones para alcanzar un bien mayor; cómo las relaciones personales pueden influir en cuestiones de Estado; el poder de la opinión pública y cómo manejarla; la complicada relación de la prensa...

Incluso un personaje tan querido como el del presidente Josiah Bartlet (Martin Sheen) tenía sus lados oscuros. Como, por ejemplo, ordenar el asesinato de alguien incómodo para la seguridad internacional en un oscuro aeropuerto o dejarse llevar en ocasiones por la soberbia. Los políticos tienen un poder casi ilimitado y de ahí que a veces tengan que tomar decisiones moralmente cuestionables. Ese es el planteamiento en este caso. De todos los personajes de El ala oeste, uno de los peor parados es el del vicepresidente Hoynes (Tim Matheson). Un lío de faldas ante el que presumió con información clasificada le obliga a dimitir. Eso que tanto se exige hoy en día a los políticos y que pocos hacen. Al menos, en España.


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