Cuando el cuerpo es lo único que importa: la cosificación de la mujer en los videoclips
Analizamos un fenómeno que surge cuando una persona, generalmente un hombre, observa a otra, una mujer, no como un ser humano sino como una cosa. La mirada sexualizadora está a la orden del día y se nutre de la pornografía.
Miren Gutierrez (Investigadora, activismo de datos, Universidad de Deusto)
Actualizado a
Se estrena el nuevo videoclip de nuestra cantante favorita.
Le damos al play y, a ritmo del próximo éxito del verano, podemos observar cómo una mujer internacionalmente famosa gracias a su trabajo se arrastra por el suelo entre las piernas de varios hombres, se mueve de forma explícitamente sexual y todo lo hace vestida con menos ropa que quienes la rodean. A poca gente le llama la atención.
¿Qué significa esto?
¿Qué es la cosificación sexual?
La cosificación sexual sucede cuando una persona, generalmente un hombre, observa a otra, una mujer, no como un ser humano sino como una cosa. La receptora no puede huir de esta mirada ya que es omnipresente.
Martha C. Nussbaum exploró el concepto de cosificación y su definición es una referencia en los estudios de género. Según Nussbaum, una persona es cosificada cuando se la trata como una propiedad o una herramienta intercambiable o como alguien violable e insignificante, entre otras cosas.
La mayoría de las formas de cosificación sexual hacen que los objetos de dicha cosificación se sientan tratadas solo como un cuerpo, valoradas para uso por parte de otros mientras se niega su independencia e igualdad.
Una de las fuentes de esta disparidad de poder nace de la pornografía. Es un producto audiovisual que silencia a las mujeres de una manera que confiere autoridad a los hombres. Así, si estos aprenden a interactuar con ellas a través del porno también aprenden a tratarlas como objetos.
Y en ocasiones, las mujeres se cosifican a sí mismas. La intensa presión social para que observen "normas de apariencia" las obliga a cumplir con estándares de delgadez, juventud y belleza, como se percibe en algunos vídeos musicales que están producidos por mujeres.
Una muestra de fuerza feminista puede disfrazar una cosificación. Un ejemplo es la actuación de Beyoncé, en 2016, en la que aparecía con un atuendo escueto frente a una pantalla que decía "FEMINIST" en letras gigantes. Pero cuando las artistas femeninas se sexualizan, "tienen más autonomía sobre su papel como 'observadas' u 'observadoras'".
La cosificación se puede dar sin sexualización. Por ejemplo, algunos anuncios emplean los cuerpos de las mujeres como lienzos en los que mostrar marcas, logos y mensajes.
En suma, la cosificación sexual –de forma muy simple– es un proceso por el cual un ser sensible se reduce a una cosa o a un ser insignificante sin estatus social, que puede ser intercambiado, poseído, exhibido, usado y abusado con fines sexuales. Las mujeres van aceptándola a través de ritos que las transforman en posesión.
¿Por qué investigar la sexualización?
Existen dos razones principales. La primera es que las imágenes sexualizadoras normalizan la cosificación femenina de forma que pasa desapercibida. Esa mirada masculina está tan integrada en nuestras prácticas sociales que apenas la notamos. Dicha dominación masculina tiene una violencia simbólica, imperceptible y omnipresente a través de prácticas cotidianas.
La segunda es que la normalización de la sexualización genera daños individuales y sociales. En las mujeres, esto tiene relación con la depresión, el control corporal obsesivo, síntomas de anorexia y bulimia, ansiedad física social, vergüenza por las funciones corporales, funcionamiento cognitivo inhibido, habilidades motoras y placer sexual disminuidos y baja autoestima.
Los vídeos musicales tienen efectos potentes. Se han convertido en creaciones audiovisuales con vocación cinematográfica que funcionan como "testigos de las expectativas e inquietudes de las subculturas y tribus urbanas". Como tales, pueden ser vehículos de "modos de vivir, comportarse y pensar". El consumo de vídeos musicales a través de plataformas es masivo entre la gente joven. A través de ellos, los niños y niñas adoptan visiones estereotipadas y normalizan actitudes.
Cara Wallis ha investigado las manifestaciones no verbales asociadas con la subordinación, la dominación, la sexualidad y la agresión en vídeos musicales. En sus estudios concluye que predominan las nociones estereotipadas de las mujeres como objetos sexuales y subordinadas, y de los hombres como agresivos.
Observar con deseo no tiene por qué ser pernicioso. El problema comienza cuando esa mirada es inevitable, ubicua, indeseada y centrada sistemáticamente en las mujeres. Es necesario investigar esta mirada cosificadora y sexualizadora para poder entender los mensajes que nos llegan a través de la cultura popular sobre los papeles de género y la valía de las mujeres.
Analizamos algunos de los vídeos más vistos en YouTube
Como ejemplo de esto, quisimos analizar cinco vídeos musicales internacionales entre los diez que más visualizaciones tenían en YouTube en 2019, cuando se inició el estudio. Todos ellos siguen sumando visitas a día de hoy.
Reunimos a un comité de expertas, integrado por Raquel Jiménez Manzano (integrante del Instituto de la Mujer), María Martín Barranco (asesora en materia de igualdad) y Nuria Coronado Sopeña (periodista especializada en estudios feministas) y utilizamos algunas de las fuentes teóricas ya mencionadas aquí en cuanto a la cosificación y la sexualización.
Además, también tuvimos como referencia la prueba de siete preguntas de Caroline Heldman para examinar la sexualización visual y los criterios que establece el Observatorio Español de la Imagen de la Mujer para determinar si existe sexismo en los contenidos audiovisuales.
Los vídeos elegidos fueron:
· Danny Ocean, Swing
· Aitana, Lola Indigo, Me Quedo
· Katy Perry, Never Really Over
· TINI, Lalo Ebratt, Fresa
· Rich Music, Sech, Dalex ft. Justin Quiles, Wisin, Zion, Lenny Tavárez, Feid, Quizás
¿Qué nos cuentan los vídeos?
Los cinco vídeos usan los cuerpos de las mujeres como decoración, en actitudes pasivas o inertes, o los muestran como algo reemplazable.
Por ejemplo, en algunas de las escenas de Fresa, aunque canta, Martina Stoessel (Tini) es un cuadro al fondo de una habitación. En Swing, una mujer ataviada con un sugerente vestido con transparencias nada sin rumbo alrededor del cantante.
Asimismo, la desnudez es algo que todos tienen en común. Mientras la artista de Fresa se muestra en todas las escenas casi desnuda, Lalo Ebratt, su pareja en este dúo, está totalmente vestido.
En Quizás, los siete cantantes –lejos de cualquier canon de belleza normativo– aparecen vestidos, mientras que las mujeres que decoran este vídeo, todas jóvenes, delgadas y bellas, no.
Además, en Me Quedo, Fresa y Quizás, las bailarinas parecen simular un coito, en ocasiones, para regocijo de sus compañeros. Las letras que acompañan estas imágenes no pueden ser más explícitas.
Especialmente en Fresa y en Quizás, la cámara se centra varias veces en partes concretas del cuerpo femenino en vez de mostrar a la persona de cuerpo entero. El procesamiento local de un cuerpo –frente al procesamiento global– que se da con más frecuencia en cuerpos femeninos que en masculinos, en la realidad y en las imágenes, es una característica de la cosificación.
Los decorados también son sugerentes. Por ejemplo, en Fresa, el protagonista canta "Tengo un cohete en el pantalón" sentado en una cama. En Quizás, aparecen varias mujeres en varios estados de desnudez, algunas inertes, en un coche de lujo. No cantan.
Es decir, los vídeos musicales analizados tienen un alto grado de sexualización de las mujeres. Pero no todos los tipos de cosificación tienen la misma frecuencia. Predomina el uso decorativo de los cuerpos de las mujeres, la desnudez, la pasividad y la negación de su autonomía e individualidad.
Además, podría incluso existir un mayor nivel de sexualización de las mujeres en los vídeos musicales que en los publicitarios, ya que los primeros cruzan más fronteras al no estar regulados.
Este artículo ha sido coescrito por Cristina Ubani, miembro del equipo de investigación ARES (Universidad de Deusto) y experta consultora en género.
Este artículo ha sido publicado originalmente en The Conversation
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