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El cuerpo y la sangre de Cohen

Tras ocho años de silencio discográfico, hoy se publica el nuevo disco del canadiense, 'Old Ideas'

JESÚS MIGUEL MARCOS

A Leonard Cohen escribir canciones no le resulta nada fácil. Quizás porque es más escritor que músico, quizás porque lo que quiere contar no es tan fácil de atrapar. Nunca tuvo una estrategia, ni la sensación de estar ante un abanico de posibilidades, como si atravesara un jardín en el que las ideas cayeran de los árboles y él solo tuviera que recogerlas en su cesta. Más bien, su senda es un laberinto de pasillos angostos y oscuros que se van retorciendo unos sobre otros hasta que logra trenzar las palabras y las melodías que le descubren un significado, algo nuevo que antes no estaba y ahora está: la canción.

De ahí su escasa producción discográfica: 12 álbumes en una carrera de 40 años. El último, Old Ideas (Sony), que se publica hoy, llega tras un silencio discográfico de ocho años. Y aún así, hay que agradecerlo, porque podría no haber llegado nunca. Tras Dear Heather (2004), Cohen había decidido apartarse de la música, al menos de cara al público, pero el conocido revés económico que sufrió poco tiempo después (su agente se fugó con sus ahorros), le obligó a subirse de nuevo al escenario. La mastodóntica gira mundial de dos años y más de 250 conciertos no sólo le devolvió el gusanillo del directo (llevaba tres lustros sin dar un concierto), sino que también empezó a dar forma a nuevas canciones, pacientemente, recuperando ideas acumuladas en cuadernos y alumbrando otras que aproximan su álbum a una sincera confesión de su momento vital presente.

El álbum es una sincera confesión de su momento vital presente

Sin estar a la altura de sus grandes obras, Old Ideas constata que Cohen, hasta en una versión menor, vuela más altoque la mayoría de dinosaurios de la canción. No hay ningún secreto: el tesoro está en el verbo (en la edición en español, traduce Joaquín Sabina). Pocos cantautores se atreven a hablar de lo que él habla sin caer en el malditismo, el idealismo vacuo o la exaltación de mundos interiores idealizados o imaginarios. Aquí todo suena tremendamente real. La búsqueda de Cohen es la de la verdad, salpicada, eso sí, de pasajes mundanos y giros irónicos que no son sino rastros de su libérrimo pasado de amante de los placeres de la vida. Ni su enclaustramiento en un monasterio budista ha logrado extirpar del todo esa visión de poeta decadente que es capaz de soltar una carcajada hasta cuando escruta los abismos de la existencia.

Pero también tiembla. Aunque abre el disco con GoingHome riéndose de sí mismo ('Me gusta hablar con Leonard, / dice lo que le ordeno, / no tiene opción / de decir que no. / Es un vago bastardo / embutido en un traje'), en esos versos a simple vista humorísticos ya se vislumbra el eje vertebral del álbum: la fragilidad de un hombre que ha recorrido todos los caminos hasta sus límites y al que sólo le queda el salto de la trascendencia. Leonard dejando de ser Leonard para escuchar a alguien más: 'Escucho tan fuerte que duele', canta en Amen, la pieza central del disco junto a la estremecedora Darkness.

Leonard deja de ser Leonard para escuchar a alguien más

Son, en realidad, oraciones. Cohen hunde su voz, aquí especialmente cavernosa, en lugares donde sólo se oye el eco de la sed y la oscuridad. Su timbre arrugado y monótono araña con mantras y recitados las puertas de lo único que existe ya para él, su cuerpo y su alma de esclavo, porque ya nada que venga del mundo le podrá dar una respuesta. 'Muéstrame el lugar / ayúdame a mover la piedra / muéstrame el lugar / no la puedo mover solo / me encontré con cadenas / así que te amé como un esclavo', entona en Show me the Place.

El relato de Cohen en Old Ideas es el testimonio de una abdicación: él, que se creyó invencible, que gobernó su destino y que reinó en sus dominios, fue sorprendido en su desnudez y pequeñez en mitad de una noche que se le hizo interminable. Dark-ness, el otro pulmón del álbum, habla de ese hundimiento: 'No tengo futuro, / sé que mis días son pocos, / el presente no es tan placentero, / hay muchas cosas que hacer, / pensé que el pasado me sostendría, / pero la oscuridad también se llevó eso, / ganarte fue fácil, / pero la oscuridad era el premio'.

Literatura en el límite que exige una música tradicional y simple como el blues, la canción jazz de Nueva Orleans, el eco del country o las nanas de cámara. Este disco se podría grabar en un día. Para escribirlo se han necesitado ocho años. Para experimentarlo, toda una vida.

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