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Damon Rocky Gause, el Ulises del siglo XX

En 1942, escapó de los japoneses tras navegar 3.200 millas en alta mar

JESÚS CENTENO

Hacinados como animales, los cuerpos se amontonaban en las cunetas. Hambrientos y maltratados, decenas de hombres fueron obligados a caminar más de 100 kilómetros en lo que se conoció como la Marcha de la Muerte de Bataan. Ocurrió en 1942, cuando las fuerzas norteamericanas que combatían en Filipinas capitularon ante el Ejército japonés.

La rendición supuso que 75.000 cautivos de guerra filipinos y estadounidenses fueran trasladados hacia el norte del país, donde se encontraban los campos de prisioneros. Sólo sobrevivieron 54.000, y unos 10.000 murieron durante el camino. Otros intentaron escapar escondiéndose en la selva.

En la mañana del 9 de abril de 1942, el teniente Damon Gause optó por el difícil camino de la huida tras superar seis días infernales en una cárcel insalubre y pestilente. Una noche, sorprendió a uno de los centinelas, le arrebató su bayoneta y se lanzó al mar.

Cubrió tres millas hasta que se desmayó, aunque los japoneses confundieron su cuerpo sobre la arena con uno de los cadáveres que yacían sobre la playa. El teniente despistó a las tropas niponas y nadó hasta la isla de Corregidor, donde pasó tres meses escondido ayudado por los filipinos.

Gause improvisaba, no tenía un plan. Llegó a Manila, donde conoció a una joven nativa llamada Rita García. Ella le presentó a un comerciante español, que los llevó a una fiesta en la que bebieron codo con codo con un coronel japonés. Gause, petrificado, se hizo pasar por español.

Con la ayuda de García según las crónicas, también era su amante, Gause conoció a otro oficial yanqui, el capitán Williams Lloyd Osborne. Juntos planearon fugarse del archipiélago en un viejo barco pesquero de madera, con vela, motor y unos seis metros de largo al que bautizaron Ruth-Lee en honor a sus esposas.

El plan consistía en navegar 3.000 millas hasta llegar a Australia, a pesar de que no tenían nociones de navegación y que sólo contaban con un compás y un mapa de National Geographic. El trayecto fue infernal. En una ocasión, se cruzaron con un tifón que volcó el barco. 'La vela se desgarró y desapareció. Estuve a punto de saltar', escribió Gaus en sus memorias.

Gause y Osborne lograron continuar y comenzaron a sortear islas, siempre sin detenerse, atravesando el mar de China y el de Sulú, las aguas del mar de Célebes, el estrecho de Makasaar y el mar de Timor.

'Nos enfrentamos a tormentas, a arrecifes de coral, a ametralladoras de barcas japonesas, al sol abrasador y a las picaduras de los insectos. Pero, sobre todo, desafiamos al hambre', expone Gause, cuya dieta consistía en agua de lluvia, cocos, bananas, arroz y pescado crudo.

Al fin, el 11 de octubre de 1942 atracaron en el puerto de la ciudad australiana de Wyndham. Al igual que Ulises en Odisea, fueron recibidos como héroes. Recibieron la Distinguished Service Cross de manos del general McCarthur por su 'extraordinario heroísmo' y sus nombres coparon los titulares de los periódicos norteamericanos. Gause relató su aventura en un libro, The War Journal of Major Damon Rocky Gause, que no se publicaría hasta 1999.

Gause no sobrevivió a la guerra. Pidió su reingreso en el ejército y en 1943 fue asignado como piloto en un escuadrón de la RAF. En marzo del 44, mientras hacía prácticas con un P-47 en vísperas del Día-D, colocó su avión en vertical a 30.000 pies de altura, perdió el conocimiento y se estrelló en la Isla de Wright, al sur de Londres. Falleció en el acto.

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