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Danny Boyle supera con éxito la resaca de los Oscar

El director de 'Slumdog Millionaire' deslumbra con '127 horas'

CARLOS PRIETO

Suele ocurrir: arrasas en los Oscar, se te hincha el ego y te vuelves completamente majara. Es entonces cuando pasan cosas como esta: decides que tu siguiente película será una obra magna de tres horas y media sobre un viaje de Jesucristo a Marte, pero la crítica la vapulea el día del estreno y sólo recaudas cinco de los 700 millones de dólares que te has gastado. Pillas una depresión de caballo, los ejecutivos ya no te cogen el teléfono, comienzas a descuidar tu higiene, te enganchas a todas las drogas del mercado y acabas hablando solo por las calles de Hollywood completamente desahuciado.

Justo lo contrario de lo que puede ocurrirle al director británico Danny Boyle. El autor de Slumdog Millionaire (2009) ha decidido regresar a los ruedos con una historia pequeña y de trama tan minúscula que podría haberla rodado en el salón de su casa con un actor, una roca y un póster del cañón del Colorado.

En efecto, 127 horas revisa la historia real de Aron Ralston, un alpinista de 27 años que, en mayo de 2003, mientras se encontraba explorando el cañón Blue John (Utah), se cayó y vio cómo su brazo se quedaba atrapado por un gran bloque de piedra. El chico se pasó cinco días intentando zafarse. Cuando se dio cuenta de que no había nada que hacer, se cortó el brazo con una navaja y escapó de allí con vida.

Sí, suena a que les acaban de destripar el final del filme, pero es que esa es la sinopsis de 127 horas. Porque lo que importa aquí no es el desenlace el caso de Aron Ralston, interpretado con mucho salero por James Franco, es muy conocido en EEUU, sino cómo se las ha apañado Boyle para contar la historia de un tipo que casi no se mueve en toda la película y cuyo antagonista, una roca, no es precisamente la alegría de la huerta. Pero, contra todo pronóstico, uno no sale del cine con la sensación de acabar de tragarse una película sueca de siete horas llamada 'Conversaciones con mi pedrusco', sino una obra de acción trepidante de las que ponen el corazón en un puño.

Hasta los enemigos de su cine suelen reconocer que Boyle tiene un gran talento para las imágenes. En 127 horas pone toda la carne visual en el asador para plasmar lo que sueña Ralston durante sus cabezaditas, sus alucinaciones fruto de la inanición o simplemente cualquier cosa que se le pase por la cabeza (como, por ejemplo, toda su vida por delante).

127 horas es, bien pensado, una de las mejores películas vistas nunca sobre un asunto que en la vida real provoca unas emociones difíciles de trasladar a la gran pantalla: el deporte.

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