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Del holocausto al espectáculo

El Museo Reina Sofía inaugurará la semana que viene la nueva lectura de su colección entre 1945 y 1968

PEIO H. RIAÑO

Lo que no se reescribe está muerto. 'Ni siquiera la Biblia ha parado', dice Manuel Borja-Villel, director del Museo Nacional de Arte Reina Sofía, en un momento de descanso en la visita que hace por la cuarta planta del edificio Sabatini con este periódico. Allí ha rematado una tarea que había dejado pendiente en su última reordenación de la colección de la institución: los años cuarenta y sesenta, con más de 1.000 obras (con casi el 40% de ellas de nueva adquisición), bajo el título de ¿La Guerra ha terminado? Arte en un mundo divino (1945-1968).

El recorrido será el plato fuerte del 20 aniversario de la apertura del museo, que se celebra la próxima semana. Entre las actividades también llama la atención la exposición estrella de la temporada Atlas ¿Cómo llevar el mundo a cuestas?, donde se hace visible el nuevo marco de pensamiento introducido por el historiador de arte alemán Aby Warburg (1866-1929), comisariada por Georges Didi-Huberman.

Todo arranca en la crueldad de la revisión de las consecuencias de la II Guerra Mundial, con el primer documental sobre los campos de concentración, filmado por Alan Resnais, el mismo realizador que pondrá fin a la visita con la película La guerra ha terminado, con guión de Jorge Semprún e interpretada por Flotats, sobre la imposibilidad de acabar con el régimen franquista. Así, del Holocausto a los inicios de la sociedad del espectáculo, una visión del arte hecho en 20 años en España contrastada con las influencias europeas y, sobre todo, norteamericanas.

La lectura histórica está clara. La plástica evoluciona de la pintura al objeto, de la abstracción a la figuración, siempre con el compromiso político de fondo, marcado por la Guerra Fría, Vietnam, el franquismo, etc. Las tensiones entre un punto y otro se enmarcan en la decepción de una sociedad que no ha sido capaz de superar los enfrentamientos bélicos a pesar de la experiencia de la Gran Guerra. 'De la utopía a la distopía', dice Borja-Villel para remarcar el sentimiento de desánimo, de pesimismo, de unánime desencanto que caló en aquellos artistas, y al que Artaud le puso el grito.

La fotógrafa Lee Miller, los dibujos de Jean Fautrier, la colaboración entre Picasso y Reverdy, el primer Tàpies hecho piel, Hans Hartung o los grafiti de Brassaï, protagonizan las primeras salas de la normalización de la brutalidad, la denuncia de la violación, la crueldad extrema y la voluntad de buscar un alfabeto nuevo.

Antes de llegar a la España de los cincuenta, cruzamos la sala dedicada al arte franquista. Una anécdota, apenas chascarrillo de lo que fue capaz de movilizar el fascismo en el mundo artístico en este país: caballeros medievales defendiendo viejos valores, pictorialismo, ruinas y la primera película censurada por la dictadura: un filme contra la pena de muerte, rodada en un cementerio y pagada por el propio régimen.

Borja-Villel está especialmente contento de la incorporación del cine y la fotografía en el desarrollo narrativo de esta sala, que sucede como una novela no lineal. 'Los gobiernos empezaron a utilizar el arte para extender su hegemonía cultural por todo el mundo, observaban y utilizaban la CIA', explica, para justificar la afortunada incorporación de 'La ventana indiscreta' de Alfred Hitchcock, que alude también a la hegemonía de la cultura de masas.

'No estoy solo, detrás hay un equipo que participó en esta nueva lectura', responde Manuel Borja-Villel para aclarar que su proyecto no es sólo suyo. 'El museo tendrá siempre una línea editorial, porque hasta no tenerla significa tenerla. No es una cuestión de gustos personales. De hecho, aquí hay obras que yo no tendría en casa. Que haya una línea no quiere decir que sea monotemática', reconoce. Así que no debe extrañar la incorporación de Bienvenido Mr. Marshall, para subrayar el humor con el que trata el país su propia situación entonces.

La colección ha crecido con la cesión de la colección Onnasch de 27 piezas de la talla de Motherwell, Clyfford Still, Kline, Rauschenberg o Christo. Hasta de José Guerrero han sacado partido, de quien la familia ha vendido al museo una obra notable para pagar los abogados en el pleito contra la Consejería de Cultura en Granada.

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