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Dios ha muerto, viva Camarón

El Centro Andaluz de Arte Contemporáneo inaugura tres exposiciones, donde la música aparece como fuerza social

JUAN JOSÉ TÉLLEZ

La música amansa a las fieras de la crisis. O, al menos, intenta buscarle respuesta, lejos del pensamiento único: 'No queremos que sea un lugar tan sólo de ocio, sino que buscamos fomentar el pensamiento crítico y quizá encontremos vías de solución al momento en que nos encontramos', afirma Juan Antonio Álvarez Reyes, director del Centro Andaluz de Arte Contemporáneo donde anoche se inauguraron tres exposiciones dentro del ciclo de La canción como fuerza social transformadora, que se prolongará hasta octubre, y a la que ayer puso acordes el dúo barcelonés Hidrogenesse.

'Dios ha muerto, ¡viva Camarón!', proclamaba pocas horas antes y en ese mismo espacio Alonso Gil, un artista andaluz que protagoniza la intervención Cantando mi mal espanto. Al presentarla, el consejero de Cultura de la Junta de Andalucía, Paulino Plata, no pudo por menos que acotar: 'Ahora tendríamos que estar cantando todos los días'.

'La música influye en nuestra vida como nunca lo ha hecho', dijo Gil

Las canciones populares conforman, en gran medida, la banda sonora de la Historia. Ese es el hilo conductor que agrupa todas estas propuestas. Para ello, en Graffiti Celestial, Alonso Gil elige a Camarón de la Isla como el icono de un tiempo en el que nuevos mitos sustituyen a antiguas creencias: 'Hace tiempo, al reflexionar sobre flamenco y religión, llevé a cabo un proyecto de arte público en barrios marginales de Sevilla, donde colocamos graffitis a gran escala con el rostro del cantaor. Hoy, todos ellos se han convertido en lugares de peregrinación. Los han respetado, nadie los ha roto'.

Pero la canción no sólo es sagrada sino pícara, como rebela Gil con la colaboración ocasional del artista gibraltareño Francis Gomila, en video instalaciones como la que da título al conjunto, y que se basa en un vendedor ambulante de frutas que llegó a convertirse en personaje popular en el área de descanso de una autovía. Hasta que le expulsaron de La Palmosa: 'No sabemos por qué lo echaron, pero si de esta manera puedo ayudarle. Ojalá que esta obra sirva para ello. No se puede terminar con este tipo de tipos', repuso Gil.

'A través de los chistes, de los estereotipos, el vendedor se sirve para engañar y seducir a las excursiones de turistas, pero también interpreta fandangos relacionados con el paso del tiempo, la muerte, el dinero, las postrimerías de la vida', aseguró Gil que, junto a Francisco Mora, propone otra instalación bajo el título de Guantanamera, en la que reflexiona sobre 'el uso de la música como instrumento de tortura'.

Hay referencias al uso de la música en Guantánamo para torturar

'En Guantánamo, EEUU torturó a los presos musulmanes con grandes hits del hip hop a gran volumen. Menos mal que, al menos Eminem les ha demandado para que les paguen derechos de autor. Algo es algo', ironizó el artista afincado en Sevilla desde 1963.

Junto con trabajos precedentes, su propuesta incluye a su vez una serie titulada La felicidad en el trabajo, a la manera de los murales estajanovistas de la revolución soviética, pero que remite a oficios cotidianos de la actualidad: 'La música influye en nuestra vida como nunca lo ha hecho', apostilló también a propósito de su serie sobre trabajadores, en la que El Niño de los Brezos y otros cantaores populares de Jimena de la Frontera cantan como viven y viven como cantan.

Otra pieza suya se suma a la muestra colectiva La Chanson, en la que participan John Baldessari, Jeróme Bel, Johanna Billing, Phil Collins, la discotecta Flaming Star, Marta de Gonzalo y Publio Pérez Prieto, Douglas Gordon, Jeleton, Juan Pérez Aguirregoikoa, Susan Philipsz, Mathias Poledna, Paul Rooney o Mika Taanila. No se trata de 'un acto de nostalgia', sino de reivindicar la actitud de aquellos compositores e intérpretes belgas y francesas de los cincuenta y los sesenta: Edith Piaf, Jacques Brel, Georges Brassens, Leo Ferré, Juliette Gréco, Serge Gainsborough, Barbara, Yves Montand, entre otros muchos. Aquellos convertían 'en algo natural el hecho de incorporar a sus canciones tanto los aspectos amorosos y sentimentales, como los deseos de mejorar el mundo o la política'.

El otro solista de este concierto a tres voces se llama Matt Stokes, nació en el Reino Unido hace 37 años y ha recogido en parte el espíritu de la retrospectiva de media vida artística que llevara a la última Documenta de Kassel. Bajo el título de Nuestro Tiempo, presenta una colección de películas y documentos sobre la música popular de las últimas décadas, desde su Real Arcadia (2003), en que documenta las fiestas raves de acid house que surgen a finales de los ochenta, alejadas del mundanal ruido en las cuevas de Lake District, en el Reino Unido, o el northern soul escocés, una variante de la música soul afroamericana de los años setenta del siglo XX, que se desarrolla con un tempo muy rápido, idóneo para el baile y al que rinde homenaje bajo el título de Long After Tonight (Mucho después de esta noche, de 2005).

También viaja hacia Austin, en Texas, para revisitar el punk rock, a partir de la gestualidad de los espectadores de un concierto: These are the days, proclama como si hablara del apocalipsis. 'Estos son los días'. Además regresa a comienzos del siglo XIX, para parodiar la canción folk a través de The Gainsborough Packet (2008-2009), un filme en el que un aventurero que comienza tragando fuego como faquir acaba sus días como lutier de violines. Una historia de excesos, romanticismo y revoluciones industriales, que toma como protagonista a un cantante folk con una estética próxima al free-cinema, a los pioneros videoclips y al imaginario de Tom Jones, no el intérprete de Delilah o Sex Bom, sino el célebre protagonista de la novela de Henry Fielding.

La pieza más reciente y la de mayor impacto de la exposición lleva por título Cantata profana (2010) y consiste en una videoinstalación en HD y en seis canales en la que de forma simultánea asistimos a cómo seis intérpretes improvisados de extreme metal cantan a capela y en semicírculo, como los coros parroquiales, una melodía que bien merecería ser satánica. Mientras, ingieren una vieja pócima llamada cerveza.

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