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Dormir en un faro

Las casas de los vigías del mar se transforman en hoteles con vistas

MAGDA BANDERA

Durante el día, los faros más recónditos del planeta soportan estoicos los flashes de los turistas y las cursiladas de los enamorados dramáticos que juegan a ser Di Caprio y la Winslet con las faldas volando.Al caer la noche, todos desaparecen, excepto los pocos fareros que siguen en activo.

Esa soledad, el olor a sal de la gorda y, sobre todo, el silencio marítimo son, para muchos, la mejor nana del mundo. Por eso, cada vez son más quienes reservan habitación en un faro y pasan la noche perdidos en la nada.Los grados de nada son múltiples. Sólo hay que ver la estampa del faro de Plocica, situado en un pequeño islote entre las islas croatas de Kórcula y Hvar.

Más pequeño que Perejil, aunque sin cabras. Sin embargo, las aguas de este rincón dálmata son uno de los destinos favoritos de los submarinistas, que desde allí pueden aprovechar para visitar Kórcula, una bella isla de casas de piedra y tejados rojizos que asegura ser la tierra natal de Marco Polo, a pesar de no tener pruebas.


Edificios austerosSalvo en casos contados, nadie duerme dentro del mismo faro, sino en las instalaciones anexas. Esos pequeños edificios, en su mayoría de origen militar, suelen ser muy austeros. Aunque hay excepciones, como el faro escocés de Corsewall. Construido en Stranraer en 1815, dispone de verdaderas suites con vistas que quitan el aliento, si no lo ha hecho antes el aire helado de los alrededores.

Eso sí, para recuperarse, siempre se puede pedir chuletón al oporto , la especialidad de la luminosa casa.Más asequibles son los faros que salpican la costa noruega. Este tipo de hoteles tiene mucha tradición en el país escandinavo, algo comprensible si se tiene en cuenta su imponente litoral. Desde Laponia hasta Stavanger, pasando por las Lofoten, los hipnóticos y solitarios faros son el lugar idóneo para disfrutar del paisaje.

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