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Berta Ojea "La industria del cine te expulsa por ser mujer y por empeñarte en cumplir años"

La secretaria de Igualdad de la Unión de Actores y Actrices denuncia las tres brechas que sufren las intérpretes: laboral, salarial y por edad. O sea, trabajan y cobran menos que los hombres, y a partir de los cuarenta desaparecen de la pantalla. Berta Ojea iba para cantante de ópera, pero terminó siendo una de las secundarias con más personalidad del cine español. Ahora repasa toda una carrera bajo los focos, pero también una vida dedicada al compromiso social, político y feminista.

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La actriz Berta Ojea. / REPORTAJE GRÁFICO: CHRISTIAN GONZÁLEZ

madrid, Actualizado:


Fue la niña de azul, pero no en el colegio de monjas. Berta Ojea no fue a la escuela porque estaba “malita del corazón” y tuvo que aprenderlo todo en casa. Tetralogía de Fallot: “La sangre arterial se mezcla con la sangre venosa y yo me ponía moradita”. Aquel retiro también fue interior: la cría se empapa de lecturas y descubre el mundo: “A los diecisiete años, ya había leído todo Proust”. De mayor quería ser astronauta o santa. También la cajera que se reivindica como empleada del mes, pero esto lo cuenta ella luego.

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El caso es que Berta, después de ser operada a los quince, estudia piano y al poco se va a Madrid con el sueño de cantar en el Teatro Real, donde fija la cita. El calor es tan sofocante que hasta se caen los pájaros, por no hablar de Benito, el gorrión del Café de Oriente, que dejó de revolotear por aquí hace tiempo. Ojea nació en A Coruña, pero no dice cuándo. Vivió en Barcelona y los sueños operísticos la llevaron a Viena, Friburgo o París, donde sufrió una conversión: la cantante quería ser actriz.

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Desde que encarnó a una pajillera de cine en una película de Pedro Costa hasta que se embutió en la Ofelia de Javier Fesser, han pasado tantas cosas que ni lleva la cuenta: teatro, música y series, pero también militancia y compromiso. Como secretaria de Igualdad de la Unión de Actores y Actrices, lucha por la presencia de sus compañeras en las producciones, por un salario similar al de los hombres y por unos papeles que rehúyan el estereotipo. Luego está el agujero negro que se traga a muchas intérpretes cuando cumplen los cuarenta y el teléfono deja de sonar. Pero empecemos por la vida.


Casa de guardia civil, educación progresista.

Mi padre era guardia civil y mi madre regentaba una tienda de moda femenina. Se llamaba Mafi, que eran papá y mamá: Manolo y Fina. Mi madre era una mujer de negocios impresionante, pero le restó mucho la época que le tocó vivir. Afortunadamente, encontraba en mi padre cierta comprensión, pero ya sabes que antes una mujer no podía pedir un crédito y debía firmar el marido. Yo recibí una educación bastante progresista y liberal para aquellos tiempos, aunque a mí —la menor de tres hermanos— me tocó el final de las tinieblas donde estaba instalado este país.

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Además, en mi familia hubo mujeres muy potentes. Mi abuela paterna había sido emigrante en Cuba. Una mujer luchadora y trabajadora que sacó a tres hijos adelante. Les enseñó las tareas del hogar por igual, pues pensaba que los hombres también debían saber coser botones, servir la mesa y cocinar. O sea, a valerse por sí mismos, por lo que mi padre venía con ese bagaje aprendido durante la infancia. Por otro lado, mi abuela materna era una mujer emprendedora que tenía sus negocios.


Años después, actuaría en la comedia El manual de la buena esposa, que trata sobre la mujer española durante el franquismo.

Aprendimos mucho con ese trabajo, porque también hubo mujeres fascistas muy potentes, que crearon esa estructura que fue la Sección Femenina de la Falange. Personajes para tomárselos en serio [risas].

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Berta Ojea. / CHRISTIAN GONZÁLEZ


Y usted, un buen día, entona el ¡mamá, quiero ser artista!

De pequeña pintaba y hacía miles de cosas. Mi vocación era ser astronauta y no paré hasta que me mi madre me regaló los libros de la La aventura del Apolo XIII. Luego también quise ser santa. No tuve una educación religiosa, supongo que sería por el ambientillo.


En su casa no pesó la Benemérita.

No, porque mi padre era afín a los progresistas de la Unión Militar Democrática (UMD). Ingresó en la Guardia Civil de rebote. Se lo habían llevado a Cuba siendo un bebé y volvió a los veintiún años. Era de los pocos que tenían carné de conducir, y una de las opciones laborales era ser chófer en el instituto armado en tiempos de la Segunda República. Trabajó en el parque móvil, pero nunca fue un convencido.

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¿Cómo se pasa de las alturas, sea santa o astronauta, a las tablas de la ópera?

De pequeña también cantaba y no paraba de berrear. Luego, de jovencita, empecé a estudiar música y quienes me rodeaban me hicieron ver que tenía un talento: la voz.


¿Qué tal se portaba en la escuela?

No fui al colegio porque estaba malita del corazón. Tenía tetralogía de Fallot y a quienes la padecíamos nos llamaban los niños azules. Me fatigaba mucho y mis padres temían que me pudiese pasar algo. Para protegerme, estudié en casa con profesores particulares. De ahí viene mi formación con las artes: como no podía correr y esas cosas, me apasioné por la lectura. A los diecisiete años, ya había leído todo Proust. En los libros aprendí la vida.

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La operaron y todo salió bien. Hizo bachillerato y estudió piano en el conservatorio de A Coruña y, cumplidos los diecisiete años, se vino a Madrid.

La música siempre ha estado pegada a mí: desde la movida madrileña hasta mi amigo Lluís Llach y los cantautores, pasando por la ópera y la música clásica, que aún me acompañan. Cuando terminé el instituto, me vine a estudiar canto lírico, pero Lluís me habló de Barcelona y me presentó al tenor Manuel Cid. A través de él, entré en contacto con Maya Maiska, una profesora austrohúngara [risas, eterno Berlanga] que, tras la Segunda Guerra Mundial, se había quedado sin patria, por lo que llegó a España en busca de un pasaporte.


Aquella maestra de canto, que había trabajado con Maria del Mar Bonet o el propio Llach, también me ayudó a entender qué era aquello de Europa, porque ella había sufrido las dos guerras. Entre una cosa y otra, decidí irme a Barcelona y, con el paso de los años, estudié con varios profesores tanto allí como en Friburgo o París, al tiempo que me examinaba en el Conservatori del Liceu. Pero, como te decía antes, entre las miles de vocaciones que tuve también quise ser empleada del mes de un Burger King.

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¿De un Burger King? [entonces, en A Coruña no había Burger King ni McDonald’s]

Yo era una niña viajada, pues ya había ido a Londres y a Madrid. Aquellas fantasías infantiles tenían que ver con ser actriz, pero entonces no lo sabía. Curiosamente, cuando empecé a rodearme de músicos, solían decirme: “Tú eres actriz, ¿no?”. Digamos que me gustaba la ópera porque había que desarrollar un personaje, pero mis comienzos artísticos fueron muy esquizofrénicos. Por ejemplo, me preparo para cantar ópera al mismo tiempo hago los coros para el disco Astres, de mi querido Lluís, que estrenamos en el Mercat de les Flors. Y así...

Berta Ojea. / CHRISTIAN GONZÁLEZ


Casualmente, asiste en París a una clase de interpretación de John Strasberg y decide que, además de cantante de ópera, quiere dedicarse al teatro.

Fui a ver una amiga que hacía un curso con él y salí de allí trastocada. Aquella experiencia me transformó de tal forma que me dije: “Esto es lo que quiero hacer”. Y comencé a asistir a las clases de Strasberg.

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Menuda forma de estrenarse.

Pues sí… [risas]. El primer plano de mi vida fue junto a Pepe Rubianes, que era el protagonista.


¿Impone más la cámara que la platea?

No, me siento cómoda tanto en el escenario como en el plató, porque de una manera intuitiva sé lo que hay que hacer. Ahí, en ambos terrenos, siempre he sabido resolverlo todo. Me encuentro mucho mejor ante la cámara que ante la vida, que tiene muchas más complicaciones: ¿por dónde voy?, ¿qué elijo?, ¿qué hago...? ¡Dios mío!

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Berta Ojea. / CHRISTIAN GONZÁLEZ


Instalada en Madrid, sigue aprendiendo con Corazza, porque el actor se hace… ¿O cree usted que se nace?

Yo, en ese sentido, soy absolutamente existencialista: uno no nace siendo nada, sino que se construye a sí mismo. O lo construye la vida, las circunstancias y la voluntad de uno. Siempre hay que seguir estudiando. La carrera de un artista es como la de un científico: si no investigas, te quedas desfasado. Además, el mero hecho de estar o de hacer también te va enseñando. Personalmente, yo me aburriría mucho si no siguiera investigando sobre mí en busca de matices distintos. Es más, dejaría de interesarme ser actriz, porque parecerte a ti misma es malo para la interpretación.


Además de cine y teatro, ha trabajado en series como Aquí no hay quien viva o La Señora. ¿A los intérpretes le compensan sus peajes, como el encasillamiento en el caso de una producción de éxito, a cambio de una estabilidad laboral?

En nuestra profesión no existe la estabilidad. Puedes trabajar seis meses y ya está. Con mucha suerte, la serie puede durar años, como la extraordinaria Cuéntame. Personalmente, el encasillamiento siempre me dio igual, porque tengo un físico que me va a encasillar de todas formas, pues no soy hermosa al uso. En todo caso, nunca he querido renunciar a mi físico, porque tener una nariz grande y unos rasgos distintos siempre me ha dado cierta libertad: mientras se ocupan de eso, a mí me dejan en paz.

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¿A quién le gustaría interpretar?

Uno siempre debe aspirar al máximo. ¿Un Shakespeare, por ejemplo? Con el tiempo, he aprendido a amar a los personajes que me han ido tocando. Cuando me preguntan si prefiero el cine o la televisión, la verdad es que me da igual. No me interesa tanto el medio como el personaje. Yo adoro, sobre todo, el cine, pero hay series extraordinarias. Para mí fue un privilegio trabajar en La señora, porque era de calidad y apuntaba muy alto. Me encantaría hacer Hedda Gabler o La casa de Bernarda Alba.

Berta Ojea. / CHRISTIAN GONZÁLEZ


¿Resulta molesto que, después de toda una carrera, la fama llegue gracias a un papel en una serie televisiva o, en su caso, gracias a la Ofelia de La gran aventura de Mortadelo y Filemón?

En mi caso, adoro el personaje de Ofelia, por lo que no me molesta. Cuando me llamó por teléfono Javier Fesser, me alegré mucho, pero cuando colgué me entró un acojone de la hostia. Todo el mundo tiene al personaje del tebeo en la cabeza, por lo que resulta muy complicado encarnarlo. Me tranquilizó su creador, Francisco Ibáñez, que estaba muy contento con la elección y me dijo al verme: “¡Mi dulce Ofelia!”. En este caso, no defraudé, y eso supone una satisfacción. Siempre me he planteado hacer bien mi trabajo para que me vuelvan a llamar, así como ser ambiciosa en la creación del personaje que me ha tocado, pero la popularidad nunca ha entrado en mis medidas. Evidentemente, sé que si salgo en televisión, me llamarán más los productores teatrales. No obstante, me resulta indiferente si me encasillan, porque no me supone ninguna tragedia. Me gusta mucho actuar.

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Volviendo atrás, ¿cómo afrontaron sus padres en aquella época su marcha a Madrid?

No tuve ningún problema, porque mi educación nunca fue rígida. Daban por hecho que yo era como era y simplemente pensarían: “La niña un poco rarita sí que es”. Mi madre me daba consejos muy prácticos: aprende a ganar dinero y, si no lo tienes, pídemelo a mí, pero nunca dependas de nadie, o sea, de un hombre.

Berta Ojea. / CHRISTIAN GONZÁLEZ


Luego da el salto al PSOE y se convierte en la secretaria de Cultura de la federación madrileña, en tiempos de Tomás Gómez.

Llegué al partido a través de María Teresa Fernández de la Vega y de Leire Pajín, cuando Zapatero fue nombrado secretario general. Cuando lo conocí, me causó una gran impresión. Es alguien profundamente sincero —no vende, sino que dice la verdad— y muy comprometido con la igualdad y la paz. Ahí empecé a trabajar para que fuese presidente del Gobierno.


Como secretaria de Igualdad de la Unión de Actores y Actrices, trata de combatir las tres brechas de la mujer en el cine: laboral, salarial y por edad.

En primer lugar, hay muy pocos personajes para mujeres. En segundo lugar, a un hombre, por el hecho de ser hombre, le van a pagar más. Además, ellos tienen más texto y hay mujeres que sólo miran, no hablan. En cuanto a la brecha por edad, yo comencé mi carrera con el sueño de poder morirme sobre el escenario. Pues resulta que no: la industria me expulsa por el simple hecho ser mujer y de estar empeñada en cumplir años.

Berta Ojea. / CHRISTIAN GONZÁLEZ


Mientras, en el cine la mujer sigue dependiendo del hombre.

En el audiovisual y también en el teatro, no hay secuencias donde las mujeres hablen entre sí de cosas que les ocurren a ellas. Si una mujer habla con otra, es para hablar de un tercero: su padre, su novio, su hermano… Las mujeres no solemos tener oficios, sino que somos la enamorada del protagonista. La industria cree que esto funciona, por lo que hay que seducirla para convencerla de que las mujeres aportan una mirada complementaria del mundo, por no decir que somos la mitad de la población y las grandes consumidoras de cultura.

Berta Ojea. / CHRISTIAN GONZÁLEZ


Papeles negativos, o dependientes, o secundarios o...

Más que negativos, son roles que siempre están en función del protagonista. El juez, el abogado o el político son hombres. Es importante que las mujeres sean diversas, que tengan distintas edades y que vayan más allá. Hacemos campañas contra la violencia de género, pero no nos engañemos: si no cambiamos la manera de hacer cultura, difícilmente vamos a acabar con esto, porque estamos dejando a las adolescentes sin ejemplos de mujeres importantes. Por no hablar del escaso número de directoras y guionistas...


Y cuando ésta se acaba, amenaza el vacío.

Carmen Maura ha conseguido estar siempre en primera línea y hay otras grandes actrices con carreras muy importantes, como Aitana Sánchez-Gijón, que siguen ahí. Pero no entiendo por qué no hay personajes para Ana Belén o Victoria Abril...

Berta Ojea. / CHRISTIAN GONZÁLEZ


Y contra esto lleva luchando desde 2011.

En la Unión de Actores y Actrices vimos que había una desigualdad y decidí crear el cargo. Siempre ha habido el gran engaño de pensar que esto no pasaba en nuestro sector. Porque el teatro y el cine es mundo muy libre, pero empiezas a preguntar y ves que los tópicos funcionan a lo vándalo. Es cierto que desde entonces hemos progresado mucho, pero sigo creyendo en las cuotas y en la discriminación positiva. Y pienso que el dinero público debe ayudar a que haya igualdad en todos los sectores. Como dijo Patricia Arquette en la gala de los Oscar de 2015: “Ya es hora de que cobremos lo mismo”.


¿Usted también lo ha sufrido en carne propia?

Yo he tenido más ventajas porque, por mi físico, siempre he sido una actriz secundaria, y ahí te mueves con una mayor libertad. Pero noto cómo mis contratos se van alejando entre ellos a medida que cumplo años. Sí, también sufro la brecha por edad.


¿Hay una menor presencia de mujeres en el cine de género?

Da igual, esa menor presencia se da en todo el cine, al margen del género.

Berta Ojea. / CHRISTIAN GONZÁLEZ


¿Abunda el machismo entre los colegas de profesión?

Creo que no, aunque machistas hay en todas partes. Y mujeres machistas, también. Yo no me he encontrado comportamientos de ese tipo, aunque algunas actrices jóvenes han denunciado presiones, aunque para eso ya está el sindicato, que defiende nuestros derechos.


¿Qué tipo de presiones?

Me refiero a la utilización del cuerpo de la mujer. A su sexualización, porque es una realidad que hay más desnudos femeninos que masculinos.

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