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Entrevista Sílvia Pérez Cruz: "Le canto a la pena para librarme de ella"

La cantante redobla sus fechas en Barcelona y Madrid tras agotar las entradas para los conciertos de 'Vestida de nit'

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Sílvia Pérez Cruz presenta en Barcelona y Madrid 'Vestida de nit'. / FOTO: JAIRO VARGAS

madrid, Actualizado:


Dicen quienes la han visto allí arriba que encarna la emoción, que es el vivo sentimiento. Palafrugell, año de 1983: Sílvia Pérez Cruz.

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Blanca sobre negro, qué bien luce sobre la mesa el vinilo de Vestida de nit (Universal). Y qué gusto poder tocarlo, ahora que la música es tan líquida.

Todo es como el aire, que se te escapa. Pero en vinilo parece más de verdad, ¿no? Y, ahora que tenemos tantos inputs, también le da valor. Internet claro que es bueno, porque tienes más alcance, aunque gestionar tanta información resulta difícil. Hace muy poco que uso el tocadiscos, pero me gusta la relación que estableces con el objeto, que hasta necesita que le des la vuelta.

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A fallback.


Algo con lo que jugó en la edición doble en vinilo de 11 de novembre: en una cara, las canciones más tristes; en la otra, las más alegres.

En vinilo, había otro ritmo y, por tanto, otra escucha. Por eso, pensé que cada cara debía tener un color. Saber ordenar el repertorio es muy importante. Sea un cedé, un vinilo o un concierto, el oyente necesita que lo guíen por un sitio u otro.


¿A usted no le ha quedado otra que ser ordenada o es algo desastre con la agenda?

Puedo ser caótica, pero yo me entiendo y todo siempre tiene un sentido. En principio, me gusta el caos, aunque con el tiempo he aprendido mucho y ahora debo ser muy ordenada. Por suerte, cuento con gente que me ayuda, porque tengo mucho trabajo y, además, soy madre.

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Presume de equipo. ¿Se ve como su cara visible o se basta sola?

Creo mucho en el equipo, porque es un engranaje que suma. Juntos, todo sale mejor. Para mí, el éxito es encontrar un buen equipo. Ahora bien, necesito que me ayuden, porque si no tendría que hacerlo todo yo sola. Por cómo se me ha criado, no sólo canto, sino que me gusta la creación, la fotografía, la estética… Por eso prefiero hacerlo con gente, porque así me relajo y me centro más en lo que me toca.


De usted, ¿ya se ha dicho todo?

No te creas. Las entrevistas acaban siendo conversaciones y reflexiones sobre el arte. Es muy personal, tanto para mí como para el que pregunta. Aunque he hablado mucho de algunos temas concretos, como la conversación está viva —en el fondo, se habla de mi manera de ser y de vivir— siempre va mutando. Siempre tengo algo que decir, porque me dejo el alma en cada cosa que hago.

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Sílvia Pérez Cruz. / JAIRO VARGAS


Vayamos atrás en el tiempo: Sílvia Pérez Cruz, la niña cantora.

Aunque parece una historia de cuento, todo fue mucho más normal. Nací en una familia donde la música era una manera de comunicarse. Fue mi base, por eso en la música me siento como en casa. Mi padre, Càstor Pérez Diz, era un apasionado de las habaneras que buscaba canciones perdidas en Cuba. Mi manera de relacionarme con él fue a través de ellas. Cantar era nuestra conversación.

"Nunca he tenido miedo. El arte es lo que más me gusta y a través de él entiendo la vida. Haciendo esto soy feliz"

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Frecuentaba una taberna de Calella, La Bella Lola, donde un par de veces al año interpretábamos juntos dos o tres temas. En ese ambiente descubrí mi vocación: aunque había empezado a estudiar música a los tres años, a los doce sentí que necesitaba hacer eso.


Qué precocidad.

Bueno, te apuntan, empiezas a hacer expresión musical... A los cinco empecé piano; a los siete, saxo… Toda la vida haciendo mil cosas. Aparte, mi madre, Glòria Cruz, tenía la escuela de arte. Y con ella descubro mi camino.

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Escuela en la que también echó una mano.

La ayudaba a montar y a dar las clases. Y, a veces, también las recibía. Allí, los niños pintaban con tinta de calamar, tocaban el sonido y cosas así. Para mí, aquella escuela era la felicidad y marcó la manera de relacionarme con el arte: en libertad y con confianza.


¿Quién pesó más, su padre o su madre?

Mi madre, porque me ha criado ella. Yo no veía a mi padre, sólo me relacionaba con él cantando. Lo que pasa es que se murió y se creó toda una… De él aprendí a hablar cantando. Era mi forma de comunicar lo que yo sentía. Con el viví las primeras experiencias y aprendí de su humildad y del amor que le profesaba a las canciones. Pero la que me ha enseñado a ser, incluso a disfrutar de esos momentos con mi padre, fue mi madre. La academia no era nada académica, sino una filosofía de vida.

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De hecho, su madre dejó a los bachilleres, que le resultaban más rígidos, por los niños de la academia Alartis, que eran como esponjas.

Empezó a dar clase en el instituto a chavales de dieciocho años y vio que no sabían expresar lo que sentían. Entonces se dio cuenta de que tenía que enfocarse en los pequeños, porque son la base. “Hay que ayudar a que los niños sientan”, pensó, y empezó a dar clases mezclando la guitarra y el dibujo.


Sus abuelos maternos eran del Ampurdán, aunque tuvieron a su madre en Murcia y luego regresaron a Girona. Los paternos eran gallegos y su padre, en cambio, nació en Catalunya.

Sus dos hermanos nacieron en Correchouso —una aldea de Laza— y él, en Coll de Nargó, aunque es muy gallego. No recuerdo a qué se dedicaba mi abuelo, porque no lo conocí, pero su mujer era muy bestia. El aguante y la supervivencia: ¡la señora Luisa! Mi canto tiene que ver con el canto de las abuelas de la península Ibérica.

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Que sumado a su arrojo de juventud…

Nunca he tenido miedo. El arte es lo que más me gusta y a través de él entiendo algo la vida. No lo puedo evitar: es una necesidad de aprender, de conocer, de cantar, de tocar, de crear… Haciendo esto soy feliz.

Sílvia Pérez Cruz. / JAIRO VARGAS


Flamenco, jazz, pop, bolero, fado, música tradicional catalana y gallega, folclore
ibérico y suramericano… ¿Qué palo le falta?

Muchos. No tengo problema en abordar ninguno. Lo que pasa es que si no lo siento, no lo puedo hacer. Es algo muy personal, que también depende de las personas con las que te vas cruzando. No me importaría cantar con una banda punk o sobre bases electrónicas. Antes hablábamos del equipo, pero me ha venido bien cantar sola. Reencontrarme con la guitarra y sentir el vértigo de mi propio silencio es muy terapéutico. Me encanta compartir, porque le da sentido a todo, aunque a veces necesito esa soledad.

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Parece que convierte en oro todo lo que toca, porque ha cantado desde La Macarena hasta El tractor amarillo.

Como las canciones de las que disfruto más son muy bestias a nivel de intensidad, necesito algo de humor: o reírme de mí misma o hablar un poco de cachondeo. Al final de Vestida de nit, que toma el nombre de una habanera compuesta por mis padres, empezamos a improvisar y ahí me vinieron a la cabeza los hits del verano.

"Yo me sincero para que tú te sinceres, de modo que te encuentres con tus emociones y te sientas más vivo, porque nos constriñen unas corazas enormes"

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Una vez, mientras recibía clases de saxo, Sheila Jordan impartía un seminario en otra aula y me puse a espiarla por la ventana. Su clase era de canto y ella —una cantante de jazz de 89 años, con la que he cantado hace poco— repartía canciones, hasta que una chica le dijo que le había tocado una muy fea. Entonces, le respondió: “Las canciones no son feas, tú las haces feas”.


Amália Rodrigues, Fito Páez, Lola Flores… Pese a que son versiones, usted las hace suyas, véase el Pequeño vals vienés de Leonard Cohen.

Es un viaje personal. Cuando se han hecho versiones tan bonitas [como la de Enrique Morente en Omega], no tienes que superarlas, sino desear cantarlas y darles tu propia voz. En la interpretación, además, hay que reivindicar la creación, porque siempre puedes añadir cosas.

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"Busco recuperar el ambiente de taberna, de madera, de ojos vidriosos y de la gente compartiendo las penas y las alegrías"

Este disco tiene temas que me resultan familiares para poder investigar a nivel sonoro, no se trataba simplemente de unir canciones. Lo hice con un quinteto de cuerda que tocaba de memoria, rompiendo las dinámicas y sin miedo a equivocarnos. No buscábamos la perfección, sino vivir esa experiencia en equipo.


Vestida de nit, que homenajea a sus padres, es un disco pelado: su voz y el quinteto de cuerda.

Al margen de En la imaginación, grabado con el trío de Javier Colina, éste es el disco donde canto más como en el directo. En realidad, tocamos todos los músicos a la vez y apenas añadí un par de voces y algún efecto sutil que apenas se percibe, una cuestión casi de estómago. Es la emoción del directo. Un quinteto clásico con modos populares. Yo los dirijo mucho, porque cambiamos los tiempos y hay silencios.

Sílvia Pérez Cruz. / JAIRO VARGAS


Le gusta dirigir la orquesta.

Es necesario. Y a nivel físico estoy en un momento en el que necesito bailarlo más. Aunque cantes con los ojos cerrados y estés en tu mundo, le estás cantando a alguien que está ahí, a tres metros de ti. La voz es muy intensa y las cuerdas son como un mar que para el tiempo.


Hablando de estómago, usted canta desde las tripas, lo que le permite abordar nuevos géneros con respeto. Llama a la puerta antes de entrar. No ha venido para quedarse. Digamos que no tienen por qué verla como una paracaidista.

Como una intrusa, ¿no? Es así. Además del respeto, se nota el amor por lo que hago y el aprendizaje acumulado. Conozco muchos lenguajes y sé moverme. También soy consciente de lo que puedo aprovechar de mí, así como de lo que se puede tocar o no. Es muy bonito sentirte bienvenida en tantos sitios distintos. El otro día estuve en el homenaje a Pepe Habichuela y pensaba: “¿Qué hago aquí?”. Sin embargo, ellos estaban emocionadísimos.

"La tristeza hay que vivirla y aceptarla, como si no pasase nada. Siempre hay un renacimiento"

Si tuviera muchas vidas, en una vida sería cantaora; en otra, jazzera; en la siguiente, tanguera… Dedico mucha energía a buscar el punto de unión entre los estilos y he llegado a la conclusión de que mi trabajo tiene que ver con el peso y la verdad.


Cuando estuve en Brasil, quizás mi acento no era muy sambado, pero notaban que había conocido la verdad desde otro sitio. El punto de partida tiene que ser honesto y el resto se puede ir aprendiendo.


Ha cantado en castellano, catalán, gallego, portugués o inglés. Cuando compone, ¿qué lengua le viene a la lengua?

Depende de la canción, porque cada idioma tiene su musicalidad. Cuando compones la música, te puede sonar a portugués o a catalán. Por ejemplo, My Dog, incluida en la banda sonora de Domus, me sonaba a inglés, aunque no sea un idioma que yo controle. Además, depende del idioma que escojas, le das una fuerza u otra. La lengua es un elemento más en la paleta.


Cuando la música es emoción y sentimiento, no siempre es necesario entender la letra, ¿no?

Al principio, con la música tenía de sobra. Sin embargo, cuando conecté con el lenguaje flipé. Si puedes sumarle la palabra a la música, es un despiporre. Claro que con la música resulta suficiente, pero si puedes añadirle un mensaje, mejor. Y hay que saber qué se dice, aunque cada uno lo interprete o lo pronuncie como pueda.


Su mensaje es sutil a la hora de abordar ciertos temas. Prefiere quedarse al borde del precipicio, como si no fuera necesario decirlo todo.

Hay muchas capas. Puedes decidir ser muy concreto o no serlo. Yo hago más bien una pequeña revolución emocional. Estar vivo es primordial, porque estamos muy dormidos. Yo me sincero para que tú te sinceres, de modo que te encuentres con tus emociones y te sientas más vivo, porque nos constriñen unas corazas enormes. Eso se me da bien, aunque si un día me interesa hacer algo más concreto, lo haré. Para mí el arte es libertad, no algo obligatorio.


¿Y los conocimientos de los últimos años nos han hecho despertar? ¿Hemos abierto al menos un ojo?

No sé si es el despertar al que yo me refiero. Ahora hay más opinión, sabes lo que piensa la gente. Yo me refiero a un despertar individual, personal, de responsabilidad con uno mismo, con su vida y con sus decisiones. Hablo de la masa madre del ser humano, que luego puede concretarse en lo demás, pero me cuesta hablar de…


¿Cree que, después de todas las luchas recientes, el fruto ha sido magro?

Me cuesta hablar de eso, porque ha habido agitación, aunque a veces la agitación no está más viva que la calma. No lo sé.


Volvamos, pues, a la música. Decía antes que empezó a estudiar solfeo a los tres años: piano y saxo clásico. ¿Le gustaba más tocar o jugar?

Para mí era un juego. Tuvimos profesores muy buenos, como el de saxo, que me decía: “No te olvides que la música es para disfrutar”. Luego, jugando en casa con mis amigas, era muy creativa y me montaba unas películas tremendas. Pero la música me apasionaba, no era una obligación. Realmente, hacía mil cosas. Pasaba muchas horas con las actividades extraescolares. Para mi madre, incluso en momentos de dificultades económicas, la música era una prioridad. Creía que era una pena cortar todo eso.


Una niña pequeña cantando cosas de mayores.

La elección de aquel primer repertorio tiene que ver con mi padre. Ahora estoy descubriendo que las canciones que le gustaban eran una manera de acercarme a él. Un día pensé: “¿Por qué yo cantaba Alfonsina y el mar con doce años?”.

"Me cuesta hablar de las luchas recientes. Ha habido agitación, aunque a veces la agitación no está más viva que la calma"

La descubrí con ocho, uno menos de los que tiene mi hija, a la que ni de guasa me imagino cantándola. Ahora bien, yo entonces tenía una sensibilidad sin prejuicios. Me pasa también con las personas: no veo lo evidente, pero sí las cosas especiales de cada uno. Para eso tengo una empatía singular.


¿Qué fue del género? ¿Dónde puede hallarse hoy el canto tabernario?

Desde que murió mi padre, no lo vivo, aunque era muy emocionante. La parte más conocida de las habaneras no me toca, es ajena a mí. Sin embargo, cuando canto, busco recuperar ese ambiente de taberna, de madera, de ojos vidriosos y de la gente compartiendo las penas y las alegrías, porque allí se reía mucho, pero también se lloraba. Es algo auténtico que me emociona.


Le canta a la pena, pero se le ve una persona alegre.

Soy una persona muy sensible que vive las cosas intensamente. Le canto a la pena porque son las canciones que me hace remover más. No obstante, también me río de ella y me sirve para limpiar mis penas, o sea, para ser feliz. Le canto a la pena para librarme de ella.


A veces, las canciones tristes reconfortan, procuran una melancólica felicidad mullida como una manta.

La tristeza hay que vivirla y aceptarla, como si no pasase nada. Siempre hay un renacimiento.


Ha sido una artista precoz, si bien la vida también le dio pronto una hija y le quitó a un padre.

La vida y la muerte, siempre presentes. Fui madre a los veinticinco y perdí a mi padre a los veintisiete. Fue importante para mí, porque aprendí los límites: hay un momento en el que la biografía se acaba. Cuesta entenderlo, pero te mueres. Asimilar eso me quitó muchas tonterías. Me sacudí lo que me hacía infeliz y me centré en lo que me hacía feliz. No me refiero sólo al goce y al disfrute, sino a cosas que te quitan energía y te hacen sufrir. Aunque siempre he tenido los pies en el suelo, me ayudó todavía más a vivir el momento.

Sílvia Pérez Cruz. / JAIRO VARGAS


Me imagino que usted, licenciada en canto-jazz por la Escola Superior de Música de Catalunya, siempre tuvo claro a qué quería dedicarse. ¿Llegó a vislumbrar este momento?

Nunca visualicé todo esto. Para mí es simplemente un momento que viene detrás de otro.


¿Se siente orgullosa de haber sumado a gente joven a la canción popular o tradicional?

Ahora me estoy dando cuenta de que he influenciado a muchísima gente, cosa que antes no entendía. Aunque es un piropo, me cuesta mucho ver todo esto. Incluso el éxito, de verdad te lo digo, porque es mi vida y mi pasión. Voy pasito a pasito y no veo tanta diferencia entre uno y otro. Lo que estoy haciendo es compartir mis valores y mi pequeña verdad.


Aunque en la interpretación cinematográfica o teatral no hay música, sino voz, usted debe meterse en la piel de varias intérpretes cuando canta para hacer suyas otras músicas.

Hay cosas en común, pero más abstractas. El silencio, el saber escuchar, el ritmo, la melodía y la curva emocional. Cuando canto, siempre soy un poco yo. Sé que a las actrices, en el fondo, les pasa lo mismo, pero yo —aunque cante cosas que no he vivido— sigo siendo Sílvia, no tengo el nombre de un personaje. Luego, a partir de la música, llego a un trance y canto las penas o las alegrías de todos, no sólo las mías.

"Yo hago más bien una pequeña revolución emocional. El arte es libertad, no algo obligatorio"

Sin embargo, en el canto, ¿qué realidad imitas? Es más, ¿qué coño es la realidad? Todavía no entiendo eso de “hablar la realidad”, pero el resto tiene mucho que ver con la interpretación: confiar, dejarte llevar, que te afecte el otro…


En Cerca de tu casa, de Eduard Cortés, interpreta a la desahuciada Sonia, que le valió un Goya a la mejor actriz revelación. ¿Le ha caído alguna otra oferta? ¿Se ve de nuevo delante de la cámara?

Me han hecho varias propuestas, sin embargo no es mi vocación ni mi oficio. Lo que pasa es que a veces me ofrecen cosas tan bonitas que… Ahora, por ejemplo, acabo de participar en la música de Memorias del calabozo, de Álvaro Brechner. Luego me pidió que hiciese una escena. La historia —aunque dura— es tan bonita y confío tanto artísticamente en él, que le dije que sí.


¿Qué le hace sentirse más viva?

El arte y mi hija. Mi hija y el arte.


Próximos conciertos de la gira Vestida de nit:

Viernes 17 de noviembre: Teatre Tívoli, Barcelona (agotado).

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