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"En España la cultura está mal vista"

El joven director Alberto Morais se desmarca de todos los convencionalismos del cine histórico en la laureada 'Las olas'

 

ÁNGEL MUNÁRRIZ

A pesar de su juventud, Alberto Morais (Valladolid, 1976) no parece movido por el hambre de autoafirmación que suele aquejar a los cineastas recién llegados. Pausado, reflexivo y en apariencia seguro de sí mismo, defiende con convicción pero sin desgañitarse su segunda película, Las olas, restando importancia al aval que supuso para la cinta obtener el máximo galardón del Festival de Cine de Moscú. '¿Cómo iba a esperármelo?', se pregunta, atribuyéndolo en parte al 'azar'.

La cinta, que ahora compite en la sección oficial del Festival de Cine Europeo de Sevilla, posa su mirada sobre un anciano (Carlos Álvarez-Novoa, el viejito de Solas) que regresa al lugar, ahora irreconocible, donde estuvo el campo de concentración de Argelès-sur-Mer, en el sur de Francia, adonde él mismo fue a parar tras la Guerra Civil. 'En España no se ha documentado aún el genocidio franquista. Aquí no nos gusta remover nada', afirma sobre la elección del tema, condicionada por su historia familiar: 'Mi abuelo era un anarquista que acabó en Valladolid desterrado de Almería. Mi padre estuvo en la cárcel por estar en el PT'.

La película, no obstante, no sólo está en las antípodas del cine panfletario, sino incluso del cine histórico al uso. El pasado no es telón de fondo, sino 'personaje', explica Morais, que orienta a sus protagonistas, Álvarez-Novoa y Laia Marull, hacia interpretaciones contenidas al extremo. Las olas, de cuidada factura, se desarrolla sin giros, sin golpes de efecto, sin que en apariencia pase nada, con planos fijos sin sobresaltos. El espectador asiste al silencioso viaje hacia el pasado de un anciano perdido en una tristeza hierática.

¿Cine para minorías? 'Hago cine, sin más. Ni para críticos, ni para minorías. Aunque una democracia no es tal si no hay oferta para minorías', afirma, lamentando que no exista en España una cultura cinematográfica variada, no sólo ceñida al mainstream. 'En Francia hay un vídeo en cada colegio y los niños ven películas francesas y no francesas de todas las épocas. Aquí no. La cultura se mira con desconfianza. Es parte de la herencia del franquismo. La cultura está mal vista', afirma Morais, que defiende un cine 'como herramienta de conocimiento' y no sólo como evasión.

Aunque aquel no puede competir con este. 'No tiene sentido que ir al cine a ver esta película, que ha costado 900.000 euros, cueste lo mismo que ir a ver Tintín. Es como si el Barça jugara contra un equipo de regional. La entrada de mi película debería ser más barata', sugiere. Es una idea.

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