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Fallece a los 74 años Mikel Laboa, icono de la canción vasca

El cantautor donostiarra murió esta pasada madrugada por motivos que aún se desconocen

GUILLERMO MALAINA

Hegoak ebaki banizkioneria izango zenez zuen aldengingobainan, honelaez zen gehiago txoria izangoeta nik...txoria nuen maite. Si le hubiera cortado las alashabría sido mío,no se habría escapado,pero asíya no sería más un pájaroy yo lo que amaba era el pájaro.


Mikel Laboa (San Sebastián, 1934) se fue el lunes para siempre, pero sus canciones quedan ahí para la eternidad. Eso no cambiará. Sus letras, mecidas en las cuerdas de su guitarra, se cantan hoy en cualquier lugar de Euskadi. No importa la generación, ni la condición de cada cual. Porque siempre se encuentra algún momento dulce para ensimismarse con alguna de sus obras, como la que arranca este texto y que tantas veces Laboa llenó de valor ante el micrófono.

Él era así, un hombre que cantaba a la libertad sin maldad y que encandilaba con su sencillez cuando recitaba con una mezcla indescriptible de pasión y humildad letras como esas.

El cantautor llevaba varios días ingresado en el Hospital Donostia, tratando de recuperarse de una dolencia con la idea de poder recoger el próximo día 23 de diciembre otro premio a su dilatada trayectoria: la Medalla de Oro de Guipúzcoa, el máximo galardón que otorga la Diputación.

Pero, a las cinco de la mañana, consumió su último hálito de vida, de una existencia marcada por la música desde que en su niñez abandonó San Sebastián en plena Guerra Civil para refugiarse junto a su madre y sus hermanos en la pequeña localidad pesquera de Lekeitio (Vizcaya).

En aquellos años de prohibiciones y posguerra, Mikel Laboa cogió su primera guitarra en 1950 para dar una salida a sus sentimientos y comenzar a resucitar la tradición musical vasca con un espíritu innovador que con los años le acabaría convirtiendo en un icono universal.

Algunos de sus compañeros y amigos no se cansaban ayer de reivindicar que la inmensa calidad humana de Laboa no debe tapar la magnitud de su obra, ni su inagotable ansia por renovar la tradición.

Porque este cantautor donostiarra siempre fue así. Sus estudios de Medicina le llevaron a trabajar en el Hospital Santa Creu y San Pau de Barcelona, donde fue impregnándose del valor conceptual del grupo. Corrían los años sesenta y, a su vuelta a Euskadi, formó junto a artistas como Benito Lertxundi o Xabier Lete el grupo Ez Dok Amairu, un movimiento vanguardista cuya actividad trascendía al ámbito de la música para aportar un granito de arena frente a la dictadura.

Tan sólo un par de años antes, Laboa había conseguido ofrecer su primer concierto en euskara, curiosamente lejos de Euskadi, en Zaragoza, con una amalgama de cantos tradicionales como O Pello, Pello y Bereterretxen kanthoria, entonces prácticamente desconocidos en Euskadi.

Esas dos canciones, junto a otras dos, Amonatxo y Aurtxo Txikia, formaron parte de su primer disco, publicado en 1964 con el título Lau herri kanta. Para que aquel trabajo viera la luz, Laboa tuvo que acudir a una editorial del País Vasco francés para eludir las prohibiciones del régimen franquista.

Desde entonces hasta hoy, Laboa se fue haciendo a sí mismo hasta lograr, sin proponérselo, el complicado mérito de convertirse en un artista universal cantando en su vieja y amada lengua vasca.

La discografía de Laboa se reduce a 16 discos, pero su valor es incalculable. Ayer, cientos de personas anónimas, y de personalidades de la cultura, la política y la sociedad se acercaron al tanatorio donostiarra de Rekalde para rendirle homenaje. En su recuerdo quedan ya muchos momentos, como su último gran concierto en 2006 junto a Bob Dylan. Fue un acto por la paz y Laboa cantó una sola canción: Txoria txori.

Por Víctor Lenore

Como muchos treintañeros, descubrí tarde la música de Mikel Laboa. No es fácil llegar a él porque los artistas que escogen expresarse en euskara suelen ser marginados en los medios de comunicación. Cuando me zambullí en sus discos, encontré mucho más de lo que esperaba. Ofrece una simbiosis perfecta de tradición y vanguardia, pero expresarlo así sería demasiado frío, porque por encima de todo hay unas canciones viscerales y frondosas que fluyen con la máxima naturalidad.

Ibon Errazkin, un mago del pop con cultura amplia y heterodoxa, escribió que la música de Laboa 'gira en torno a unos cuantos acordes básicos de guitarra, tocados de una manera a veces un poco rudimentaria, pero siempre muy expresiva. Pienso en la introducción de Baztan o en esas cuerdas mal pisadas de Gure oroitzapenak, para mí preferibles a todos los virtuosismos del mundo'. La emoción que contagia sus canciones, como la de un paisaje, parece una de esas cosas que no se pueden aprender ni enseñar (aunque sí preservar o cultivar, como él hizo a lo largo de su vida artística).

'Me han contado que en los conciertos es un poco médium', añadía Errazkin. La misma impresión transmiten sus grabaciones. Si alguien las escucha dentro de 200 años, le costará situarlas en el tiempo por su estilo sobrio, que no responde a modas. Parece tener un pie en el mundo material y otro en una dimensión paralela empapada de intensidad, inquietud y nostalgia.

Además de su muerte, es triste la sospecha de que si hubiera nacido en Londres, Sao Paulo o Nueva York, tendríamos más discos suyos en casa.

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