Este artículo se publicó hace 14 años.
El FIB te ama en francés
Charlotte Gainsbourg abrió el festival con un concierto de pop sofisticado
Ni español ni británico. El Festival de Benicàssim comenzó afrancesado. Cantaba en inglés y de lejos parecía Patti Smith, pero en realidad era la francesa Charlotte Gainsbourg, hijísima' de Serge y Jane, la que le arreaba golpetazos a un timbal anoche, mientras susurraba una melodía casi imperceptible. Su concierto, con el que precedió en el escenario principal a Ray Davies y Kasabian, se movió continuamente en esos dos registros: agresivo-lánguido.
Las canciones de su último disco, IRM, ganaron en contundencia respecto al álbum, pero como suele ocurrir con los músicos franceses, su tendencia a la sofisticación y la elegancia les hace perder frescura. Después de verla a las órdenes de Lars Von Triers en la brutal Anticristo, el concierto de anoche tenía un poco de juego de niños. Sobre todo cuando interpretaba esos medios tiempos amables y contagiosos, nanas modernas cercanas al antifolk con adornos electrónicos. Quizás el lunes recordaremos el concierto de la Gainsbourg como una anécdota o quizás no.
La hijísima' le arreaba golpetazos a un timbal mientras susurraba
A primera hora de la tarde, tres angelitos rubios correteaban con sus varitas mágicas, sus tutús, sus alitas doradas y la cara sonrosada por delante del escenario donde actuaba un tal Jack L. Disfrazarse es una de las costumbres del público británico en los festivales, imitada este año en una versión más casera por algún espontáneo español: uno que llevaba una camiseta de San Fermín, una nariz de payaso y ondeaba una bandera de no se sabe dónde.
El color del públicoA Jack L, un irlandés que al parecer se hizo famoso a finales de los noventa en su país con el disco Metropolis blues (título somnoliento donde los haya), lo anunciaban como un crooner que ha sido comparado con David Bowie o Tom Waits. De lejos, vestido de negro y luciendo tupe y gafas de sol, parecía más una versión devaluada entre Bruce Springsteen y Bono. Pedía al público que cantara, pero los 30 que estaban delante (se supone que irlandeses) no podían hacer mucho contra el, eso sí, vozarrón del amigo Jack, que presumió de tesitura todo lo que quiso y más.
El público del FIB siempre está dispuesto a rivalizar en espectáculo
En el FIB no hay que perder de vista al público, siempre dispuesto a rivalizar en espectáculo con lo que pasa en el escenario. Frente a un colorido puesto de comida, un par de jóvenes parecen experimentar con su cámara, fotografiando un pequeño papel que sujetan meticulosamente. En realidad, están tomando una imagen del horario de los conciertos, que se vende por la nada desdeñable cifra de diez euros. "¿Para qué vas a regalar algo cuando puedes cobrarlo?", han debido pensar en la organización, que acompaña el horario, se intuye que para hacer bulto, con un librito con las biografías de los grupos y una bolsita con el logo del FIB.
Dicen que los grandes festivales son una oportunidad para los grupos pequeños porque les puede ver mucha gente. Los madrileños Cohete no pensaron lo mismo cuando empezaron su concierto delante de 40 personas. Poco a poco, eso sí, la cifra alcanzó, a ojo de buen cubero, dos centenas. Ofrecieron un concierto humilde, pero brillante. Su pop matemático, sixtie y campestre está rodado y ya tocan sin pensar, como debe ser. Ellos mismos son meros instrumentos de sus canciones, que tienen la particularidad de contar con dos títulos cada una. Cachondos en la forma, muy serios en el fondo, Cohete volaron a gran altura.
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