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El fotógrafo del instante decisivo entra en el MoMA

El Museo de Arte Moderno abre sus puertas a Henri Cartier-Bresson, el fotógrafo más importante del siglo XX, con la mayor retrospectiva que jamás se ha hecho de su obra

ISABEL PIQUER

Sin Henri Cartier-Bresson sin duda no tendríamos memoria. Al menos no memoria gráfica, no de una cierta época, no de una cierta visión, la vida a través del objetivo de una Leica, siempre en blanco y negro. Las fotos del maestro francés (Chanteloup-en-Brie,1908 Montjustin, 2004), están de tal forma impresas en nuestra retina que pasearse por las salas del Museo de Arte Moderno (MoMA), es un recorrido por los recuerdos nunca vividos.

La exposición, que abrirá sus puertas este domingo, es la mayor retrospectiva del fotógrafo en EEUU en más de 30 años. Más de 300 fotografías, algunas de ellas inéditas, agrupadas en grandes bloques temáticos, narran la increíble trayectoria del cazador de los instantes decisivos de la vida, de las instantáneas de lo cotidiano. Cartier-Bresson siempre estaba en el momento adecuado, en el lugar idóneo.

«Su éxito reside en su sofisticación cultural», explica el comisario

Y fueron muchos. En la entrada de la exposición varios mapas trazan los recorridos de un viajero incansable, que surcó el mundo. Una hazaña para alguien que odiaba volar. En España estuvo dos veces, en 1933, Andalucía y costa mediterránea, en burdeles de Alicante y calles de Valencia y, luego, en 1965.

Además de las copias originales, la gran mayoría procedentes de la Fundación Cartier-Bresson de París y de los archivos del propio MoMA, la muestra incluye números originales de las revistas Life y Paris Match, donde publicó.

La primera muestra que el MoMA organizó de Cartier-Bresson sería póstuma. En 1946 corrió el rumor de que el fotógrafo, que gozaba de cierta fama, había muerto mientras rodaba un documental sobre los prisioneros de guerra que volvían de los campos de trabajo alemanes, donde él pasó tres años al inicio de la misma antes de escapar.

Destaca la claridad del estilo fotográfico de la posguerra

La muestra fue un éxito y apuntaló la incipiente dedicación al fotoperiodismo. Poco después, en 1947, Cartier-Bresson fundaba con Robert Capa, George Roder y David Seymour la mítica agencia Magnum. Los tres colegas se repartieron el mundo. Literalmente. Y a Cartier-Bresson le tocó Asia. Ahí cubrió el asesinato de Gandhi (con quien se había entrevistado momentos antes) o la toma de poder de Mao.

Pero más que la historia, Cartier-Bresson cubrió las historias, las de la gente ordinaria, las de la calle, las de la vida. En Harlem, en Texas, en la Unión Soviética. Fue el fotógrafo de la espontaneidad, de las images à la sauvette (en traducción libre 'instantáneas robadas en el momento'), del hombre saltando en una calle encharcada 'detrás de la estación de St. Lazare', de la familia de picnic 'a las orillas del Marne', del hombre del sombrero andando entre niños en Madrid, el de la pareja enamorada sorprendida in fraganti en México...

Siempre estaba en el momento adecuado, en el lugar idóneo

'El éxito de Cartier-Bresson reside en su sofisticación cultural', explica el comisario de la exposición, Peter Galassi, 'en cualquier parte del mundo, en cualquier entorno de jerarquía social, era capaz de saber quién era quién y quién hacía qué. El otro factor clave es la claridad y la transparencia del estilo fotográfico de la posguerra, que se centraba en lo realmente importante y descartaba lo secundario'.

El fotógrafo creía en la empatía con el sujeto de su obra. 'Tiene que haber una relación entre el ojo y el corazón', explicaba a la revista Harpers Baazar en 1946: 'Uno debe llegar a lo que capta con espíritu puro, debe ser estricto. Debe haber un tiempo para la contemplación, la reflexión sobre el mundo y la gente. Si uno se dedica a fotografiar a la gente, lo que realmente cuenta es la mirada interior'.

Viajaba con dos Leicas y tres objetivos y dejó de revelar sus propios negativos. Sólo pedía que la edición de sus fotos en las revistas respetaran sus encuadres.

Cartier-Bresson no solía explayarse sobre su trabajo. Otorgó pocas entrevistas y no se dejó fotografiar hasta bien entrada la vejez, porque temía perder el anonimato que le permitía incidir en vidas ajenas. 'No soy un actor', decía. '¿Qué quiere decir eso de la celebridad? Yo soy un artesano'.

'Tomar una foto es reconocer un acontecimiento', decía en una entrevista al diario The New York Times en 2003, 'y en ese mismo instante, en una fracción de segundo hay que organizar las formas que ves para dar sentido y expresión a ese acontecimiento. Es cuestión de poner tu cerebro, tu ojo y tu corazón en un mismo propósito. Es una forma de vida'.

Cartier-Bresson nació en una familia acomodada pero frugal ('de pequeño pensaba que era pobre'). Su padre era fabricante textil. En los años treinta, mientras estudiaba en la academia del artista cubista André Lhote en París, las imágenes del fotógrafo húngaro Martin Munkacsi le animaron a dejar los pinceles. 'Me digo a mí mismo, ¿como alguien puede hacer eso? Esa mezcla de belleza plástica y vitalidad. Me veía muy bien dedicándome a eso'.

El movimiento surrealista, que en aquella época dominaba la vida artística parisina, tuvo una profunda influencia sobre él. Primero literalmente, cuando se apuntó al grupo, y luego en espíritu, al otorgarle una libertad iconoclasta. Expuso por primera vez en Madrid, en 1933, y un año más tarde en México, junto con Manuel Álvarez Bravo. Pero la guerra cambió radicalmente su estética. La limitación formal de sus trabajos de juventud voló por los aires con tanta muerte.

Se consideraba un cazador de imágenes. 'Algunos cazadores son vegetarianos, esa es mi relación con la fotografía'. Su meta era capturar la vida mientras la vida miraba despreocupada hacia otro lado.

En 1975 Cartier-Bresson decidió colgar su Leica y, salvo algún retrato ocasional, dedicarse a dibujar. 'El dibujo es una meditación', decía en 1994 de nuevo a The New York Times. 'Ahora todo el mundo habla de fotografía. Me he pasado 50 años haciendo fotos. Pero ¿cuántas de las que he hecho pueden mirarse durante más de tres segundos? ¿50? ¿100? Nada más'.

En un mundo que vive bajo la mirada omnipresente de las cámaras, las imágenes del fotógrafo son de alguna forma precursoras de nuestra obsesión por capturar cualquier ocurrencia del vivir diario, por muy insignificante que sea.

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