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A la gente del cine también le gusta ver la televisión

Antonio Mercero, director de Farmacia de Guardia, recibe el Goya de Honor

EULÀLIA IGLESIAS

La carrera de Antonio Mercero resucopila algunas de las contradicciones que vive nuestro país respecto al audiovisual. El Goya de Honor se lo concede la Academia del Cine, aunque gran parte de su carrera, con hitos como La cabina, se ha forjado en la televisión, que dispone de su propia Academia y ya homenajeó a Mercero en su momento.

Primera contradicción: industria, instituciones y prensa todavía funcionamos con una serie de categorizaciones que el propio trabajo de los realizadores pone en cuestión. Mercero estudió en la Escuela Oficial de Cine. Desde allí empezó a rodar sus primeros cortos y en 1963 estrenó su primer largo, Se necesita chico, que flirteaba con algunas de las tendencias del Nuevo Cine Español, pero fracasó en taquilla.

Gran parte de su carrera, con hitos como La cabina, se ha forjado en la tele

Como no encontraba su lugar en la raquítica industria cinematográfica, se buscó la vida en la televisión y el NO-DO. Si nos centramos en su filmografía televisiva nos encontramos con otra paradoja. Sus trabajos para la pequeña pantalla parecen seguir una evolución inversamente proporcional a la que se le supone a nuestra sociedad y a sus medios de comunicación: empieza desde el interés por explorar el medio, incluso con propuestas rompedoras, para acabar triunfando con una sitcom costumbrista y rancia.

Uno de sus primeros documentales, Quesada, llegó a sufrir la censura por el realismo de sus imágenes. Junto a otros valiosos colegas como Julio Coll o Antonio Picazo firmó un clásico de serie costumbrista al servicio de la ideología imperante, Crónicas de un pueblo (1971).

En un documental sufrió la censura por el realismo de sus imágenes

Un año después realizó la ficción televisiva española más prestigiosa e influyente: La cabina, con guión de José Luis Garci. Una producción única que no se ajustaba a los códigos habituales: no respondía a la imitación televisiva del cine, ni al teleteatro, ni a las series populares. Paralelamente, el cineasta volvió a probar suerte en el cine con Manchas de sangre en un coche nuevo (1975), insólita incursión en el terror psicológico que tampoco cuajó entre los espectadores.

A partir de la transición, el cineasta encarriló su carrera cinematográfica por la tercera vía que le ofrecía el productor José Frade (Las delicias de los verdes años, La guerra de papá...) y confirmó su buena mano para trabajar con niños con Tobi.

El triunfo de la serie Verano azul fue la antesala de dos de sus películas más defendibles, Espérame en el cielo, en que se enfoca la figura de Franco a partir de su supuesto sosias, y Don Juan, mi querido fantasma, donde se observa con cierta simpatía la decadencia del mito.

Tras el éxito de Verano azul, dirigió sus películas más defendibles

En la televisión, los noventa lo consagran con Farmacia de guardia, que sonaba antigua ya desde su sintonía y marcó la forma de enfocar la ficción desde las televisiones privadas. Mercero ha cerrado su filmografía con ¿Y tú quién eres? en torno la enfermedad que él mimo padece, el Alzheimer. El Goya de Honor cobra por tanto una dimensión de tributo que va más allá de la valoración de los méritos artísticos de un cineasta que integra muchas de las contradicciones del audiovisual español.

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