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Gonzalo Torné: "Roald Dahl no es un caso de cancelación puritana izquierdista, sino una decisión del mercado para vender"

El escritor reflexiona sobre la crítica, el veto y la censura en el ensayo 'La cancelación y sus enemigos' (Anagrama).

El escritor Gonzalo Torné, autor del ensayo 'La cancelación y sus enemigos' (Anagrama).
El escritor Gonzalo Torné, autor del ensayo 'La cancelación y sus enemigos' (Anagrama). Cedida

Gonzalo Torné (Barcelona, 1976) niega la existencia de la cultura de la cancelación en su último libro. A su juicio, se trataría de una crítica llevada a cabo por los prescriptores canónicos y, en los últimos tiempos, también por unas "audiencias emancipadas" que plantean nuevas exigencias a los creadores, como la correcta representación de las minorías. Veto, censura o puritanismo son otros conceptos analizados en el ensayo La cancelación y sus enemigos (Anagrama), que aborda además los efectos del buenismo en las obras de algunos autores.

Desecha el término censura porque solo puede ejercerla el Estado. Sin embargo, instituciones, empresas o entidades privadas pueden vetar a un autor.

Sí, pero seguiría sin ser censura, porque te puedes ir a otro sitio. Todas las empresas privadas están vetando a gente continuamente, incluso en un periódico, por distintos motivos. Sin embargo, eso no significa que impidan el uso de tu libre expresión, porque nadie tiene el derecho a publicar en un medio privado.

Sostiene que si la critica "les llega de arriba", algunos autores la tildan de elitista; y si "les llega de abajo", la consideran cancelación.

Y si la gente se mofa de ellos, lo achacarán a las hordas descontroladas de internet. Ahora bien, alguien que deja de escribir algo porque teme que se vayan a reír de él no es un escritor. Nos cuesta entender que la opinión circula en muchos más sentidos que antes.

Usted sostiene que vivimos en la "edad de oro de la libertad creativa", aunque eso no significa que alumbre las mejores obras, ¿no?

El pasado tiene una ventaja: está muy peinado. Tienes que leer a Jane Austen y a Charles Dickens, no a los mil pesados de su época. En cambio, hoy nadie sabe lo que va a ser bueno o malo, pero es una ventaja que haya muchísima más gente escribiendo. Ahora bien, la edad de oro de la libertad creativa queda claramente compensada por la edad de oro de la intervención del mercado.

Plantea la "cancelación positiva", donde el artista busca el aplauso del público o intenta satisfacer las demandas de las "comunidades emancipadas", que valorarían la "corrección" y la "bondad" de las representaciones. ¿Se corre el riesgo de que entre los autores de ficción se establezca una "competición de buenismo", incluidos los oportunistas?

Siempre ha existido la tentación de escribir a favor de la corriente dominante, sea moral, política o del mercado. Aunque me parece legítimo que alguien quiera escribir solo para vender, los críticos deben discernir lo que aporta y lo que se escapa de lo absolutamente previsible, ya sea por el mercado o por conseguir el aplauso fácil, caso de las películas de Marvel. Sin embargo, sería triste que las críticas o los comentarios se quedasen solo en eso.

¿Y hay riesgos de que las obras se vuelvan "chatas y complacientes"? ¿Incluso de que la "representación correcta" de las minorías conduzca a escenarios improbables, poco realistas o inverosímiles?

El estereotipo positivo está presente en todas las épocas. John Wayne figura como el vaquero americano y honesto, cuando en el fondo representa a una minoría de genocidas que matan indios. El arte de masas tiene que convivir con la idealización de los modelos. Es un riesgo, aunque los propios interesados en representarse, si son artistas y quieren hacer algo complejo, lo evitan.

Me refería, por ejemplo, a los anacronismos e inverosimilitudes históricos en series y películas de época.

Todo son convencionalismos. Entiendo los motivos por los que se introducen determinados tipos de personajes, interpretados por negros o asiáticos, pese a que haya gente a la que le sorprenda o la saque de la obra. No lo veo como un problema grave. De hecho, las novelas históricas de Arturo Pérez-Reverte son absolutamente inverosímiles, pero trabajan con unos tópicos aceptados comúnmente. Si lees la obra de Pérez-Reverte, te mueres de risa, porque no tiene nada que ver con la historia y sus personajes actúan como españoles de opereta. Sin embargo, como responden a ese cliché, más o menos cuela.

De la cancelación positiva a la "cancelación interior", es decir, cuando el autor evita escribir sobre ciertos asuntos o se calla sus opiniones para no ser criticado por las audiencias o perder el favor de la prensa. "¿Quién se presta a un abucheo cuando el aplauso se nos ofrece tan barato?".

De hecho, quienes escriben sobre la cancelación en prensa se olvidan de las injurias a la Corona y de la ley mordaza... Eso también es un ejercicio de cancelación interior, porque hay que hacer un gran esfuerzo para eludir dos leyes absolutamente delirantes.

¿Podría afectar más la cancelación positiva o interior a un autor progresista?

No. El esfuerzo que tiene que hacer un escritor conservador para negar el matrimonio homosexual o el cambio climático es sobrehumano, porque rechaza la realidad o la acepta cuando ya ha sido legislada. Hay malos escritores de todas las ideologías, pero generalmente, cuando empiezan a escribir, son agentes dobles que buscan los puntos flacos tanto de su tribu como del contrario.

¿Todo ello podría llevar a unos productos más simples? ¿Entenderían las "audiencias emancipadas" la complejidad de una obra que pueda generar controversia?

Sí, pero las audiencias emancipadas no son dos millones de personas que se ponen de acuerdo y salen a la calle para expresar su parecer. Digamos que se opina desde posiciones inesperadas o inexistentes hace diez años. Cualquier reducción de orden ideológico entorpece la ficción, sea progresista o no. Sin embargo, la instancia que realmente regula o que presiona para provocar una simplificación es el mercado, como ha sucedido con Roald Dahl. Las audiencias emancipadas —o sea, las personas con discursos estructurados— sencillamente molestan al autor acostumbrado a que le rían las gracias.

¿No procedería más una nota a pie de página aclaratoria que la reescritura de los libros o la sustitución de algunas palabras originales por otras que no incomodan?

No me parece un fenómeno nuevo, porque se ha hecho siempre, como simplificar una novela o ponerle una hoja de parra al David de Miguel Ángel. Hay sensibilidades, sobre todo de derechas, que se ofenden hasta el punto de que a veces ponen bombas. Lo que me parece interesante es ver quién lo está promoviendo ahora...

Se refiere al caso de Roald Dahl…

Se ha puesto como ejemplo de cancelación puritana izquierdista. Sin embargo, lo que me fascina de su caso es que se trata de una decisión que parte del mercado —o del gran estudio que compró los derechos de sus obras— para vender más con una versión que no ofenda a nadie. No obstante, este y otros ejemplos recientes no me parecen particularmente dramáticos, siempre y cuando sigan existiendo los libros originales.

En el caso de los artistas rusos, ¿cabría hablar de cancelación, veto, censura…?

Eso duró unas semanas, por lo que fue una gran tontería cosmética. Si se hubiese prolongado en el tiempo, se podría hablar de cancelación y, si lo hubiese prohibido un Estado, de censura. En general, al margen de los rusos, yo no digo que no exista la cancelación, sino que no existe como cultura y hábito. Claro que hay personas que han perdido un contrato por haber hecho ciertas declaraciones. Habría que analizar caso por caso, porque ha habido alguno tremendamente injusto.

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