Este artículo se publicó hace 3 años.
LUZES-PÚBLICOProletarios gallegos en Lisboa: la batalla de Monsanto
No es un hecho muy conocido, pero los protagonistas de las primeras huelgas que se registraron en Portugal fueron aquellos emigrantes que salieron de Galicia para desempeñar las labores más penosas en las ciudades del país vecino, como repartidores, mozos de carga o aguadores.
Eliseo Fernández
A finales del siglo XIX la presencia gallega era habirtual en las calles de Lisboa. El desarrollo comercial e industrial había hechod de la capital portuguesa una ciudad atractiva para una emigración que huía de la miseria y del reclutamiento obligatorio en tiempo de conflictos coloniales. El número de emigrantes gallegos llegó a representar cerca de un 70% del total de la presencia de extranjeros en Lisboa. En el servicio doméstico, en la hostelería, en ocupaciones como las de moços de fretes o aguadeiros, la emigración gallega se hacía presente en toda la ciudad, hasta el punto de dar su nombre la algunos lugares públicos: la Ilha de los Gallegos, junto al surtidor de Loreto, era el enclave donde tradicionalmente los emigrantes esperaban a ser contratados para el transporte de agua o mobiliario, y donde se relacionaban con sus paisanos de Lisboa.
Quizás algo menos conocida es la presencia de la emigración gallega en un sector como el de los moços de padeiro, los empleados de las panaderías que, cargando a cuestas con grandes cestas, distribuían el pan desde las tahonas hasta los confines de la ciudad. En fotografías y postales, la imagen del moço de padeiro representaba una de las estampas más pintorescas de la Lisboa decimonónica. Eran varios miles los que todos los días salían de los obradoiros con sus enormes cestas para hacer llegar el pan a todos los hogares. Era una ocupacion que tenía en común con la de los aguadeiros o moços de fretes la dureza del trabajo y su movilidad dentro del espacio urbano, lo que venía a confirmar que los gallegos tenían que conformarse con las ocupaciones más ingratas dentro del espectro laboral de Lisboa.
[Si quieres seguir leyendo este artículo en gallego, pincha aquí]
Sin embargo, la figura de los repartidores de pan desapareció de pronto de las calles de Lisboa un 16 de junio de 1894, como consecuencia de un conflicto con las autoridades municipales. El detonante fueron las medidas de control que la Cámara Municipal intentó llevar a cabo sobre del trabajo de los repartidores, con la imposición de fianzas y carnés de reparto, y la forma abusiva con que las autoridades gubernativas habían intentado sacar adelante estas medidas, llegando a detener a los repartidores si no tenían esos documentos. La indignación de los trabajadores era total, pues el motivo de fondo no era otro que las anomalías y deficiencias en el peso de los panes, y ellos defendían que no podían responsabilizarse del fraude, ya que quienes se los entregaban eran los dueños de los panaderías y ellos no tenían medios para comprobar que el peso del producto era el correcto.
Después de una asamblea mantenida por los trabajadores en el Club Terpsychore de la Rua de la Conceição, se decidió marchar en manifestación hacia el Gobierno Civil, encabezados por una comisión nominada para negociar la supresión de los carnés y las fianzas y pedir la liberación de los repartidores detenidos. Fue precisamente a la altura de la Ilha de los Gallegos, en el Ancho de las Duas Egrejas, donde las fuerzas del orden intentaron disolver la protesta, provocando enfrentamientos físicos y nuevas detenciones. En consecuencia, los manifestantes tuvieron que retroceder hacia los locales de la Associação de los Operários Manipuladores de Pão, en la calle de São Bento, mientras la comisión continuaba camino para negociar con las autoridades.
La comisión no consiguió llegar la ningún acuerdo satisfactorio ni logró la liberación de los compañeros presos, por lo que el sector siguió movilizado en los locales sindicales durante todo el domingo 17 de junio, y organizó una nueva asamblea en la mañana del lunes. En esta reunión se decidió enviar otra comisión negociadora, mientras los repartidores huelguistas elegían como nuevo lugar de concentración la sierra de Monsanto, donde pensaban que podrían concentrarse libremente sin obstáculos por parte de las autoridades.
Que el problema había alcanzado ya una enorme gravedad lo confirma el hecho de que la comisión llegó a ser recibida por el ministro del Reino, João Franco;. Pero el político del Partido Regenerador rechazó modificar los reglamentos y derivó la liberación de los presos al poder judicial, lo que imposibilitó cualquier acuerdo.
Cuando la comisión negociadora dio cuenta de los flacos resultados obtenidos, mas de un millar de repartidores tomaron la decisión de declarar la huelga general y quedarse en Monsanto hasta que sus reclamaciones fueran atendidas, y hacer después un llamamiento a todos los compañeros a unirse a ellos en el lugar donde se habían ubicado, en la Cruz de los Olivos. Según la prensa, en los días sucesivos, entre 3.000 y 4.000 repartidores llegaron a concentrarse en Monsanto, bajo la vigilancia de las fuerzas de orden público. Los panaderos se organizaron colectivamente e hicieron un campamento en el que ondeaba una bandera formada por cuatro cuadros blancos y rojos; diversas comisiones controlaban la entrada y salida del recinto, impidiendo la entrada de bebidas alcohólicas, e incluso llegaron a un acuerdo para que aquellos huelguistas que estuvieran casados pudieran pasar a noche en Lisboa y volver por la mañana a Monsanto con sus camaradas.
La iniciativa de los moços de padeiro sorprendió las autoridades y llamó la atención de la prensa y del público en general. Nunca se había visto en Lisboa un movimiento proletario de esas características. Al fin y al cabo, la iniciativa de los repartidores venía a confirmar la potencia de la actuación mancomunada de la clase obrera, en una época en que el Primero de Mayo había sido recién instituido como fecha para sus demostraciones de fuerza.
Las autoridades, incomodadas por el campamento de los huelguistas, intentaron ponerles dificultades: primero, cerraron el pozo que los abastecía de agua y comenzaron a amenazar a los concentrados con desarmar el campamento y expulsar del país los extranjeros. Mientras tanto, muchos amasadores y forneiros se habían unido al movimiento, y algunos de ellos de ellos a los moços que recorrían las calles de Lisboa intentando impedir que los esquiroles siguieran con el reparto de pan. En el propio campamento, los operarios recibían la solidaridad de otras asociaciones de clase y de ciudadanos que les enviaban dinero, alimentos, tabaco, mensajes e incluso arreglos florales en apoyo al movimiento.
La actitud de los patrones panaderos, sin embargo, no fue unánime. Mientras algunos se solidarizaron con sus empleados, otros siguieron cociendo en sus obradoiros empleando a los militares que el Gobierno les ofreció para amasar el pan. El diario El Siglo incluso criticó con ironía que, siendo el motivo de la huelga la exigencia de la Cámara que el pan fuera vendido por repartidores acreditados y sin mermas en el peso, resultaba contradictorio que a consecuencia de la huelga el pan fuera amasado por militares y bomberos, que no conseguían ni la mínima calidad ni el peso legal, y que después ese producto se vendiera al público sin ser pesado y bajo vigilancia policial.
El mismo periódico concluía que el pan había llegado a las casas de Lisboa, pero sólo a las de las familias con recursos, ya que la mayor parte de las familias humildes lo compraban al fiado y eran los moços de padeiro quienes se lo vendían a crédito cuando no tenían recursos, para cobrárselo luego cuando tenían dinero.En la madrugada del día 22, después de cuatro noches de acampada, una fuerza de caballería, infantería y policía comenzó a actuar para disolver la concentración. En plena noche comenzaron a cercar el campamento, mientras los huelguistas se mantenían en actitud completamente pacífica.
Después, las fuerzas del orden comenzaron a separar a los operarios portugueses de los extranjeros, de manera que estos ultimos fueron llevados en dirección a Lisboa cerca de las cuatro de la madrugada para ser recluidos en el Arsenal da Marinha. El Jornal de Noticias recogía la versión oficial de los hechos: «El cerco tenía por objetivo apresar a los moços de padeiro gallegos que se encontraran entre los huelguistas, pues, en verdad, no se podía admitir que esos extranjeros estuvieran abusando de la hospitalidad que encontraron en Portugal, sublevándose contra las leyes del Reino».
En pocas horas, 285 operarios de origen gallego fueron embarcados en el vapor África para ser expulsados de Portugal. Aunque había algunos de A Coruña, Lugo y Ourense, la inmensa mayoría eran originarios de la provincia de Pontevedra, y muy especialmente de los ayuntamientos de A Cañiza, Covelo, Mondariz y Ponteareas. Mientras tanto, sus compañeros portugueses volvieron a Lisboa escondiéndose de las fuerzas del orden que pretendían impedir que se reconcentraran.
Inicialmente, las autoridades tenían la intención de deportar a los emigrantes gallegos a Cádiz, pero finalmente cambiaron de idea y decidieron enviarlos a Galicia. El día 24 de junio, al tiempo en que el vapor África zarpaba entre las protestas de la colonia gallega, la policía disolvía los últimos grupos de huelguistas y el movimiento finalizaba. Poco a poco fueron abriendo todos los establecimientos y comenzaron a circular nuevamente por la ciudad algunos moços de padeiro. A las ocho de la noche del día 25 de junio de 1894, tras 29 horas de travesía, el África fondeó en el puerto de Vigo; al día siguiente los emigrantes expulsados fueron llevados en gabarras al puerto y posteriormente al Palacio de Justicia para ser finalmente liberados.
La actitud autoritaria de los responsabeis políticos, al rechazar cualquier negociación con los repartidores, provocó el conflicto, llevó a su prolongación y agravamiento, y finalmente concluyó con la arbitraria expulsión de los 285 panaderos gallegos. Pero la realidad era testaruda: en los primeros días de julio aun no había regresado el África a Lisboa y ya se habían producido en las estaciones de ferrocarril de Oporto y Lisboa las primeras detenciones de expulsados que habían retornado a Portugal.
La participación de los gallegos en el asociacionismo sindical del sector de la panificación en Portugal perduró en el tiempo. Como muestra, basta recordar la huelga de los panaderos lisboetas del año 1924, que se agravó después de la conmemoración de Primero de Mayo y que llevó al Gobierno portugués a anunciar su determinación de conducir hasta la frontera a los panaderos gallegos que hubieran abandonado el trabajo. Treinta años después, las autoridades portuguesas aín guardaban en la memoria los acontecimientos de Monsanto, y también los panaderos originarios de Galicia, que mantuvieron intactas su combatividad y compromiso.
Este artículo se publicó originalmente en gallego en la revista Luzes. Ahora Público lo reproduce como parte de un acuerdo de colaboración con la revista. Aquí puedes encontrar más artículos de Luzes en Público.
Comentarios de nuestros suscriptores/as
¿Quieres comentar?Para ver los comentarios de nuestros suscriptores y suscriptoras, primero tienes que iniciar sesión o registrarte.