Este artículo se publicó hace 13 años.
Maestro
¿Una sola palabra puede abarcar la conducta y la obra de un artista que ha vivido cien años? Casi cien años vivió Ernesto Sábato. Y existe en nuestro idioma una palabra menesterosa que es a la vez omnipotente: es la palabra libertad. A Sábato le confortaba recordar unas frases de Abe Osheroff, un judío norteamericano que vino a España a defender a la República como combatiente de las Brigadas Internacionales: "Creo en la libertad del hombre, y cualquier sistema que ataque o ponga en peligro ese derecho es enemigo mío. La libertad no es un lugar ni un estado del ser: es un camino. Se está andando en él o se está fuera de él".
Sábato pronunciaba esas frases paladeándoles su fulgor moral. Lo recuerdo también paladeando, con la resolución de su conducta, unas palabras propias que escribió en una de sus páginas: "El único régimen compatible con la dignidad del hombre es la democracia". Y también lo recuerdo ofendido contra todas las tiranías, fuese cual fuese el disfraz ideológico con el que simulasen reivindicar la tradición o el porvenir. Y recuerdo también la indignación que subía hasta sus sienes ante toda "libertad" sin justicia.
Sin Sábato no se entiende la lucha hispanoamericana por la dignidad
La lucha hispanoamericana por conquistar su dignidad no se entiende, en justicia, sin recordar a Ernesto Sábato. Ese hombre conoció la clandestinidad, la amenaza y la difamación y no desconoció la cárcel. Fue leído en más de medio mundo, adorado en su patria y respetado en la nación de la conciencia. Es poco más que una jactancia el mentarse como discípulo de Sábato. Fue el autor de algunas de las novelas más angustiadas y todopoderosas de cuantas aplaudió el siglo XX. Fue un notable científico, hasta que decidió que su deber no se cumplía en el resplandor de las fórmulas matemáticas, sino en los barrios infernales de la antropología del sufrimiento y en la anarquía de las emociones: un día abandonó la pizarra y las tizas y se internó por el desfiladero en donde reinan la incompetencia, la maldad, el estupor, la ira y la inocencia de esta especie animal bochornosa, cruel, desvalida y estupefacta que llamamos la especie humana. Esa clase de escritor fue. Lo recuerdo elogiando algún libro con generosidad y exactitud, reflexionando unos segundos y añadiendo con pesadumbre: "Pero le falta abismo".
Paseante del abismo, agrimensor del infortunio, el terrory el coraje de su siglo, cronista de las llagas milenarias y partícipe del arrojo con que la desventura y la esperanza levantan el edificio de la Historia, Ernesto Sábato sentía un pudor casi hostil cuando le llamaban maestro. ¿Esa fue una de sus coqueterías? Porque en el fondo no de su vanidad, sino de su sistema métrico decimal de conciencia, él no podía ignorar que era un ser magistral. Y nosotros tampoco.
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