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Malta: sol, playa y ladrillo

Ir a La Valetta es como regresar al Levante español de los setenta: playas, carreteras secundarias y carteles vintage

A.MADERA

Aterrizar en Malta produce la misma sensación que si uno viajara en una máquina del tiempo y hubiera retrocedido 30 años hasta aterrizar en la costa levantina de los setenta. Una vez fuera del aeropuerto,
impacta la imagen de campo, carretera secundaria, asfalto levantado y cartelería vintage. La humedad abruma incluso en septiembre (olvídense de viajar en julio o agosto).

Comenzamos esta vuelta atrás en La Valetta, la capital maltesa. Construida en 1566, su planificación comenzó a tomar fuerza en 1530, cuando Carlos V cedió Malta a los Caballeros de San John, una organización militar ultracatólica que dejaría hoy en evidencia a los muyahidines islámicos. En 1565 tuvo lugar en el puerto de la ciudad -Grand Harbour- la Gran Batalla contra los turcos en la que participaron 400 soldados españoles de la Orden. Fue un choque religioso-cultural del que resultaron vencedores los católicos. Resultado: La Valetta es hoy una ciudad de fachadas decadentes y calles estrechas donde predominan las iglesias con la famosa cruz de ocho puntas. Entre ellas, la más importante es la Catedral de San John.

La capital también hace visible su pasado como colonia británica en uno de sus aspectos más demodé: las cabinas de teléfonos rojos y las tiendas de souvenirs (su cristal, después del de murano, es el más cotizado en Europa). Desde La Valetta se observan tres ciudades: Victoriosa, Senglea y Conspicua, en su día bastiones militares y hoy uno de esos escenarios donde imaginarse a Corto Maltés.


La verdadera inmersión en el pasado comienza cuando uno se sube a un autobús (todos con salida en La Valetta): estética retro, falta de aire acondicionado y una velocidad que no supera los 30 kilómetros por hora. También por la cantidad de grúas que se ven. El ladrillo está devorando la costa. Los malteses han entrado en la UE y han copiado lo peor de sus costas mediterráneas: la especulación urbanística.

El paquete turístico maltés vende muy bien sus playas (Golden Bay, Mellieha), pero en realidad dejan bastante que desear. Son minúsculas, están llenas de sombrillas y el agua es de color marrón parduzco. Ahora bien, en Sliema existe una playa de roca que te permite nadar y bucear como si te encontraras en una piscina. El fanatismo conservador tampoco ayuda: está prohibido hacer top-less. Si lo haces, tienes que pagar 30 euros de multa (por los dos pechos).

Después toca disfrutar de la nightlife. En la isla de Malta se concentra en el barrio de Paceville, muy cerca del turístico puerto de San Julian (una auténtica regresión al Benidorm de los ochenta y la discoteca Penélope). Desde la explosión de las becas para estudiar inglés, las calles parecen riadas de adolescentes y veinteañeros con ganas de bailar. Para los que quieran algo más tranqui, las calles adyacentes están pobladas de terrazas y locales de música en vivo.

Malta se vende como la perla del Mediterráneo. Su cultura es una mezcla de civilizaciones. Incluso mantiene un lenguaje con reminiscencias fenicias y templos megalíticos -el mejor: Hypogeo-, declarados Patrimoniode la Humanidad.

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