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Marisol, la niña prodigio y explotada que levantó el puño de la libertad

Pepa Flores protagoniza la exposición 'Marisol: el resplandor de un mito', del fotógrafo César Lucas.

Pepa Flores, protagonista de la exposición 'Marisol: El resplandor de un mito'.
Pepa Flores, protagonista de la exposición 'Marisol: El resplandor de un mito'. MARISCAL (EFE)

La extirparon de un humilde corralón malagueño y la encerraron en un piso burgués donde el madrileño barrio de Salamanca y la lujosa colonia de El Viso se difuminan. Allí, en la penumbra de un salón, una niña posaba desnuda ante la carcunda franquista. La niña Marisol.

"Me llevaban a un chalet del Viso y allí había gente importante, gente del régimen, a verme desnuda, a mí y a otras niñas", le confesaría años después Pepa Flores (Málaga, 1948) a Francisco Umbral. El escritor también tomaba nota de que, cuando su madre iba a verla, "los Goyanes la ponían a comer en la cocina".

El productor Manuel Goyanes la descubrió durante una actuación de su grupo con Coros y Danzas, organización creada por la Sección Femenina de Falange. Se la llevó a su casa, la esculpió a su antojo —operación de nariz y tinte de pelo incluidos— y la puso a trabajar a destajo, mientras su madre se alojaba en una pensión.

A los doce años, rodó su primera película, Un rayo de luz, seguida de muchas otras en las que la presentaban como la niña ideal de la dictadura. Era una máquina de hacer dinero, pero la explotación a la que fue sometida le provocó una úlcera en el estómago. Incluso, en su adolescencia, le vendaban el pecho para que siguiese pareciendo una cría.

Actuaba y cantaba, la paseaban por España y el extranjero, hacía giras y anuncios, al tiempo que su nombre y su imagen envolvían decenas de productos para consumo infantil. Sus coetáneas querían ser como ella, quien no podía ser ella misma. Una infancia robada, lejos de los suyos, exhibida como niña prodigio y objeto del deseo más oscuro.

Goyanes la exprimió todo lo que pudo e hizo la vista gorda cuando un amigo suyo, que según ella fotografiaba a niñas desnudas con los ojos vendados, empezó a desvestirla y a meterle mano. Lo contó, pasado el tiempo, en Interviú, cuando la sociedad todavía era ciega y sorda ante los abusos.

En sus confesiones al semanario, que titulaba una entrevista Yo solo era negocio, revelaba que sus inicios en la canción, con el grupo Los Joselitos del cante, no habían sido menos duros: "Yo tenía ocho años y dormía durante el viaje en la misma cama que la querida del empresario, que me daba unas palizas de muerte, pero con saña y mala sangre".

Nadie sabía o quiso saber cómo era la verdadera vida de la estrella infantil y juvenil del tardofranquismo. Ni siquiera que su sonrisa de celuloide, que encarnaba la felicidad, velaba una infancia desdichada. Pero Marisol maduró y, durante ese estirón, el icono de aquella España que todavía se sacudía la caspa se convirtió en la musa de la transición.

Rompía su relación con Carlos Goyanes, hijo del productor, con quien se había casado en una prolongación de su secuestro o en un intento de emanciparse del padre, quién sabe. Y se casó con el bailarín Antonio Gades en Cuba, oficiando Fidel Castro de padrino. Nacía la Marisol comunista que esgrimía el puño en una manifestación contra la OTAN.

Marisol sacaba la Pepa Flores moderna y contestataria que llevaba dentro. Comenzó a hacer otro cine, más politizado, y otra canción, con letras de Aute o Serrat. Pero en ese cambio de registro, chocó contra un muro, porque no se aceptaba a la artista liberada, independiente y alejada de la niña modelo de la dictadura.

Acapara las portadas y las páginas de innumerables publicaciones. Imágenes que la muestran pletórica ante la cámara de César Lucas (Cantiveros, Ávila, 1941), su fotógrafo de cabecera. "Teníamos un buen grado de entendimiento. Viendo ahora las fotos se nota que ella estaba muy cómoda y yo, también", explica Lucas.

Muchas de ellas, algunas inéditas, pueden verse en la Academia de Cine, que alberga hasta el 29 de julio la exposición Marisol: el resplandor de un mito, comisariada por Sylvie Imbert. Su autor recuerda cómo en las sesiones la artista se prestaba siempre a materializar las ideas que le proponía. "Era seria y profesional, pero muy atractiva para la cámara".

César Lucas, ante una fotografía de Pepa Flores, en la exposición 'Marisol, el resplandor de un mito'.
César Lucas, autor de la exposición 'Marisol, el resplandor de un mito'. MARISCAL (EFE)

En una ocasión, la fotografió desnuda. Un gran director extranjero lo había exigido para contratarla, aunque de aquella película nunca se supo. Ni de las fotos, hasta que Interviú la llevó a portada en 1976 sin su permiso. Ella no presentó una denuncia, pero sí la fiscalía, que acusó a Lucas de un delito de atentado a la moral y escándalo público, del que fue absuelto.

"Esas imágenes fueron muy polémicas porque se habían convertido en el símbolo de una época, la de la apertura a la libertad", recuerda el fotógrafo, quien asegura que antes de celebrarse el juicio se encontró con Pepa Flores y le dijo: "César, si puedo ayudarte en algo, cuenta conmigo".

Por si aún quedase rastro para algunos de la Marisol inocente, tres años después abordó la violación, el lesbianismo y la prostitución en el disco Galería de perpetuas, sus Canciones para mujeres, como reza el subtítulo del disco. Hacía tiempo que los filmes de Juan Antonio Bardem, Mario Camus y Carlos Saura habían tomado el testigo de Tómbola o Cabriola.

Incomprendida, quizás traicionada por la crítica y la opinión pública, Pepa Flores se retira en los ochenta. En realidad, desaparece. "Respeto su decisión de apartarse de la vida pública y de olvidar la imagen de Marisol, aunque siempre será recordada porque está en el corazón y en el sentimiento de muchas generaciones", afirma Lucas.

Reconoce que fue una niña explotada y que, cuando la conoció, en sus ojos a veces había un poso de tristeza. "No llevaba la vida que le hubiera gustado, con su familia y en su barrio. La convirtieron en una estrella, lo que supuso un gran sacrificio para ella, una cría sometida todos los días a promociones, ensayos y trabajos musicales y cinematográficos", añade.

Echaba de menos, insiste Lucas, a los suyos. "Y tardaría muchos años en disfrutar de su familia, porque se vio obligada a vivir en un entorno desconocido y a viajar con frecuencia al extranjero, donde se veía rodeada de gente extraña", concluye el fotógrafo. "Eso al final lo pagas, porque la juventud es irrepetible".

Su aislamiento, de alguna manera, la inmortalizó. Ella hacía una vida normal entre un pueblo malagueño y la capital de provincia, con su nueva pareja y con las tres hijas que tuvo con Antonio Gades, pero para el mundo —o sea, para la televisión, lo que hoy son las redes— se había esfumado sin dejar rastro. No hubo oferta que la tentase a dar la cara, ni siquiera recoger el Goya de Honor en 2020.

Quizás Marisol empezó a ser libre desde que se ausentó. Nunca envejeció, porque su muerte artística la conservó para siempre tal y como muestran las fotografías, que le concedieron la vida eterna. César Lucas discrepa: "Su mito está en su cine y en su música, no en mis imágenes". Asegura que no es humilde, sino realista. "Las fotos son apenas una coma en toda su biografía".

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