Cargando...

De mensajero de Fidel Castro a maraquero en la Gran Vía madrileña

Un antes y un después

Publicidad

Felipe Herrera. Foto: Y.C.

Felipe Herrera. Y.C.

MADRID.- "La vida son etapas", certifica con la seguridad de una persona que vive cada día como si fuera el último. Felipe es quizá el personaje anónimo más famoso —con permiso de ‘Los Heavies de Madrid Rock’— de una de las arterias principales de la capital, la Gran Vía madrileña. Una calle por la que día tras día transitan decenas de miles de personas. La ciudad amanece en esta vía al ritmo frenético que marcan las maracas de un cubano que guarda en su memoria privilegiada tantas anécdotas como letras de canciones.

Publicidad

"Una vez le llamé 'Fidel' y casi me come", rememora

Click to enlarge
A fallback.

Felipe recuerda a Fidel como un personaje imponente, al cual prácticamente no le dirigía ni siquiera la mirada por miedo a recibir algún desprecio. “Llegué a fingir ser sordo por miedo a hablar con él”, relata el cantante, mientras recuerda con cierta rabia cuando Fidel le llamaba “mariconsito”, conocedor de su orientación sexual, para poner a prueba a aquel tímido chaval. Más tarde ingresaría en una compañía naviera, un puesto que le permitió viajar por numerosos países, entre ellos España.


Harían falta al menos cuatro libros para narrar las peripecias de este maraquero ambulante. Precisamente el número de libros que asegura haber escrito, uno de ellos ya publicado bajo el título Hablando con los espíritus. Recién llegado a Madrid, en 2011, previo paso por Las Palmas de Gran Canaria, pasó su primera noche a la intemperie en la Puerta del Sol. Al despertar, encontró varias raciones de comida que algunas personas le habían ido dejando a su lado. Se juró entonces permanecer para siempre en la capital de España. "Nunca me había pasado esto. Pensé: 'esta es mi casa, de aquí no me muevo'. Y aquí estoy agarrado", exclama el cubano abrazándose.

Publicidad

“Duermo en un banco, tengo un saco de dormir impermeable para los días de lluvia”


En ninguno de esos ejemplares se encontraba la palabra ‘envidia’. Un día tuvo hasta que buscar su significado en el diccionario, comenta juguetón. Al día se puede sacar entre 10 y 20 euros. Alguno con suerte ha llegado a reunir hasta 50. “Yo no pido dinero, toco las maracas y hay gente que decide ayudarme”, aclara. "Hay personas que fijo me dan un euro cada día", añade agradecido. "Cuando no he hecho ni un duro, los días de lluvia, me he ido por los restaurantes, donde la gente se ha llegado a quitar la mitad de su comida para dármela a mí, que no me conocen de nada. Me ha pasado en todos los lugares donde he ido", culmina.

Publicidad

Un antes y un después

Madruga mucho. Hay jornadas que a las seis y media ya está haciendo sonar sus maracas. “Lo más duro es soportar temprano a la gente borracha. Vienen con el juego, bajo los efectos de las drogas o el alcohol. Tengo que luchar con eso. Es horrible pero marco mi terreno. Trato la manera de evitarlo, pero no me voy de mi puesto porque ahí es de donde saco para comer cada día". Las tardes las pasa en alguna biblioteca o en algún café donde mantener una charla agradable con algún conocido. "Los días que puedo invito yo", señala enfático.

Publicidad