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"Mi carrera es un milagro"

El director analiza las claves de ‘Midnight in Paris', que se estrena hoy en los cines españoles tras inaugurar con éxito el Festival de Cannes

ISABEL PIQUER

Woody Allen se resiste a admitir que su última película, Midnight in Paris(Medianoche en París), que el miércoles abrió el Festival de Cannes, es una cinta casi optimista. No hablar de las injusticias del destino, la inconsistencia de la vida y la inevitable decepción del presente sería como traicionarse a sí mismo. Y, sin embargo, este es sin duda uno de los filmes más luminosos del director neoyorquino en mucho tiempo. Narra las aventuras de un escritor estadounidense (Owen Wilson) atascado en su libro y en su vida, atado a una novia insufrible (Rachel McAdams)y a unos suegros republicanos, que recupera la inspiración volviendo al París de los veinte donde conoce a una musa fantástica (Marion Cotillard), recibe consejos literarios de Gertrude Stein (Kathy Bates) y se va de copas con Salvador Dalí, Buñuel y Hemingway. El filme, producido por Mediapro (algunos de cuyos accionistas son editores de Público), se estrena hoy en España y llegará a los cines de EEUU el 20 de mayo.

'Midnight in Paris' es una película alegre, la más alegre que ha rodado en años, quizás incluso desde Todos dicen I Love You' (1996), que terminaba en París, a orillas del Sena.

Sí, en cierto sentido. Pero siempre hay ese trasfondo de tristeza. El personaje principal entiende que es inútil intentar vivir en otra época y que debe conformarse con el presente. La vida parece más satisfactoria en un tiempo que no has vivido. Así que siempre aparece el pesimismo, pero estaba tan encantado de rodar en París, ciudad sublime para cualquier director de fotografía, que algo positivo se contagió al filme.

Y hay un final feliz.

Bueno, tampoco pienso que la vida carezca totalmente de felicidad o de la posibilidad de encontrar una cierta felicidad.

En una escena especialmente hilarante de la película, Adrien Brody encarna a un joven Dalí.

Por lo visto Adrien tiene un tío al que le han dicho que se parece mucho a Dalí. Cuando me entrevisté con él por primera vez le dije que quería un Dalí muy histriónico y me dijo que podría hacerlo. Yo sólo le había visto en papeles dramáticos, pero no le pedí que me lo demostrara. No volví a verle hasta la escena del café, hasta el momento en que llega Owen Wilson.Lo rodamos y lo hizo. Me hubiera quedado hecho polvo si Adrien llega a ser un desastre pero tenía plena confianza en él porque él mismo estaba muy seguro de sí.

La película es una crítica a la nostalgia, pero en tiempos difíciles, como ahora, la gente tiende a volver la mirada atrás.

El presente siempre es escasamente prometedor porque es la realidad y la condición humana es dura. Vivir en la Belle Époque en París parece fantástico pero, por ejemplo, los dentistas no tenían calmantes, te hacían un agujero y acababas gritando. Y miles de cosas malas. Cada época es triste y trágica pero todo cambia con la distancia. Dentro de cien años, cuando miren 2011, no dirán que la economía iba muy mal y que la gente en Oriente Próximo estaba muriendo, verán que Woody Allen estaba haciendo una película en París, que la gente tenía ordenadores, no pensarán que fue un momento tan horrible.

Pero el recuerdo no lo embellece todo, hay épocas especialmente dramáticas.

Cuando rodé Días de radio (1987), la situé al principio de los años cuarenta, los años de mi infancia, y pensaba que era una época maravillosa. La música era estupenda, tenía el recuerdo de estar con mis padres. Pero, cuando hablo con gente algo mayor que yo, se acuerdan de los nazis, de la gente muriendo. No lo recuerdan de la misma forma. Tendemos a glorificar tiempos que no hemos vivido.

¿Es usted nostálgico?

Caigo en esa trampa de vez en cuando. Porque la nostalgia es una trampa, ya lo dijo Albert Camus. De pronto te pones nostálgico, empiezas a añorar el pasado y eso no lleva a ninguna parte, porque no puedes volver y de todas formas no era exactamente como lo recuerdas y acabas decepcionado. Pero durante un rato, puede ser un escapismo seductor.

Pero también es una forma de tomar cierta distancia, una perspectiva.

Para eso puede servir, pero si es para acordarse de aquella sensación tierna de la infancia, o volver al ver al señor que traía la leche, o recordar el olor de los huevos que cocinaba tu madre para desayunar, la verdad es que no sirve de nada y no es muy sano.

¿Piensa que es víctima de la nostalgia? ¿Que la gente mira sus últimas películas con los ojos de sus otros largometrajes?

Pasa todo el tiempo. No es tanto un problema para mí como para la gente que ve mis películas. Algunos prefieren las comedias del principio, otro las películas más serias, más filosóficas. Me han dicho que la mejor película que he hecho es Match Point(2005). La verdad es que no es mi problema porque no hay nada que pueda hacer. Sólo hago las películas que se me ocurren en un momento dado y a lo largo de los años he tenido la gran fortuna de que siempre he encontrado un público. A veces no han gustado películas que a mi sí me gustaban, y en otras ocasiones se ha aplaudido filmes que considero haber arruinado.

¿Por ejemplo?

Manhattan (1979) o Hannah y sus hermanas (1986). Son películas muy populares pero pienso que no he conseguido transmitir lo que realmente quería. No creo que sean malas pero por falta de talento o por torpeza no lo conseguí. Cuando la película está terminada hago lo que puedo y la gente me dice que le gusta, pero lo que tenía en mente era mucho mejor. También pasa a la inversa, filmes que no han sido muy apreciados, como Un final made in Hollywood (2002), que pasó sin pena ni gloria y que a mí me gusta mucho.

De hecho, en las últimas escenas de Un final made in Hollywood' les lanza un cumplido, pero también una pequeña crítica, a los franceses por alabar la película del protagonista del filme, un director de cine aquejado de ceguera psicosomática que ha rodado un bodrio.

Era un cumplido. Los franceses saben reconocer a los artistas antes que los americanos. Se lo digo a Julia Roberts en una escena de Todos dicen I love you (1996). Supieron reconocer a Edgard Allan Poe y William Faulkner. Consideran el cine como un arte. En EEUU es sobre todo un negocio.

Los franceses le consideran un intelectual, calificativo del que usted reniega. Ha repetido muchas veces que prefiere ver deportes en la tele con una buena cerveza a leer libros sesudos.

Ya. Lo sé. Siempre he dicho que mis películas ganaban mucho en la traducción. Algo les pasa entre aquí y Francia, España o Alemania y creo que es la traducción. Parecen mucho más interesantes. De verdad. Y creo que la gente piensa que soy un intelectual por las gafas. Piensan que soy un artista porque mis películas pierden dinero. Pero no soy un intelectual ni soy un artista. Soy alguien que lleva toda la vida haciendo películas, 42 a día de hoy, y lo seguiré haciendo mientras encuentre a alguien que las financie.

Los europeos le tienen como un director americano, pero en su propio país le consideran una rareza. Aunque en los setenta esta distancia no era tan grande, en los últimos años ha crecido. Hasta el punto de que cuando se estrenan sus películas en EEUU, por ejemplo Vicky Cristina Barcelona' (2008), su nombre casi no aparece en la publicidad. ¿A qué cree que se debe?

Mi nombre no vende aquí. Alguien me dijo hace poco que en un video-club del sur habían puesto mis películas en el apartado de películas extranjeras. No sé muy bien qué pasa. Llevo haciendo el mismo tipo de películas, más o menos divertidas, más o menos románticas, pero nunca he tratado de ser popular y este es el resultado. Yo no me preocupo por ellos ni ellos por mí. Aunque pienso que si la gente fuera a ver Match Point o Un final made in Hollywood, les gustaría. El problema es que no consigo engañarles para que vayan a verlas. Lo asocian con un deber, piensan que no se lo van a pasar bien. Hemos buscado el porqué sin encontrarlo. Quizás porqué empecé haciendo comedia ligera y luego me fui haciendo más serio, incluso filosófico o experimental como en Sombras y niebla (1992). Ya no supieron qué esperar de mis películas y eso los puso incómodos.

Aún así ha hecho casi una película al año desde Bananas' (1971), y ha conseguido ser totalmente autónomo, algo inédito en este negocio.

Mi carrera es un milagro. Desde la primera película hasta la última, he tenido una autonomía absoluta. Nadie lee mis guiones, tengo final cut al montar mis largometrajes. Nadie ve nada de mi trabajo de antemano. Increíble. Soy muy afortunado.

Es casi el único.

Las películas que hago no tienen un gran presupuesto. La gente que invierte en ellas sabe que no perderá dinero. No ganarán mucho, pero, entre todo el mundo Japón, Brasil, España..., van a recuperar su inversión. Y si resulta que es un desastre, no perderán mucho. Mis películas cuestan unos 17 millones de dólares, comparados con los 40, 60, 80 millones que pueden costar otras. Soy una apuesta bastante segura y, además, grandes estrellas quieren hacer mis películas por un salario muy inferior al que cobran normalmente porque quieren hacer películas serias.

Ha dicho en varias ocasiones que le gustaría volver a rodar en Nueva York cuando le llegue el presupuesto ¿Podría volver a encontrarse cinematográficamente en una ciudad que ha cambiado tanto en los últimos años?

Sí, porque vivo aquí y no noto tantos los cambios. Vivo en mi burbuja en el Upper East Side y siempre camino los mismos diez bloques que van de mi oficina a mi casa. La gente se ha quejado de mi burbuja, de que cuento cosas sobre la gente rica de este barrio. ¡Es que me interesa! Cuando voy a Europa me siento estimulado con la novedad, y voy a ciudades estupendas, a Barcelona, a Londres, pero podría quedarme perfectamente en Manhattan porque me queda todo a mano. Los restaurantes que necesito, los museos a los que voy están a dos pasos.

Ha declarado que le gustaría hacer tantas películas como Ingmar Bergman, que rodó 60 largometrajes.

Lo que me gustaba de Bergman era su ética de trabajo. No le interesaban las críticas, los estrenos, las fiestas, toda esa parafernalia. Hacía las películas que quería hacer y pasaba a otro proyecto. Le interesaba el trabajo, no el glamour. Me gusta ese concepto. Los distribuidores son los que insisten en los festivales, los estrenos. Si por mi fuera, no haría ninguna publicidad. Sacaría la película y ya.

Pues en Cannes debe pasarlo fatal.

Para mí Cannes es pasarme el día haciendo entrevistas, de nueve de la mañana a cinco de la tarde, con periodistas de todo el mundo que siempre me hacen las mismas preguntas. Después de tres horas acabas contestando lo mismo. Los franceses fueron los que insistieron en que abriera el festival, porque la película es una muestra de afecto hacia Francia. Y no pude negarme porque estoy muy agradecido. No puedo simplemente desvincularme, no estaría bien porque han puesto parte del dinero. Pero no influye para nada en los futuros espectadores. Decidirán en función de la hora de la sesión cuando lo vean en el periódico.

¿Se ha vuelto más sabio con la edad?

No (categórico). La edad no tiene ninguna ventaja. Cualquier cosa que le hayan dicho, que uno gana en sabiduría, en tolerancia, es una tontería. Nada de eso ocurre. Tu cuerpo se va desmoronando y vas perdiendo facultades, no hay nada bueno. Uno sabe todo lo que necesita saber bastante pronto en la vida. El tema es lo que haces con ese conocimiento, porque no aprendes nada nuevo con el tiempo.

¿Qué puede contar de su próximo proyecto?

Se rodará en Roma este verano. Es una comedia. Yo actúo, así como Penélope Cruz, Jesse Eisenberg, Ellen Page, Alec Baldwin y RobertoBenigni. Y la mitad se rodará en italiano porque así lo pide la idea del guión.

Pero usted no habla italiano, ¿verdad?

No, pero cuando tienes buenos actores no importa. En Vicky Cristina Barcelona le pedí a Penélope Cruz y Javier Bardem que improvisaran todo el tiempo que quisieran en español, aunque yo no entendiera el idioma. Captaron la idea y salió bien. A día de hoy sigo sin saber qué dijeron exactamente.

Vuelve por sus fueros: Su mejor filme en años

'Se trata de la mejor película de Allen desde ‘Desmontando a Harry' en 1997'. Así de contundente se mostró ayer Anne Thompson, crítica de referencia en EEUU, en la web ‘Indiwire'.

El futuro: Camino al Oscar

Thompson, especialista en los entresijos de Hollywood, aseguró también que la película tendría incluso posibilidades de optar a los Oscar.

Buen recibimiento: Frescura e imaginación

En general, los medios de EEUU alabaron la película. ‘Hollywood Reporter', por ejemplo, destacó la 'frescura' e 'imaginación' de Allen.  

Woody Allen había advertido que su París sería desacomplejadamente romántico. Y el resultado está a la altura de lo que el director prometió. El filme se abre con un largo encadenado de imágenes de París, la mayoría rodadas en sus barrios más turísticos, con Saint-Germain y la Torre Eiffel a la cabeza. Tanto el segmento contemporáneo de la película como las secuencias que transcurren en los años veinte están rodadas en un París bohemio y decadente. La primera comida familiar transcurre en Le Grand Vefour, restaurante que frecuentó Jean Cocteau. Y el ‘bistrot' donde F. Scott Fitzgerald le presenta a Hemingway se llama Le Polidor. La curiosidad es que Hemingway vaciaba botellas en ese mismo lugar durante sus años en París. Sin olvidar su excursión a Versalles, obligatoria para todo turista estadounidense que se precie. En cambio, las imágenes rodadas en la pintoresca Rue Mouffetard, donde Allen alquiló un colmado y rodó una escena adicional con Carla Bruni, han quedado eliminadas del montaje final.  //ÁLEX VICENTE

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