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Miguel Delibes muere a los 89 años

Fallece en Valladolid, su ciudad natal, uno de los grandes maestros de la novela española, que dio testimonio a la ingrata vida de la España negra y profunda

ANTONIO J. RODRÍGUEZ

El escritor Miguel Delibes, uno de los grandes de las letras españolas, ha muerto a los 89 años a las 7:00 horas de este viernes. El novelista, que sufría cáncer de colon, ha fallecido cómo y dónde quería: en su casa de la calle Dos de mayo en Valladolid, su ciudad natal, rodeado de su familia.

Sus cenizas serán depositadas en el Panteón de Vallisoletanos Ilustres del Cementerio del Carmen de Valladolid, una vez que su cuerpo sea incinerado. Decenas de ciudadanos hacen cola en la Casa Consistorial de Valladolid para dar el último adiós al escritor. La Comunidad de Castilla y León ha decretado tres días de luto oficial.

'Era uno de los últimos grandes clásicos vivos. Ahora sólo nos queda Juan Marsé de esa envergadura', ha señalado el escritor Arturo Pérez-Reverte al conocer el deceso. Las muestras de condolencia se han sucedido desde todos los ámbitos de la esfera pública.

También vivió cómo quería:  en una España de provincias, 'árida y desarreglada', como él mismo decía. La Castilla de Unamuno, Azorín y Machado, que ahora vuelve a tambalearse por el desastre de la guerra. Un escenario inhóspito, nada que resulte especialmente agradable o divertido como relato, pero sí necesario para la memoria del hombre. Una rara perspectiva sobre lo que significa el progreso, que confía en la vida rural, la comodidad del hogar familiar en donde uno nace y se cría, la sierra, el campo, las codornices y el Pisuerga: que no necesita arrojarse a la conquista de la metrópolis, que reclama la vida al natural como la propia del individuo, aunque también la progresiva pérdida del conocimiento popular. Instigadora de valores humanistas, sí, pero también tolerante hacia la idea del otro. La misma voz que ya habla sobre la defensa de la naturaleza, desconsolada por la crisis de la razón. Así era la ética de Miguel Delibes, que arriesgó –y acertó– por el bien de la literatura y de su Castilla natal.

Nacido en Valladolid en 1920, el escritor cumplió una labor intelectual que pasa por uno de sus rasgos más reconocidos: la construcción de novelas en donde se expone la jerga de los campesinos, tosca, sin negar el rico uso del español. La tarea se completó gracias a una labor periodística iniciada en 1941, cuando pasa a formar parte de El Norte de Castilla como caricaturista, periódico que dirigiría a partir de 1958.

El propio escritor admite que fue durante esta etapa cuando aprendió a escribir largo. También cuando consigue la cátedra de Derecho Mercantil en la Escuela de Comercio, cuya preparación, consistente en la memorización de textos jurídicos, facilitó su vocación literaria.

Sea como fuere, habrían de pasar varios años para que –animado por su esposa Ángeles de Castro– se decidiera a la primera entrega de su obra novelística: La sombra del ciprés es alargada, con la que obtuvo el Premio Nadal. Al año siguiente, en 1949, acabó Aún es de día, mutilada por el aparato censor del franquismo. Su tercera novela, también un año después, lleva por título El camino, y en ella Delibes se reconoce al fin como escritor maduro.

Ciertamente es El camino la que sienta las bases de su obra posterior. O, como él mismo explicó a propósito de su personaje el Mochuelo, “viene a resumir el sentido de mi obra ante el progreso y, en consecuencia, uno de los pilares en que aquélla se asienta: la defensa de la naturaleza”. El camino simboliza el perpetuo enfrentamiento entre la escritura obsesiva, virtuosa y progresivamente críptica frente al pragmatismo y la sintonía con el lector medio.

Prefirió las charlas en un cómodo vis-à-vis que las tertulias reñidas

'Cuando pergeñaba mi novela El camino, hice un gran descubrimiento: se podía hacer literatura escribiendo sencillamente, de la misma manera que se hablaba. No se trataba de hacer literatura en el sentido que los jóvenes de mi tiempo entendíamos en el lenguaje rebuscado y grandilocuente', señaló.

Desde entonces, y hasta 1963, transcurrió una época notablemente prolífica en la que siguió escribiendo un promedio de un libro al año, mientras avanzaba posiciones en el diario vallisoletano, sin perder jamás un ápice de su temperamento combativo.

La cabecera de Delibes creó escuela al incluir en sus filas colaboradores de la talla de Francisco Umbral, José Jiménez Lozano y César Alonso de los Ríos. Fue esa rebeldía la que en 1963 condujo a Delibes a cesar al frente de El Norte de Castilla, que ya había sido perseguido por el Tribunal de Represión contra la Masonería y el Comunismo, precisamente durante la purga mediática que la dictadura de Franco practicó antes de que en 1966 Fraga promulgara la Ley de Prensa.

La decadencia de la situación periodística obligó al narrador a diversificar sus ocupaciones y replantear formatos, de modo que pudiera continuar difundiendo las mismas ideas que quiso aportar a la cabecera. Llegó entonces Las ratas, cuyo planteamiento de denuncia de la situación de los campesinos simulaba la página de El Norte... titulada Castilla en escombros.

Delibes arriesgó por el bien de la literatura y de su Castilla natal

Dos años después, en 1964, Delibes ejerció como profesor visitante en el departamento de Lenguas y Literaturas Extranjeras en la Universidad de Maryland (EEUU), y en 1973 la Real Academia lo elegiría para ocupar el sillón e minúscula.

Destacan entre sus obras más celebradas Cinco horas con Mario (1966), monólogo que el personaje de Carmen pronuncia durante el velatorio de su esposo, y que sirve para poner en tela de juicio la clase media española –preocupada en exceso por ascender en la escala social– y la tendencia del país a fragmentarse siempre entre dos polos irreconciliables. De hecho, más allá de costumbrismos y temáticas sociales, la muerte llegó a convertirse en una de las obsesiones que persiguieron sin descanso a Delibes ya desde su infancia, según él mismo apuntó, como se observa en La sombra del ciprés es alargada, La hoja roja o La mortaja. 1974 supondría un dramático punto de inflexión en la vida de Delibes con el fallecimiento prematuro de su esposa Ángeles.

Los santos inocentes (1982), probablemente su obra más conocida a raíz de la adaptación cinematográfica que Mario Camus llevó a cabo en 1984, pone de manifiesto los abusos entre explotadores y explotados una vez superado el viejo sistema latifundista. Un rasgo que se observa en el deficiente psíquico Azarías, y la Niña Chica, deteriorada genéticamente y en un estado de perpetuo sufrimiento. Por otro lado, Paco, el padre de familia, es la herramienta de la que Delibes se sirve para ilustrar el enfrentamiento entre estamentos sociales que perviven en la sociedad rural, casi como si del Medioevo se tratara.

Ya desde los años ochenta la obra de Delibes empezó a recibir menciones procedentes de diversas instituciones. Así, en 1983 la Universidad de Valladolid procede a su investidura como Doctor Honoris Causa, gesto al que más tarde se sumarán la Universidad Complutense de Madrid, la Universidad alemana del Sarre y la Universidad de Alcalá de Henares.

Castilla y León le otorgaría el Premio de las Letras en 1984 y en los noventa alcanzaría el Premio Nacional de las Letras Española que concede el Ministerio de Cultura. El 93 sería otro de los más importantes a la hora de relanzar la obra del vallisoletano: justo después de que la Universidad de Valladolid diera su nombre a su nuevo campus recibe la noticia de que ha obtenido el Cervantes. Puede decirse que los noventa llevaron consigo todo tipo de trabajos a propósito de su obra, la cual precisa nuevas reimpresiones, mientras en el séptimo arte se compite por obtener los derechos para llevar sus novelas a la gran pantalla.

El año del Premio Nacional de las Letras (1991) fue el mismo en el que vio la luz su Señora de rojo sobre fondo gris, en la que sus lectores comprobaron cómo aún perduraba la memoria de su esposa Ángeles. De hecho, los estudiosos atribuyen a los personajes de Carmen, de Cinco horas con Mario, y Ana, de Señora de rojo sobre fondo gris, rasgos que compartirían con la mujer del autor, si bien se advierte una mayor semejanza entre Ana y Ángeles, a juzgar por los siete hijos que tiene y la causa de su muerte. Igualmente difieren las dos imágenes de la mujer casada ofrecidas en Cinco horas con Mario, más bien desfavorable, y Señora de rojo sobre fondo gris, idealizada.

Diario de un cazador, que data de 1988, es uno de sus textos en donde más notoriedad alcanza su afición cinegética. Presentado como un personaje de habla popular y una cultura mal asimilada, Lorenzo, el diarista, expone su fascinación hacia el desafío de cada partida y hacia el compañerismo que transpira sus salidas al campo.

El propio Delibes llegó a admitir que ésta es la única novela de toda su producción que puede considerarse optimista: 'En todas las demás –le dijo el autor a Joaquín Soler Serrano– este problema de la frustración, del acoso del entorno, es una constante. Únicamente se evade este cazador, que se conoce que me cogió en un momento de optimismo infrecuente en mí, y lo parí, le di a luz con unos atributos diferentes'.

Sobre sus influencias, llegó a admitir tres ejes en torno a los cuales su obra se articuló. En primer lugar, novelistas nórdicos como Perrault y Andersen, a los que siguió otro periodo caracterizado por 'novelistas de horizontes abiertos, como Oliver Curwood y Zane Grey'; autores que hablaron sobre los buscadores de oro o tramperos, y por supuesto, sobre el entorno natural. Por último llegó la lectura de los clásicos, entre quienes destacó a Proust, Dostoyevski o Virginia Woolf.

El vallisoletano siempre respondió a un carácter introspectivo, que prefería la soledad por encima de la vida social; un temple que, todo sea dicho, pertenece ya a una psicología frecuente entre los narradores. O como ya confesara en su día al periodista Joaquín Soler Serrano, Delibes jamás procedió a retirarse del trato humano, si bien siempre prefirió las charlas en un cómodo vis-à-vis antes que las tertulias reñidas.

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