Este artículo se publicó hace 17 años.
Millas solidarias
Los proyectos de cooperación al desarrollo posibilitan conocer otras realidades
“Un viaje impresionante”. Así es como resume Roberta Nicchia su experiencia en la comunidad indígena de Santa Cruz de Tepetotutla (Oaxaca). Su estancia en México duró dos meses, en los que comió platos autóctonos (frijoles negros, tepejilote, tortillas de maíz azul) y conoció de primera mano las historias que los lugareños cuentan del bosque, con seres mitológicos incluidos. Junto a ella, 14 estudiantes arrimaron el hombro y levantaron una casa comunitaria que hoy mira a la montaña chinanteca.
Lejos de constituir un viaje de ocio, su expedición formaba parte de un proyecto de Cooperación al Desarrollo impulsado por la asociación Archintorno y apoyado por la Technische Universität de Berlín. Un concepto de viaje que se contrapone al 100% ocio y placer.
Jean Madagni vivió una experiencia similar cuando en el verano de 2006 viajó hasta Congo para supervisar el funcionamiento de 30 pozos recién construidos. Para él, el viaje comprometido aporta “mucha esperanza e ilusión y es la recompensa de mucho sufrimiento”. Este congoleño trabaja como voluntario para la asociación intercultural Bwato, con sede en Alcorcón (Madrid).
“Fue emocionante hablar con la gente de allí y ver su alto grado de implicación”, recuerda. Una grata experiencia que, en su opinión, bien vale los numerosos trámites burocráticos previos. “Cuando ves sobre el terreno que tu esfuerzo se transforma en progreso, piensas que estás construyendo un mundo mejor”, alega.
El contacto con realidades diversas a las del primer mundo da para reflexiones de todo tipo, como revela Roberta. “Hemos vivido una organización social y política muy diferente de la nuestra, porque allí cada decisión comunal pasa por una asamblea que, para mí, es el ejemplo más paradigmático de la democracia directa”, cuenta con los ojos como platos. ¿Segunda reflexión? “Nos impresionó mucho la relación de Santa Cruz con la naturaleza porque supeditan cualquier actividad humana al medio ambiente”. Así, por cada árbol que se taló para construir la casa comunitaria se plantaron más de treinta.
Cohesión social
“También me llamó la atención la tranquilidad con la que viven su condición de pueblo indígena. A veces, pensamos que son comunidades deprimidas que esperan la ayuda del Estado, pero se autoorganizan y son muy activas. Eso les da una cohesión y una energía propositiva”, revela aún impresionada. Mezcal, rituales étnicos, verbenas… Prescindir de circuitos organizados no tiene precio. Más aún si se aprehende el modo de vida de comunidades recónditas.
Otra opción que desarrollan algunos colectivos comprometidos es el llamado turismo responsable, que “se caracteriza no tanto por los destinos ofrecidos, sino por la modalidad de gestión, por a quién beneficia lo recaudado”, informan desde la asociación Acsur Las Segovias. Aunque los enclaves que ofrecen tampoco carecen de encanto: Marruecos, Senegal, Túnez, India, Perú, Nicaraguas, Brasil, Honduras... ¿Apetece?
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